Angelina Merino, Terapeuta Ocupacional de la Universidad de Chile y Directora e iniciadora de la Fundación Incluir, comenta que la ONG tiene como propósito potenciar las habilidades sociales y laborales, esto se logra a partir de diversos talleres que funcionan como un medio para desarrollar las competencias necesarias para integrarse a la sociedad.
En el ámbito nacional, la Presidenta Bachelet promulgó hace pocas semanas la nueva Ley de Inclusión Laboral para Personas con Discapacidad, contempla entres sus medidas más importantes, que las empresas privadas que tengan 100 o más trabajadores, deben reservar el 1% para personas que padecen discapacidad. La misma situación, se debe replicar en los organismos del Estado, sin importar si son civiles o militares.
La Fundación Incluir busca promover un ambiente donde los individuos con discapacidad intelectual se puedan integrar al mundo laboral y social. La particularidad de la organización es que opera como una pyme, ya que venden los productos que generan en los talleres de repostería y artesanía, lo que les permite seguir funcionando.
La directora de la fundación, Angelina Merino, se refirió a los objetivos de la ONG que buscan ayudar y potenciar las habilidades sociales y laborales para que las personas con discapacidad puedan integrarse se buena manera a la sociedad.
¿Qué trabajo realizan en la fundación?
La misión es la capacitación sociolaboral de jóvenes y adultos con discapacidad intelectual, para desarrollar todas sus competencias en ese ámbito e incluirlos en la vida del trabajo, ojalá de forma autónoma.
¿En que consiste la educación que ustedes instruyen?
La metodología que nosotros ocupamos es: aprender haciendo. Acá no existe ni el lápiz, papel ni pizarrón. Es práctico y se empieza desde lo más simple a lo más complejo. Para esto, tenemos talleres ocupacionales o laborales que funcionan como una microempresa especial. Estos talleres son de repostería y artesanía, funcionan de marzo a diciembre. Esto es un medio para que desarrollen las competencias sociales y laborales, no un oficio.
¿Una empresa o persona particular puede contratar los servicios de la fundación o comprar los productos que hacen?
Sí, nos llaman, hacemos el presupuesto para el Coffe Break y al evento va una persona encargada con los garzones. Ellos trabajan en una situación real y lo hacen espectacular, muy bien. Lo mismo con los productos, funcionamos como una microempresa real, pero en un entorno protegido. Y todo lo que se hace acá se tiene que vender, porque o sino no podríamos seguir funcionando. Nuestros productos son de calidad, de excelencia y a parte son competitivos en los precios.
¿Cuáles son las dificultades que se encuentran cuando quieren insertar a alguien con discapacidad intelectual? ¿En este sentido, las empresas privadas han adoptado un rol público?
Lo más difícil es capacitarlo, tener gente formada para que puedan trabajar afuera, eso es lo más complejo porque hay que invertir mucho. En la fundación tenemos 48 personas, pero solo 15 están capacitados para salir. El proceso dura alrededor de cuatro años, es como ir a la universidad.
Hasta el momento las empresas, donde nosotros tenemos jóvenes incluidos, es por una alianza entre la fundación y las compañías. A futuro, se viene más fuerte por la ley que obliga a contratar a personas con discapacidad.
¿Cómo es la educación diferencial que entrega el estado? ¿Hay suficientes cupos?
Hasta los 26 años existe la subvención, después se tienen que ir para sus casas u otras instituciones, al final es capacitarse o quedarse en el hogar. Muchas personas que cumplen la edad límite y no saben que hacer, porque no tienen trabajo ni la plata para seguir desarrollando competencias. En la educación hay cupos, pero a veces se tienen que ir a los colegios que tienen curriculum normales, donde no siempre el resultado es bueno.
¿Cuáles son las diferencias en el desarrollo entre una persona que viene de la educación privada con otro que proviene de la educación pública?
Depende, porque hay colegios privados donde hay muy buenos programas de inclusión educacional, como es el Altamira. Pero también hay particulares con pésimos programas, al igual que han llegado de colegios públicos con excelentes resultados.
¿Cómo recibes la condescendencia que existe entre los ciudadanos comunes y los que padecen de discapacidad intelectual?
Eso ha ido cambiando con las nuevas generaciones. El año 1997 comenzamos con el primer programa y eran empaquetadores, la gente mayor le pasaba plata y decían: “Pobrecitos si son enfermitos ¿para qué los hacen trabajar?”, o les daban propinas y no habían hecho nada. Ahora no, la gente joven los ve trabajar y les gritan: “¡Bien flaco!”, los estimulan.
¿Qué falta por mejorar en la sociedad para que la vida de estas personas sea más agradable con el mundo?
Faltan más oportunidades y visibilización. La gente cree que no son capaces y que son agresivos, nada que ver. Hay muchos paradigmas, la gente se tiene que abrir. Por ejemplo, si una empresa contrata a una persona con discapacidad mejora el clima laboral altiro, no van a estar sacando la vuelta, son responsables, entre otros beneficios. La inclusión laboral es más fácil, la social es más difícil. Para que la gente los acepte de forma natural en la sociedad estamos a años luz, falta muchísimo.