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Millennials: ¿seres privilegiados o hámsteres en una rueda?

Millennials: ¿seres privilegiados o hámsteres en una rueda?

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Estamos transformando la niñez en una era implacable de educación industrializada.


Al igual que todos los hombres de mediana edad a lo largo de los siglos, desde hace mucho tiempo me ha preocupado el carácter de la juventud del país, mientras espero en privado que mis propios hijos sean la excepción. Tristemente, eventos recientes en mi hogar ahora me han brindado una prueba incontrovertible de que esta generación se está descarrilando.

Nuestra saga comenzó el jueves pasado, cuando mi hija tuvo que pasar por una desagradable operación dental en la que dos muelas que no habían crecido fueron extirpadas bajo anestesia general, en un procedimiento que implicaba cortar las encías. Todo salió bien y regresó a casa más tarde ese día de buen humor, disfrutando de la atención y las copiosas cantidades de helado que habíamos comprado bajo la equivocada impresión de que este procedimiento se asemejaba a una operación de las amígdalas.

Me había tomado el día siguiente libre para cuidarla mientras se desvanecía el efecto de los analgésicos y aparecían los efectos secundarios del anestésico. Entonces, con cierta sorpresa, y de hecho un poco de irritación, me enteré de ella tenía la intención de ir a la escuela al día siguiente. Sé que un padre amoroso debería haber sentido alivio ante esta pronta recuperación. Pero como padre preocupado, pues, estaba preocupado. Claramente esto era un signo de delirio. Esto sin duda era el efecto de las drogas. Seguramente ninguna hija mía desdeñaría la posibilidad de faltar a la escuela, sobre todo en un viernes. Éste no era un importante año de exámenes, por lo que no me parecía que hubiera una justificación para esta muestra de diligencia. Pero ella estaba totalmente decidida a hacerlo: «Ya me he perdido un día. No quiero tener que ponerme al día con el trabajo de dos días”.

Yo sé que mi hija tiene muchas virtudes, pero un compromiso fanático con sus tareas escolares nunca ha sido una de ellas. Ella siempre hace lo que se le pide, pero “motivada” no es una de sus actitudes predominantes. Además, ella — ¿cómo decirlo? — es bastante conocida en la enfermería de su escuela. Así que, su insistencia me sorprendió, y si soy honesto, también me decepcionó. Yo estaba convencido de que habíamos educado a mi hija a tener principios firmes y aquí la tenía, rechazando un legítimo día libre debido a enfermedad. Me pregunté a mí mismo, ¿Dónde nos equivocamos?

La mañana siguiente, aún medio dormido, la escuché irse a la escuela, abandonándome a un día de tareas de enfermería despojado de una paciente. Supongo que podría haber desechado mi día libre y haber acudido a la oficina, pero el atractivo de un largo fin de semana fue demasiado seductor y, de todos modos, no quería arriesgarme a una reacción a la anestesia.

Pero entre más reflexionaba sobre las acciones de mi hija, más me iba molestando. Mi hijo, que ya pasó a la etapa preuniversitaria de su educación, está muy ocupado estudiando, pero ella, a los 14 años, acaba de alcanzar lo que podría llamarse la parte necesaria de su educación. Su escuela, si bien es adecuada, ciertamente no es muy exigente, y, sin embargo, frente a la idea de faltar sólo dos días, mi hija estaba segura de que se iba a quedar atrás. Algo anda mal cuando los jóvenes adolescentes no se atreven a tomar un día para recuperarse después de una operación.

Parece que la presión que sienten estos jóvenes se incrementa cada vez más. A partir de los 14 años, se enfrentan los exámenes GCSE (Certificado General de Educación Secundaria) y después sigue la etapa de formación académica donde los exámenes de fin de año determinan sus aspiraciones universitarias y, finalmente, los exámenes de acceso universitario. Escuchamos muchas conversaciones sobre los millennials privilegiados, pero todo lo que puedo ver en mis hijos y sus amigos es el terror del mundo en el que se mueven y la sensación de estar en una rueda de hámster que nunca frena. Se enfrentan a inseguridad laboral incluso si son lo suficientemente inteligentes como para saber cuáles de sus posibles profesiones elegidas podrían seguir ofreciendo una trayectoria profesional viable dentro de 10 años. Sienten una intensa competencia, que yo nunca sentí, ya que pertenezco a una cohorte en la cual menos del 10 por ciento ingresó a la universidad.

En la mayoría de los aspectos, mis hijos son afortunados. Son brillantes, motivados y tienen padres que se preocupan por su educación. Por supuesto, esto crea su propia presión, pero, aun así, si los más aventajados soportan este grado de estrés, no me puedo imaginar cómo lo pueden manejar aquellos que no tienen ese apoyo.

Es posible que ya no enviemos los niños a las fábricas o las chimeneas. Pero estamos convirtiendo la niñez en una era implacable de educación industrializada en la que los resultados sustituyen al aprendizaje, las calificaciones superan el conocimiento y todo lo que no contribuye a la carrera profesional se anula. Yo no quisiera tomar su lugar y sospecho que tampoco quisieran hacerlo esos grupos o personas que son los primeros en lamentarse de las deficiencias de esta generación.

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