Que increíble que en el relato de los cientos de víctimas de abuso sexual casi siempre aparezca la misma metáfora: la de un lobo atacando a una oveja, es decir, la del abusador atacando a un niño o niña.
Hace un par de semanas leía la entrevista que dio Jaime Concha respecto al abuso al que fue sometido por un integrante de la congregación marista Abel Pérez, quién era su profesor de matemáticas en el colegio Alonso de Ercilla, allá por los años 70. «Fue como un lobo que se abalanzó sobre mí», dijo.
De inmediato recordé uno de los relatos que aparecen en el documental Mea Maxima Culpa: Silence in the House of God al cual me referí ya en una columna anterior. En él, Terry Kohut, quien es ahora un adulto sordo de 57 años, recuerda los abusos a los que fue sometido por el Padre Murphy en la St. John’s School for the Deaf cuando era solo un niño de 10 años:
«Éramos como corderos para él. Y él era como un lobo… llegaba… escogía a su presa… y abusaba de ella».
Es una triste coincidencia quizás el que muchas de las víctimas se sientan como una presa indefensa frente al acecho de un depredador sexual, que se identifiquen con un animal incapaz de huir del ataque de otro animal mucho más fuerte y poderoso que él.
Pero el que la figura del lobo y la oveja sea una imagen tan recurrente para graficar este tipo de situaciones quizás tiene que ver con que ésta es una historia que desde pequeños se nos ha enseñado.
No obstante, en esos cuentos siempre había alguien que salvaba al indefenso animal de las garras de su victimario, un pastor que protegía y velaba por su bienestar.
¿Quién entonces sería, en el mundo real, la persona llamada a proteger y velar por el bienestar de las y los niños sordos? Lo más lógico es que algún adulto responsable lo fuera ¿no? Uno o ambos padres quizás.
Lo triste y preocupante es que muy pocas personas sordas crecen en contextos donde poder comunicarse. Muy pocos padres de niños sordos manejan la lengua de señas y por ende no tienen la capacidad de protegerlos, es decir, el pastor no sabe cómo comunicarse con su oveja.
Esto el acechador lo sospecha; confía en que nadie, o muy pocos, podrán entenderle porque sabe que ni los padres ni las madres que manejan la lengua de señas, que son pocos los que tienen la capacidad de comunicarse con ellos, de saber qué es lo que les pasa o cómo se sienten.
No hace mucho, en mi rol de psicólogo clínico, tuve que atender a un grupo de niñas abusadas sexualmente. Todas ellas niñas sordas, hijas de padres oyentes, entre los 9 y los 11 años de edad que fueron violadas por un adulto oyente. Una historia aberrante y desgarradora por sí sola, pero con un antecedente aún más desconsolador: la menor de las víctimas narró a su madre, en lengua de señas, lo que le estaba sucediendo… lamentablemente, ella no comprendió lo que su hija trataba de decirle.
Algo similar narra Gary Smith, otro adulto sordo víctima del Padre Murphy: «Me costaba comunicarme con mis padres, así que ellos hablaban y el sacerdote era el intérprete. Con mis padres no nos escribíamos ya que yo no sabía escribir ni leer muy bien así que dependía de las monjas y de los curas para poder comunicarme con mis padres». Y también Pat Kuehn, quien vivió la misma suerte que muchos de sus pares sordos: «Mis padres eran oyentes. Usábamos lengua de señas, pero no la ASL (Lengua de Señas Americana) para comunicarnos, si no que ciertas señas ‘caseras’ para decirme algunas cosas tales como ‘comer’, para retarme o para decirme que no hiciera ciertas cosas. No había mucha comunicación y en esa época no existía la tecnología de hoy ¿Cómo iba a comunicarme?”
No necesito ahondar en la culpa y dolor que sentía la madre de la niña que atendí. Una mujer que hizo todo lo posible por cuidar a su bien más preciado, menos aprender una lengua que le permitiera comunicarse con ella y hacer lo que hace todo pastor con su oveja, alejarla del peligro y protegerla de ser atacada, devorada por un lobo.
Ovejas, lobos y lobos con piel de oveja
Sabemos, continuando con la metáfora, que tanto o más peligroso que un lobo, es un lobo que aparenta ser oveja. Es decir, alguien que muestra ser quien no es, que abusa de la confianza que como pastores depositamos sobre ellos porque no vemos su verdadero rostro o porque lo vemos como una oveja más.
Pasó en los casos de la St. John’s School for the Deaf y en los Instituto Próvolo de Verona y Mendoza. En todos esos casos los abusadores eran adultos oyentes que al usar la misma Lengua de Señas de las y los niños sordos eran sentidos por sus padres como sujetos de confianza. Personas a quienes encomendarles la labor de comunicarse con ellos y por ellos, sin detenerse a pensar siquiera que de conocer y usar la lengua natural de sus hijos no necesitarían de intermediarios que les dijeran qué sienten, quieren, piensan o temen ellos.
Pasó también en el caso de las niñas que atendí acá en Santiago, dónde el abusador podía «comunicarse» con ellas y por tanto era digno de confianza. Y así, sin duda, ha pasado y sigue pasando en cientos de casos más donde, con cierta razón, el victimario sabe que la víctima no tendrá con quien comunicarse o bien nadie le entenderá.
«Fue como darle a cuidar al lobo las ovejas», dijo Alejandro Gullé, el procurador de la Corte en Mendoza, refiriéndose a lo sucedido en la llamada Casita de Dios de dicha ciudad. «Entregábamos a nuestros hijos al lobo», relataría también una de las madres al enterarse de lo sucedido a su hija sorda y a sus compañeros, agregando que una de las «estrategias» usadas por los pederastas era prohibirles el uso de la lengua de señas «como una técnica pedagógica para alentarlos a usar el lenguaje oral». Una exigencia que, tal como lo señala el Diario El Clarín, «parece sumar dramatismo y vulnerabilidad».
Ahora, tan descarnado como el hecho de que existan oyentes que, valiéndose del manejo de la lengua de señas, abusen de niñas y niños sordos que no se pueden comunicar con sus padres, es el hecho de dentro del grupo de «lobos con piel de oveja» encontremos a adultos sordos que abusan de otros sordos; niños, jóvenes y mujeres, cubriéndose y camuflándose dentro de las distintas comunidades y agrupaciones de sordos del país sabiendo que, precisamente por ser sordos también, nadie sospechará de ellos.
Es altamente probable que estos lobos sordos con piel de oveja también hayan sido ovejas en su infancia, que hayan sido abusados por otro que reconoció en ellos las mismas debilidades y flaquezas que hoy existen, es decir, un sistema familiar incapaz de comunicarse con sus hijos por usar una lengua diferente; sistemas educativos incapaces de informar y entregar las herramientas necesarias para el autocuidado y la prevención; un sistema judicial incapaz de encarcelar al victimario y poner bajo resguardo a la víctima, y un sistema de salud incapaz de entregarle una atención psicológica adecuada y oportuna, lo que a estas alturas quizás sería lo más útil para sanar sus heridas y, posiblemente, evitar futuros abusos, rompiendo con esto el círculo del abuso sexual.
Por último, no olvidemos que los lobos están más cerca de lo que creemos, acechando, viéndose tentados a atacar a una víctima vulnerable en muchos sentidos, una víctima a la cual no hemos sabido cuidar adecuadamente y a la que, si como pastores lo permitimos, se les robará su inocencia y se les negará su infancia.