Las externalidades son, en la jerga económica, las consecuencias positivas o negativas que el funcionamiento de un mercado provoca sobre terceros que no participan en la transacción; y así se les enseña tradicionalmente a quienes se forman en ingeniería comercial, ingeniería civil y carreras afines tomadoras de decisiones empresariales. Un clásico ejemplo de externalidad negativa es la contaminación de empresas sobre el medio ambiente. La empresa contamina para producir un bien que se vende en el mercado y con ello afecta a quienes viven en las inmediaciones. La empresa, y sus compradores, se desentienden absolutamente del daño que causan. Los problemas de contaminación son todos de externalidades, donde la compañía no se hace responsable de sus actos perjudiciales.
Entonces, el problema está en las externalidades. Más bien en la forma como nuestras universidades enseñan externalidades, donde el tercero que sufre las consecuencias negativas no es más que eso, un tercero, un “nn”, un número, casi una figura fantasmal, y no un grupo de personas que sufre, pierde su calidad de vida y muchas veces debe emigrar.
Si todos los futuros tomadores de decisiones se forman con la visión de que sus acciones podrían afectar a un “tercero” absolutamente impersonal, podemos entender perfectamente el actual proceder de muchos ejecutivos de empresas que toman decisiones que afectan a terceros a diestra y siniestra. Algo falla en nuestra educación que no pone rostro, ni sentimientos, a estos “terceros”. Necesitamos una educación distinta, una educación que permita que nuestros futuros tomadores de decisiones consideren a las personas, las conozcan, las sientan como seres humanos como él, a los que podría perjudicar con sus decisiones. Necesitamos una educación que enseñe a nuestros estudiantes ponerse en el lugar del “tercero”, se sienta identificado con su realidad, sienta sus temores y esperanzas y actué en consecuencia, buscando primero el bien común y después las ganancias económicas de su empresa o su ascenso profesional.
No basta solo que, como enseña la teoría, la empresa se haga cargo de los daños. La crisis de sustentabilidad que vivimos requiere que los profesionales tomadores de decisiones sean formados con la convicción que el trabajo bien hecho es aquel que no genera externalidades, aquel que considera a cada uno de los miembros de la sociedad como un igual, con los mismos sueños y esperanzas. De quien solo se diferencia por haber nacido en uno u otro lugar.
La educación que necesitamos es una educación para la sustentabilidad, que privilegie el ser sobre el tener, el largo plazo sobre el corto plazo, al bien común sobre el individualismo. Difícil desafío que hoy comienza a vislumbrarse en algunas universidades por las acciones de la Red Campus Sustentable, corporación de universidades chilenas por la sustentabilidad, que divulga los principios de esta educación, que tanto necesitamos y por la cual trabajamos. Los desafíos son inmensos, pero el futuro es sustentable o no hay futuro.