De acuerdo con el Segundo Estudio Nacional de Discapacidad (Senadis, 2015) 1.052.787 personas con algún grado de limitación están en condición de dependencia, lo que equivale al 40% de la población adulta en dicha situación. Probablemente, junto a ellos hay una mujer, principalmente una madre, una abuela, una hermana o una tía, quien ha asumido la gran responsabilidad de hacerse cargo de su cuidado.
La responsabilidad de las madres-cuidadoras y la carga emocional es 24/7, sin sueldo, ni vacaciones, sin la posibilidad de tomar una licencia médica, ni los ahorros para una pensión digna. Muchas ejercen sin las herramientas necesarias para dar un buen cuidado. Sin embargo, el amor con que lo hacen, suple toda carencia. Algunas mujeres llevan en sus propios cuerpos enfermedades de muerte, pero su prioridad es quien está a su cargo. Muchas de ellas no se dan el tiempo para los tratamientos médicos, y lo que es peor, hay quienes no descubren sus lapidarios diagnósticos hasta el día en que dan su último respiro.
Sus semblantes ganan años aceleradamente, sus cuerpos muchas veces semi encorvados, denotan la carga que sobrellevan, sus sueños se apagan y su futuro se acorta a un palmo, al límite de las cuatro paredes de sus hogares. Muchas son abandonadas, no solo por sus parejas, sino también por sus hijos, amistades y, sin lugar a dudas, por el Estado de Chile que las ve, pero no les tiende una mano para, al menos, alivianar la gran labor que realizan.
Sin lugar a dudas que la labor de las madres y cuidadoras está cubierta del más puro y profundo amor, el cual encuentra su espacio en el vacío de la política pública que no otorga cobertura a las necesidades que presentan las mujeres que ejercen esta labor, quienes requieren apoyo en el cuidado de su ser amado, formación para adquirir más y mejores herramientas, atención médica y psicológica, y en la mayoría de los casos, subsidiar, por medio de alguna pensión, los gastos en los que incurren y su inactividad laboral, para ayudar así a romper el círculo de la pobreza que se asocia a la discapacidad.
Por cierto, la mayoría de estas mujeres no se ha hecho presente en las constantes manifestaciones de los últimos días. Obviamente, esto no responde a una indiferencia social, más bien, tiene que ver con el “estilo de vida” que ellas llevan, entendiendo que, el simple hecho de traspasar el umbral de la puerta de su hogar para participar de una actividad de este tipo, podría significar un desarme en su rutina de cuidados difícil de transar.