Cada 17 de junio se celebra el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, efeméride ambiental promovida por las Naciones Unidas, que este 2021 se centra en la “transformación de las tierras degradadas en tierras sanas”, mediante el lema: “Restauración. Tierras. Recuperación”.
Según el reporte de Neutralidad en la Degradación de las Tierras (NDT) ante la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la desertificación (CNULD), publicado por la Corporación Nacional Forestal (Conaf) en 2019, el 26% de la superficie del país corresponde a tierras degradadas, en relación a tres factores: cobertura de usos del suelo, productividad de la tierra y reservas de carbono. Sin duda son datos que alertan sobre la sostenibilidad del uso de la tierra y los cambios de uso de suelos a nivel nacional.
La restauración de las tierras con énfasis en una escala de paisajes donde se contempla la totalidad del ecosistema y su habitantes es vital para el medio ambiente, dado que contribuye a la recuperación de servicios ecosistémicos como la provisión de agua, prevención de desastres como los aluviones y conservación de la biodiversidad. Asimismo, puede aportar a una reactivación verde frente a la pandemia de COVID-19, entregando resiliencia económica y aumento de empleos en la implementación de las acciones de recuperación de suelos y naturaleza, junto con la promoción de la seguridad alimentaria para los habitantes de los territorios.
Para Trevor Walter, coordinador del Programa de Paisajes Terrestres de WWF Chile, “es necesario basar la recuperación de la tierra mediante soluciones basadas en la naturaleza, esto quiere decir, acciones que protejan y gestionen los suelos y ecosistemas como medidas de enfrentar y mitigar los desafíos socio-ecológicos de manera efectiva y adaptativa en beneficio del bienestar humano y natural”.
Por otro lado, el informe “Megasequía: Diagnóstico, impactos y propuestas”, del Centro de Estudio Públicos (CEP), publicado este año, indica que “la zona central de nuestro país muestra déficits sostenidos en las precipitaciones durante los últimos diez años”, situación que, junto con las proyecciones de cambio climático, indicaría que “es posible que no estemos enfrentando una megasequía, sino que esta sea nuestra nueva realidad”.
“Esta probable y alarmante nueva realidad, a la cual hace alusión el informe, solo podremos enfrentarla de forma efectiva si se llega a acuerdos entre el sector público, privado, comunidades y sociedad civil, mediante acciones que nos lleven a establecer nuevos consensos en torno a la gestión integrada del territorio y el uso de agua, así como a su gobernanza. Esto, valorizando de forma explícita la contribución de nuestros ecosistemas con miras de recuperar los servicios que aseguran el bienestar de las comunidades locales que están sufriendo diversas dificultades cotidianas, sanitarias y productivas, debido a problemas en su acceso a los recursos hídricos y otros servicios ecosistémicos”, enfatiza Walter.