Existe un preocupante subdiagnóstico del estado de la salud mental de los y las profesionales de la salud pública y privada a nivel nacional. Investigación determinó que existe escasa formación de los y las profesionales en materia de salud mental y autocuidado a nivel formativo.
En 2020, a solo seis meses de iniciada la pandemia, un estudio de la Universidad de Chile indicaba que un 55% de los profesionales del sector de la salud, expuestos a extenuantes turnos de trabajo producto de las altas tasas de contagio, la incertidumbre ante el brote y la crisis social respectiva de la emergencia sanitaria, presentaban síntomas de depresión, ansiedad, insomnio, alteraciones del apetito y otras afecciones en su salud mental. Esto es, más de tres veces lo registrado en estudios de prevalencia de trastornos mentales en la población general del país.
El mismo estudio concluía sobre la urgencia de generar medidas paliativas de apoyo psicológico en los lugares de trabajo, junto con mejorar la detección precoz de estas situaciones. Sin embargo, nada hacía referencia a una intervención precoz de estos/as profesionales a partir de sus propias competencias y fortalezas.
A un año del hallazgo, la evidencia advierte sobre un preocupante subdiagnóstico del estado de la salud mental de los y las profesionales de la salud pública y privada a nivel nacional. Evidencia de ello son las numerosas tensiones entre funcionarios de la salud y la autoridad ministerial. En el camino, la capacidad crítica de las instalaciones ha debido crecer forzosamente sin considerar el equipo humano.
Sobre esto último se han generado diversas protestas y paros en hospitales públicos, incluso durante el peak de los contagios exigiendo apoyo material y psicológico. «Debemos hervir agua para bañar a los pacientes porque no hay agua caliente, se rompen las camillas por falta de mantención y no hay derecho a descanso a pesar de que se complejizaron las camas y aumentó el síndrome de burnout», reclamaban funcionarios del hospital Barros Luco a inicios de junio.
Desde el Centro de Salud Mental en Comunidades Educativas, servicio comunitario de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, creen que para atajar este tipo de crisis es fundamental intervenir en la formación de competencias de quienes se preparan hoy para suplir esta demandante labor a nivel nacional. Así lo acredita el estudio “Diseño de propuesta curricular para la incorporación de contenidos y competencias de intervención en salud mental en las mallas de carreras técnicas y profesionales vinculadas a la salud mental”.
Rodrigo Rojas, director del Centro de Salud Mental en Comunidades Educativas de la Academia y psicólogo a cargo del estudio, explica que el catastro realizado a las mallas de estudios de todas las universidades que imparten carreras de medicina, enfermería, obstetricia, psicología, etc. identificó los espacios vacíos en materia de salud mental y autocuidado a nivel formativo.
La investigación analizó el origen del síndrome de burnout, o frustración profesional, que afecta el desempeño a la larga cuando no se cuenta con herramientas de higiene mental.
«Reconocer que necesitamos apoyo, descanso, reconocimiento o nuevos conocimientos es una habilidad que debe aprenderse e incorporarse en los curriculum universitarios, junto con otras que habitualmente se agrupan bajo la etiqueta de «autocuidado», aunque deberían llamarse «competencias de cuidado de la salud», señala Rojas.
«Dicho autocuidado es un imperativo ético y profesional», plantea, en la lógica de que quienes cuidan a otros y que tienen el deber de cuidarse a sí mismos para estar en condiciones aptas para poder atender a los demás. «Incluso existe una Ley de Prevención de Enfermedades Profesionales que nos indica la manera en que los empleadores son responsables de detectar y evitar los factores de riesgo psicosocial», dice Rojas.
Además, agrega que esa responsabilidad es equivalente a la que tienen empresas y hospitales en el monitoreo constante de riesgos importantes para la salud mental, como la doble presencia y la enorme carga psicológica a la que se han visto sometidos los profesionales y técnicos de la salud durante los últimos meses.
Este informe, licitado ante el Ministerio de Salud, ha sido valorado ampliamente como contribución a las metas del Plan Nacional de Salud Mental 2017-2025, desde el presente y con las lecciones que deja una pandemia inédita a nivel global.
Las propuestas de este proyecto, además de detectar competencias que ya existen en los y las estudiantes de las carreras de la salud en Chile, proponen fortalecer el aporte de las prácticas tempranas en la preparación de estos profesionales a través de cursos básicos y electivos que involucren salud mental, talleres de formación personal y profesional y, en general, el desarrollo de estas habilidades como competencias transversales.
En particular, las instancias propuestas por este diseño incorporan la conciencia de la importancia sobre la salud mental y el contexto de un modelo considerado en crisis, señala Rojas. “Hablamos de mallas que, desde el primer año de estudios, contengan contenidos sobre prevención y promoción en salud mental, que generen instancias para prácticas docentes, entre otros desafíos que permitan a los futuros profesionales que trabajen en salud visibilizar desde sus primeros acercamientos a la profesión lo importante de prevenir por sobre el tratamiento”, agrega el académico de la UAHC.
«Actualmente, la formación de profesionales en salud está centrada en competencias técnicas y especializadas, lo que ha posicionado internacionalmente a nuestro país en temas sanitarios. Sin embargo, reconocemos que actualmente la salud depende también de un proceso vincular entre personas, de sus afectos, confianza y la seguridad que se entregan unos a otros. El personal de salud “se entrega” al cuidado del otro y muchas veces se entrega tanto que se olvida que la propia salud es la herramienta principal para ayudar a recuperar o potenciar la salud de los demás», explica Rojas.