Opinión
El Día Internacional de las Habilidades de la Juventud resulta un buen momento para puntualizar la importancia y el derecho que tiene todo joven de recibir una educación de calidad, que le permita a cada uno, independiente de sus características y orígenes, el desarrollo de sus habilidades e intereses y los prepare para el mundo que hoy les toca vivir.
Si bien en las últimas décadas el Estado de Chile ha ido generando distintas políticas tendientes a promover una educación inclusiva, estos intentos se contradicen con prácticas derivadas de los sistemas de evaluación y aseguramiento de la calidad educativa. Desde el sistema de aseguramiento de la calidad (SAC) se evalúa principalmente el rendimiento académico, favoreciendo así una gramática meritocrática cuyo efecto es propiciar prácticas de segregación y exclusión.
Por tanto, aún tenemos mucho por hacer para favorecer el desarrollo de las habilidades de todos los jóvenes, tanto en la formación escolar, técnica y/o universitaria. Queda pendiente la creación de otros indicadores que midan otras variables (socioemocionales, por ejemplo), que nos permitan salir de la lógica de la estandarización. El desafío es encontrar modos sobre cómo ir relevando o generando una narrativa alternativa a la del mérito, cuya centralidad sea un modelo realmente inclusivo que reconozca como pilar central el acceso a una educación de calidad y el reconocimiento de todos los individuos que la hacen posible sin que el mérito, la competitividad o la individualización ocupen una posición remarcable.
Para esto, es necesario articular un nuevo enfoque y nuevos discursos que sean transversales al sistema educativo, cuya centralidad sea volver a la reflexión de lo pedagógico, donde sea el proceso formativo el centro de la discusión. Solo de esta forma podremos avanzar hacia nuevas narraciones, experiencias y prácticas sociales y ciudadanas en los jóvenes en el cual todos sean reconocidos independientemente de sus valores, ideología, capacidades, nacionalidad o cultura.
