Golpes, mensajes violentos, entre otros episodios entre estudiantes de distintas edades se han viralizado uno tras otro a un mes del inicio de clases presenciales. La importancia de contar con un protocolo de salud mental en las instituciones educativas, el estrés postraumático luego del confinamiento y la salud mental de estudiantes y docentes son los puntos claves a los que se refirió la experta.
Aparecen a diario en los canales de televisión y la prensa escrita; peleas a los golpes, cartas con palabras como “matate” y similares, burlas a través de las redes. ¿Hubo un acrecentamiento de la violencia en el ámbito escolar? Duarte lo puso en duda. A fines de los 90, mientras realizaba su tesis de titulación sobre este tema, poco se conocía de él. Pero el bullying, esta forma que toma la violencia, existía como existe en la actualidad, por eso la psicóloga de la Universidad de Santiago (USACH) deja abierta la pregunta.
“Esto (el bullying y los hechos de violencia escolar) existe desde siempre, pero hoy estamos más informados y sensibilizados a la detección de estas situaciones, hubo un cambio cultural. Ahora, es probable que haya crecido o quizá la forma es distinta y eso nos impacta” dijo y contó que hace más de 15 años, mientras se desempeñaba en un colegio “le tocó ver manejo de armas y disparos dentro de un establecimiento”.
Durante la pandemia, el riesgo de muerte fue latente, más que hoy: las vacunas dieron un respiro. Además, agregó la profesional, las dinámicas fueron distintas en cada familia, “algunas vivieron hacinamiento, la falta de sustento básico, violencia, entonces para algunos el único escape era conectarse a internet, consumiendo información que cambiaba y generaba ansiedad”, relató María Elena Duarte. Se generó así un desajuste “desde la psicología y desde lo social” dijo al cerrar la idea.
“Un niño que ingresó a primero básico estuvo prekinder y kinder encerrado, y directamente entró a una dinámica distinta. Los que ingresan a primero medio se quedaron en séptimo básico, y los de segundo medio entraron a la universidad. Dos años de desarrollo de habilidades sociales no ocurridas, de gestión de las emociones no ocurridas, y eso explota en el contexto escolar donde tenemos a otros, también funcionarios, que les puede haber pasado lo mismo porque son seres humanos”.
Durante su carrera, la psicóloga de 45 años trabajó en colegios públicos e instituciones como el Sename, en los cuales ejerció como psicóloga clínica y dirigió y aplicó proyectos vinculados a infancias y situaciones violentas de abuso y/o acoso, y otras similares. Desde abril de 2020, atiende de manera virtual. “En los últimos meses he trabajado con muchos pacientes que reportaron altos índices de ansiedad respecto a volver a la presencialidad. Hay una sensación recurrente de dudar de las capacidades, dudar de volver a establecer relaciones vinculares con otros” contó y agregó que salir de casa para unos es un desafío. “Tengo pacientes con agorafobia, el encierro generó esta duda”. El estar en cuarentena en los grupos familiares puede generar catarsis, explicó y adhirió: “el encierro produjo un trauma y frente a ese trauma es necesario procesos de reparación”.
Esta “explosión de violencia” que siente a nivel social, como la catalogó Duarte, es producto de la suma de problemas emocionales durante el confinamiento y posterior a él. Aunque estudió en Santiago, vive en Copiapó desde hace más de una década y eso la llevó a recordar el aluvión para ilustrar un ejemplo de proceso de reparación.
“Cuando fue el aluvión estuvimos encerrados un tiempo y luego de eso, se generó un acompañamiento de reparación, en los espacios educativos y laborales, frente al trauma. Fue un trabajo de meses, y hubo una fuerte contención emocional. Dos años y meses de encierro (por la pandemia) requerían un proceso similar”, reflexionó.
Muchos colegios volvieron a clases presenciales emulando las dinámicas anteriores al coronavirus. Y en este sentido, la profesional destacó que no se puede desarrollar “la presencialidad pensando en rendir pruebas y seguir con la antigua normalidad porque la situación no es la de antes”. Ante esta situación, lo que hicieron las instituciones fue derivar la mediación escolar en los cuerpos docentes y la comunidad escolar, “quienes también cargan el trauma”, asintió.
Frente a este escenario, la primera contención que considera importante María Elena, refiere al trabajo junto a los adultos que forman parte de las comunidades educativas, incluyendo a docentes, no docentes y apoderados: “para tener procesos basados en buena salud mental, más aún en este contexto, toda la comunidad debe estar inmersa en eso, y por un tiempo prolongado”. Asimismo, la profesional destacó un aspecto importante que debería estar presente de manera transversal en el sistema educativo.
“Considero importante la existencia de un protocolo de salud mental en las escuelas. Pasan cosas en alumnos que ejercen violencia y a veces en los otros que están en silencio guardando ansiedades, depresiones u otros. Hay otros indicadores de estudiantes que viven otras situaciones”.
Para Duarte, el protocolo implica capacitar en la detección ya que “en la sala de clases se observan situaciones” y de ellas se pueden hacer derivaciones internas, esto es, conducir a quienes tienen problemas a los equipos de orientación institucionales. Así como existen protocolos de convivencia, acoso, abuso, ejemplificó, “nos tiene que llamar la atención si un niño aparece muy callado, si le duele mucho la guatita” y muchos docentes están comprometidos con eso, pero no cuentan con las herramientas necesarias para hacerlo, mencionó la especialista.
Otro de los aspectos que destacó fue la poca inversión que existe en salud mental en el país, lo que hace que la atención no sea para todos. “Necesitamos que se invierta en atenciones de calidad, sesiones de no menos de 45 minutos cada semana, o bien cada 15 días”. Tanto los docentes, como el personal de salud, destacó “están sobrepasados” ya que los presupuestos asignados a su labor son pocos, y por otro lado, “los docentes no dan abasto de lo que significa hacerse cargo del proceso de formación de niños, niñas y jóvenes que estuvieron dos años encerrados”.
Antes de la pandemia, la rutina estaba marcada por horarios, salidas, idas y venidas, feriados, navidades, fiestas patrias. Una vez ocurrida la pandemia, eso cambió. Hoy no se puede anticipar la rutina y eso, para María Elena Duarte, “produce ansiedad”. Al mismo tiempo que comenzó el proceso de retomar la presencialidad en distintos espacios, estalló una guerra. Estos factores sumados derivaron en un “estrés postraumático” que se extendió en la sociedad, y según la psicóloga, era una situación prevista.
Sin emabargo, hubo algunas experiencias destacadas en relación al tratamiento de la salud mental de los estudiantes, que se dieron incluso durante las clases virtuales, destacó la especialista en infantes y jóvenes. En un colegio, contó, “lo más importante era la salud mental”, y por ejemplo, no obligaron a los estudiantes a prender la cámara porque a veces “existía vergüenza, miedo a ser visto”, lo importante era su participación, y en caso de existir silencios prolongados o ausencia de cámara, se monitoreaba qué estaba pasando con cada estudiante. “Tenemos que ser capaces de entender que hay una persona que está generando un mundo emocional, cuando logramos eso, la salud mental es prioridad” cerró con una tonalidad tranquila que mantuvo a lo largo de la entrevista.
Ahora bien, todo lo referido en materia de educación tiene su centro de operaciones en el Ministerio de Educación (MINEDUC) y por esa razón su labor, consideró la especialista que reside en el norte y articuló proyectos en distintas regiones de Chile, “debería estar articulada con el Ministerio de Salud (MINSAL)”. En alguno de los proyectos que trabajó, recordó un caso exitoso en el que duplas psicosociales asistieron a los colegios con un plan de intervención dirigido por ellos. “Realizaban un trabajo con funcionarios para luego hacerlo con apoderados y alumnos que resultó muy beneficioso para las comunidades”.
Replicar casos como estos y complementarlos, con posibilidades de derivar a clínicas de atención de las universidades, es un buen ejercicio, resaltó. No se trata necesariamente de ocupar más recursos, sino mejorar la gestión de aquellos existentes, como las universidades en tanto espacios de construcción de la sociedad.
Más allá del tratamiento de la violencia que se de o no en las escuelas, Duarte puso también especial énfasis en lo que sucede en los hogares y remarcó que, siendo criadores de hijos violentados o que ejercen violencia, lo primero en ambas situaciones “es escuchar sin juzgar, brindar acogida y hacerse cargo de la situación”. En el caso de las personas violentadas, “lo primero es contención de la red de apoyo” y en el caso opuesto, en los que ejercen esta violencia “hay que evaluar cómo se construye este acto de violencia” aseveró la especialista que trabajó en diversos proyectos de mediación escolar.
“Trabajar con niños y jóvenes es una oportunidad que no debe perderse, es un acompañamiento para construir el relato de su vida. Si se crece y el relato está cargado de situaciones en las que me he sentido víctima de violencia y he deteriorado mi autoestima viviendo bullying, es distinto al relato resignificado, que puede lograr hacer una lectura de capacidades y habilidades”, concluye.