Diversidades sexuales, de género y neurodiversidades en el deporte: entre el deseo de la práctica y la odisea de encontrar un espacio seguro y accesible
Para cualquier persona cisgénero, heterosexual y neurotípica con ganas de practicar un deporte el proceso es sencillo: investiga sobre lo que quiere hacer, se decide y anota en el espacio, el mayor problema que podría tener es en relación al costo. Pero para las personas de las diversidades LGBTQA+ y neurodiversas, esto puede ser un imposible ya que las violencias, más o menos visibles, son parte de la mayoría de estos espacios. El desafío del espacio seguro y accesible y soluciones posibles.
Cristal es una mujer trans, tiene 23 años y desde pequeña quiso hacer deportes de combate. Entre sus 11 y 12 años practicó karate con las ganas de aprender más sobre esta técnica y ya en su adolescencia llegó al kickboxing con otra motivación: el autocuidado. Empero, en esa búsqueda encontró lo contrario.
“De chica lo pase súper mal, entrené en una escuela donde los profesores eran super hostiles, y después en kickboxing también, los profesores eran transfobicos, me sentí muy incómoda”, contó la joven a través de una llamada telefónica.
Hace un año y medio, aproximadamente, llegó a un espacio definido como “inclusivo y seguro para personas disidentes y neurodivergentes”. Allí, Cristal señaló “sentirse bien” ya que en otros lugares, por más que las y los profesores no ejerzan violencia no impiden que otros compañeros y compañeras si lo hagan.
“Mucho más que ir a golpearse”
En muchos espacios de práctica deportiva de diversa índole “no te dicen te odio pero te pegan más fuerte o te patean en una zona sin razón alguna”. Según lo relatado por Cristal, es recurrente escuchar “chistes” y “comentarios despectivos” que aluden al género y las normas de él en un espacio donde priman las masculinidades cisgénero y heterosexuales.
En Riot Boxing Club no sólo las docentes son mujeres sino que la mayor parte de las asistentes también lo son y eso genera, sostuvo la joven, un ambiente distinto que otorga una sensación de seguridad que otros espacios no lo hacen. “Se busca tensionar lo naturalizado, preguntan los pronombres, piden permiso al tocar el cuerpo y hacen que eso se respete y se plantee como algo colectivo, comunitario”, destacó. “Es mucho más que ir a golpearse”.
L. es otra persona que practica en el mismo espacio. Tiene 23 años y se define como una persona de género fluido, aunque prefiere los pronombres neutros y masculinos. Hace más de un año llegó al centro y es primera vez que se motiva a practicar un deporte de contacto.
Según contó, “nunca” se había sentido “lo suficientemente cómodo” como para poder expresarse a través de su cuerpo, y su motivación también estuvo ligada al autocuidado.
Gimnasios y espacios vinculados al ejercicio de disciplinas como el boxeo, al igual que sostuvo Cristal, siempre le parecieron ligadas al militarismo, a la exaltación de los roles y definiciones de género socialmente construidas. Destacó, además, la frecuente presencia de “nazis” en estos espacios que generan la autoexclusión de personas marginalizadas por su identidad y/o expresión de género, orientación sexual y otras variantes.
“Ese tipo de personas violenta al resto que quizás se quieren unir al grupo, creo que lo más importante es el respeto, entender que hay diferentes formas de habitar las corporalidades que nos tocan”, destacó el joven.
“Muchas de las personas que practican box lo hacen para sentirse más segures, así partí yo hasta que me enamoré del deporte en sí”. A pesar de que se identifica con distintos pronombres, suele preferir los mencionados y aunque sus compañeros y compañeras del gimnasio suelen confundirse, hay un intento por respetar su identidad», valoró L.
“Pelea como niñita”
Camila Castro empezó a practicar boxeo en 2015. Y así como otras personas, lo hizo también por autodefensa, vivía violencia de género con su pareja de entonces y encontró en pensó este deporte de contacto como una manera de empoderarse. Hasta que el ejercicio le hizo ver lo contrario.
“Estuve en varios lugares y las situaciones eran muy similares. Se escuchan frases como ‘aahh pelea con una mujer entonces descansa con ella’, ‘eres niñita’ le decían a los hombres’, a la mujer se le trata como una persona débil, que no tiene aguante, que pega despacio, el ego del hombre heterocis está muy presente”, detalló.
En una ocasión, recordó que un compañero de la clase de boxeo le dijo “ahhh ¿ya se cansó la niñita? ¡Anda a llorar”. Y ante las risas de él y los demás se fue llorando de la clase y nunca más volvió. “Es una experiencia que puede ser muy traumática” subrayó Camila. Es muy común, contó, que ciertos docentes hagan combatir a hombres con mucha diferencia de experiencia con el fin de demostrar “la masculinidad de uno por sobre el otro”.
Se trata de un ejercicio constante y generalizado de una pedagogía de la crueldad. Este concepto, acuñado por la reconocida antropóloga latinoamericana Rita Segato, remite a toda acción que cosifica el cuerpo y la vida de una persona con el fin de sostener el ejercicio de un poder de unos sobre otros.
El ego fue una palabra mencionada por Cristal, L. y Camila. Fue esta última quien lo desarrolló más y aludió a la presencia de “egos muy altos” de personas que menosprecian a las mujeres que habitan esos espacios. “No nos tomaban en serio por ser mujeres y la única opción que tuve para que me respeten fue golpear más fuerte.
Como la incomodidad no la terminaba de convencer, Castro tomó la decisión de emprender su propio espacio: un lugar de boxeo en que las mujeres se sintieran seguras. Muchas féminas se fueron sumando al espacio, al tiempo que el 8M histórico y diversas movilizaciones feministas visibilizaron y reclamaron demandas en las calles.
“Ay, las mujeres siempre tienen que hacer disturbios o mostrar el cuerpo para que las pesquen”, fue una frase escuchada a diario (y aún la es) que quedó en la retina de Camila, e inspiró en esa frase el nombre del gimnasio.
“Dije riot es disturbio en inglés, y los hombres que siempre criticaban las movilizaciones la nombraban mucho, entonces y yo dije sí, quiero un espacio disruptivo, fuera de lo común, de mujeres que practiquen y entiendan desde la inteligencia y la practica el deporte, esa era y es la idea”.
Así nació Riot Boxing Club, que partió siendo un espacio para la tranquilidad de las mujeres y con el tiempo abrió aún más las puertas.
Abrir más las puertas
En el espacio ya formado, llegó un joven de unos 15 años. A los días, su mamá le escribió a Camila para preguntarle cómo iban las clases: “Mi hijo tiene Síndrome de Tourette”, le dijo.
La entrenadora, certificada por la Federación Chilena de Boxeo, tomó eso como una señal para estudiar el tema, puso al estudiante a practicar con otras personas de confianza y el chico poco a poco fue tomando confianza.
“Yo le mandaba reportes a la mamá: está más abierto, saluda, habla con los demás, le iba contando y la mamá se puso a llorar entonces hice la reflexión”, dijo y subrayó: “Esto es importante”.
Camila Castro es neurodivergente, tiene familiares también con este trastorno y con personalidad limítrofe. Con la voz entrecortada, mencionó que fue testigo en numerosas ocasiones de la exclusión de estas personas.
“Con eso dije esto tiene que abrirse más”. A partir de estas situaciones, una alumna le contó que vive con TEA (Trastorno del Espectro Autista), otro chico le comentó acerca de su esquizofrenia y se fueron acercando más personas neurodiversas y/o con otras necesidades. En la actualidad, las y los practicantes de acondicionamiento físico y boxeo son personas de diversas orientaciones sexuales, identidades de género y neurodiversidades “súper cohesionadas, unidas, una comunidad”, remarcó Castro.
Pese a que no cuentan con un gimnasio estable, entrenan en una cancha facilitada por una junta de vecinos de Ñuñoa.
“Es importante que existan espacios como este en distintos lugares, en general la omisión de los entrenadores es lo más recurrente, además de la preocupación de los alumnos que se dedican al boxeo u otros deportes de contacto de manera profesional, se concentran mucho en la competencia”, aseguró Cristal.
“Al practicar un deporte, cada uno tiene sus búsquedas y sus razones de por qué entrenan, por eso los entrenadores deben tener como premisa el respeto, la inclusión, plantearse el tener un buen espacio donde las personas se puedan desarrollar y sentirse bien, seguras, eso es lo más importante, que el espacio sea más que un espacio de entrenamiento, generar espacios para la reflexión grupal”.
Camila Castro fue testigo de situaciones de acoso sexual reiteradas de un entrenador que fue denunciando y aún continúa en ejercicio dando clases de autodefensa para mujeres. De cara a situaciones violentas y de inseguridad naturalizadas, el boxeo moderno se presenta como una respuesta posible ante las reiteradas situaciones de violencia y acoso, vividas principalmente por mujeres y diversidades en deportes de contacto.
“Se están abriendo nuevas oportunidades para enseñar un deporte de contacto de manera inteligente que se centra más en la estrategia y el respeto entre pares”, subrayó Camila, quién inició su carrera como boxeadora pero encontró en la pedagogía la respuesta a lo que estaba buscando.
“Uno debería poder entrenar sabiendo que es un lugar seguro pese a que es un deporte de contacto”.
Al enseñar un ejercicio preguntar antes de tocar el cuerpo, consultar los pronombres de cada persona, respetar las identidades, realizar combates y ejercicios en personas que se encuentren en igualdad aproximada de condiciones, son algunas de las claves que tanto la entrenadora como las alumnas destacaron como puntos primordiales para lograr espacios seguros para todas las personas que deseen practicar deportes, en especial aquellos de contacto.