El estudio del IPP de la UNAB revela la dualidad emocional de la sociedad chilena, marcada por la alegría en lo privado y el miedo en lo público. La desconfianza en instituciones y la inseguridad generan un refugio en el ámbito familiar, perpetuando estrés y aislamiento social.
Las cifras de la “Radiografía de la (des)confianza en Chile”, elaborada por el Instituto de Políticas Públicas (IPP) de la UNAB en junio pasado, entrega un panorama sobre las motivaciones, sueños y preocupaciones en la sociedad chilena. Un capítulo habla del estado emocional, a través de la presencia de las ocho emociones de Robert Plutchik. Las más presentes son la alegría (62%) y el miedo (57%). El sociólogo, investigador y académico de la Universidad Andrés Bello (UNAB) e investigador COES, Mauro Basaure, nos ayudará en las explicaciones:
“Vista de manera general, la encuesta muestra una dualidad emocional en la sociedad chilena, donde el miedo y la alegría son emociones predominantes. En contraste, en países como Noruega y Dinamarca, predominan emociones positivas, como la satisfacción y la confianza, que reflejan un mayor sentido de cohesión social y una menor percepción de amenaza en el entorno público”.
“De acuerdo con mi interpretación, en Chile, la alegría se concentra en el espacio privado y familiar, actuando como un refugio afectivo en un contexto donde la vida pública se percibe como hostil y amenazante. En lo que denomino un familismo individualista, los ciudadanos se repliegan en el ámbito familiar, encontrando allí el núcleo de su felicidad y satisfacción emocional”.
“Sin embargo, este refugio privado convive con una marcada desconfianza hacia lo público, donde la delincuencia, la inseguridad y la percepción de un ambiente violento y corrupto imponen una constante sensación de peligro y vigilancia. Cuando no se ven soluciones a estos problemas, se amplía la sensación de una sociedad impotente, lo que justifica y refuerza la retracción al espacio privado como único lugar de seguridad. Es un círculo vicioso”.
La salud es causa de alta preocupación, también la vejez y cómo se enfrentará.
“La salud y la seguridad económica son preocupaciones intensas que, en el contexto chileno, reflejan un miedo persistente a enfrentar la vejez sin el respaldo adecuado. Los encuestados muestran ansiedad ante la posibilidad de perder el empleo, lo cual se traduce en un alto grado de inseguridad económica que afecta profundamente su bienestar emocional y psicológico”, explica Basaure.
Y añade: “Esta preocupación se asocia con el estrés crónico y la ansiedad, síntomas que impactan la salud mental de una manera que estudios médicos internacionales también han documentado en contextos de incertidumbre económica. Mirando los datos, esta realidad contrasta con países como Japón y Suiza, en los que el envejecimiento y el bienestar en la vejez están respaldados por políticas de apoyo social robustas, lo que mitiga el miedo a la inseguridad económica”.
“El miedo se origina principalmente en la inseguridad pública, que incluye preocupaciones por la delincuencia y la violencia. En el contexto chileno, este miedo no solo responde a hechos de inseguridad, sino que también se alimenta de una percepción de desamparo y desconfianza en la capacidad del sistema para brindar protección”, dice el experto.
«Este clima de miedo lleva a que los ciudadanos se replieguen en su círculo íntimo, donde encuentran un sentido de seguridad y estabilidad que no hallan en la esfera pública. En Chile, lo que llamo una sociedad impotente no logra superar este estado de alerta constante, ya que la falta de confianza en las instituciones y en la capacidad de acción colectiva impide abordar de manera efectiva la inseguridad pública, perpetuando el miedo como una emoción dominante», dice.
¿Eso se relaciona con altos niveles de estrés y de preocupación por la salud mental que muestran estudios médicos?
“La combinación de inseguridad pública y económica se traduce en un alto nivel de estrés y ansiedad. Estudios indican que estos fenómenos tienen un impacto directo en el bienestar psicológico, ya que las personas experimentan síntomas de estrés crónico, depresión y desgaste emocional. En lo que llamo sociedad impotente, el clima emocional negativo se agrava al no haber una respuesta efectiva a estas fuentes de estrés desde las instituciones”.
“La incapacidad estructural para resolver problemas sociales y económicos profundiza el malestar psíquico de la población. En Chile, la combinación de estrés económico, inseguridad pública y desconfianza institucional hace que la salud mental sea un tema urgente, reflejando una dimensión de vulnerabilidad social que requiere intervenciones estructurales para ser mitigada. Este es un aspecto poco discutido en relación con la salud mental de la población chilena”, enfatiza Mauro Basaure.
La alegría también es una emoción muy alta (61,9%). ¿Qué rol cumple?
“La alegría, aunque elevada, tiene un carácter predominantemente privado en Chile y está estrechamente vinculada con el espacio familiar y las relaciones de amistad. En el contexto de lo que llamo familismo individualista, la alegría actúa como un refugio emocional, ofreciendo estabilidad y satisfacción en un entorno donde la esfera pública se percibe como amenazante”, señala Basaure.
“La alegría tiene, entonces, un rol protector: permite a los ciudadanos enfrentar los desafíos emocionales que surgen de la inseguridad y desconfianza en el ámbito público. Sin embargo, el hecho de que la alegría esté tan desligada del espacio colectivo refuerza la percepción de una sociedad que no ofrece espacios de confianza y alegría compartida en el ámbito público”, agrega el académico.
Estos resultados son sociológicos, pero afectan directamente lo psicológico de las personas. ¿Qué se puede plantear para mejorar? ¿Se elaboró una propuesta al respecto?
“El estudio en sí mismo no aborda esta dimensión. Sin embargo, según mi interpretación, las propuestas deben dirigirse tanto hacia las personas como hacia las instituciones. El aislamiento en el ámbito privado y la desconfianza hacia el espacio público no solo reflejan percepciones, sino que tienen un impacto directo en el bienestar psicológico de los ciudadanos y repercuten en cómo visualizan el futuro de la sociedad”, explica Basaure.
“Se trata no solo de contrarrestar el familismo individualista, sino también de transformar la sociedad impotente, hoy marcada por un profundo pesimismo. Es posible ser optimista y alegre en lo privado y, a la vez, pesimista y temeroso en lo público. Esta contradicción caracteriza nuestra sociedad y es lo que se debe enfrentar”, dice.
¿Dónde empezar? “Es como el problema del huevo y la gallina. Esto implica abordar ambos aspectos a la vez. Las personas comenzarán a ampliar las confianzas más allá de lo afectivo en la medida en que vean que el ámbito público es un espacio para tratar y resolver eficazmente los problemas colectivos, y este cambio se produce cuando se comportan de manera menos estratégica en el ámbito público y comienzan a salir de su enclaustramiento familista”, señala el sociólogo.
“Es fundamental fortalecer un cambio en la percepción y en la relación con el espacio público, donde la ciudadanía pueda confiar en que la colaboración y la acción colectiva son posibles y efectivas. Solo al abordar las causas estructurales de la desconfianza se podrá mitigar el impacto psicológico negativo y fomentar un entorno emocional más saludable”, concluye el académico de la UNAB e investigador COES.