Si analizamos el contexto nacional, tenemos políticas inclusivas como respuesta a normativas internacionales, también hay evidencia de algunas prácticas inclusivas focalizadas en educación o trabajo, pero stamos aún en proceso de la construcción de una cultura inclusiva.
Al conmemorarse un año más del Día Internacional por los Derechos de las Personas con Discapacidad, es importante recordar el camino, analizar los desafíos y concretar compromisos. Al buscar una definición de inclusión, podemos encontrar muchas que se sitúan en un colectivo, un grupo determinado o una necesidad en particular; pero en estricto rigor, la inclusión implica el proceso y paradigma que en sus acciones asegura la participación y goce de derechos de todos y todas sin excepción, por tanto, la inclusión no es “cosa de algunos”, no es tema de determinados sectores, ni debe ser preocupación exclusiva de familiares, amigos o profesionales vinculados a personas en situación de discapacidad o condición alguna. La inclusión nos compromete, invita, desafía y enriquece a todos y todas.
En este día, reconocemos la lucha histórica de personas con discapacidad, los caminos que permitieron la promulgación de nuevas normativas, la revisión de las mismas y actualizaciones constantes; también es momento de recordar los compromisos nacionales como la ratificación de la Convención Internacional de los Derechos de las personas con discapacidad en el 2008 o la participación nacional en distintos foros, convenciones y encuentros por la inclusión.
Si analizamos el contexto nacional, tenemos políticas inclusivas como respuesta a normativas internacionales, también hay evidencia de algunas prácticas inclusivas focalizadas en educación o trabajo, prácticas que siguen compartiéndose como buenas y excepcionales cada vez que son documentadas; pero estamos aún en proceso de la construcción de una cultura inclusiva y es este último punto la base para la concreción de la participación y goce de derechos de todos y todas; una cultura que entiende que la diversidad nos constituye y nos enriquece; una cultura que da espacio al diálogo, las oportunidades y no discrimina por condición alguna, una cultura que no menosprecia, no minimiza ni valida como única la versión de la mayoría o el modelo homogeneizante en que hemos sido educados y educadas .
El desafío está en cumplir las normativas, no situar su cumplimiento como un acto de voluntades o de buena fe, si no en el actuar correcto de una comunidad que reconoce, respecta, valora y considera la diversidad y como ello da respuesta a espacios de participación y goce de derechos en educación, trabajo, deporte, ocio, familia, amor, es decir, en la vida. Porque ya basta de romantizar el esfuerzo o el madrugar como sinónimo de logro de metas, hoy tenemos a muchos y muchas esperando reales oportunidades para participar, desarrollarse y vivir en condiciones de dignidad. La inclusión es un proceso dinámico que no debe situarse sólo en la escuela o en algunos puestos de trabajo, la inclusión asegura el goce de los derechos y el discurso en primera persona; sólo así podremos decir que somos un país inclusivo, porque la inclusión es más que solidaridad, inclusión es compromiso, acciones, cambios, oportunidades y dignidad, sobre todo dignidad.
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