Estudio demostró que que el país desperdicia el 68% de su producción de frutas y verduras, lo que tiene enormes impactos económicos, sociales y ambientales.
La pérdida y el desperdicio de alimentos tiene impactos a nivel social, económico y ambiental en el mundo. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cada año se dilapidan 1.300 millones de toneladas de comida en todo el planeta, equivalentes un tercio de la cantidad disponible para consumo.
Un 14% del total que se produce se pierde entre la cosecha y la distribución, y otro 17% una vez que llega al usuario final. Las cifras son alarmantes en un contexto global donde la erradicación del hambre –el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible– ha experimentado un retroceso en los últimos años, lo que impone grandes desafíos para consolidar sistemas alimentarios sostenibles.
En Chile, el académico de la Facultad de Ingeniería y Negocios de Universidad de Las Américas, Daniel Durán, realizó una investigación para estimar la cantidad de alimentos que se desperdician en el país. Su estudio –donde advierte que existen limitados estudios y herramientas para cuantificar la situación–, reveló que cada año se dilapidan 5.2 millones de toneladas y que un 68% de las frutas y verduras no llega a consumirse.
“Es un problema de magnitud global, con impactos sociales, económicos y ambientales. Controlar esta pérdida tiene el potencial de mejorar la seguridad alimentaria y reducir el impacto ambiental, pues la producción de alimentos requiere importantes cantidades de agua y tierra, además de generar emisiones de gases de efecto invernadero. El desperdicio de recursos naturales para producir alimentos no consumidos agota la disponibilidad futura de estos recursos”.
Las causas son multifactoriales, afirma el académico investigador, quien sugiere que el país cuenta con limitadas herramientas para cuantificar la envergadura del problema. Como referencia, enviar a la basura un kilo de cerdo equivale a dilapidar seis mil litros de agua (lo que consume un ser humano en dos meses). Las brechas son transversales a toda la cadena alimentaria: cosecha, almacenamiento, procesamiento, distribución y consumo, tanto en hogares como en establecimientos comerciales.
La evidencia global revela que, en general, mientras las naciones desarrolladas desperdician principalmente en la etapa del consumo (debido a que cuentan con tecnología para almacenarlos, transportarlos y conservarlos, además de técnicas de producción eficiente), en los países de menores ingresos el problema ocurre entre la cosecha y distribución. Sin embargo, la situación en Chile podría estar a medio camino entre ambas explicaciones.
Un segundo estudio, también realizado por Durán, en cafeterías y casinos de instituciones de educación superior –y que se publicó en dos artículos en el mes de octubre en las revistas Cogent Food & Agriculture y Journal of Foodservice Business Research–, arrojó que las causas del desperdicio de comida están relacionadas tanto con el comportamiento del consumidor como del distribuidor, debido a factores fundamentalmente económicos. Las acciones para mitigar esta situación tributan directamente al ODS número 12, de consumo responsable, que tiene entre sus metas disminuir a la mitad el desperdicio per cápita mundial.
“Uno de los hallazgos interesantes es que una de las razones que expusieron los usuarios es que no llegaban a cubrir su alimentación del mes con la beca de la Junaeb, y se ven obligados a traer su comida desde la casa en los últimos días. Es decir, la demanda estimada en restoranes y cafeterías se ve disminuida en relación a la primera etapa del mes, aumentando el nivel de desperdicio durante ese período”.
El reporte agrega que la situación en los casinos universitarios muestra otro elemento que podría agudizar el problema. Como en Chile hay un elevado consumo de masas (es el segundo país del mundo en ingesta de pan, con cerca de 96 kilos per cápita al año), la disminución transitoria en la demanda ocasiona profundos trastornos a los establecimientos, ya que estos productos tienen una acotada vida útil.
“Son aspectos que tienen que ver con nuestro contexto y que no se abordan en la literatura internacional. Hay una responsabilidad compartida de todos los actores de la sociedad, que deberíamos tomar consciencia para aportar un grano de arena en el control y mitigación de la pérdida de alimentos”, explica Durán, quien puntualiza que sólo once países de América Latina han medido sus indicadores relacionados, con medianos niveles de confianza.
Por eso, su objetivo es aportar evidencia que contribuya a cuantificar la magnitud de la pérdida alimentaria en Chile, lo que podría ser útil para mejores estrategias de gestión o el diseño de políticas públicas más efectivas. Los hallazgos apuntan, del mismo modo, a exponer el impacto ambiental del problema y sus efectos a nivel de la seguridad alimentaria de la población, especialmente la más vulnerable.