La situación que afecta a las zonas centro y norte del país es una muestra de la urgencia de este desafío: la crisis climática es hoy una amenaza para la disponibilidad de agua, afectando directamente a los acuíferos, la provisión del vital elemento para las comunidades y la demanda de los sectores.
El propósito de posicionar a Chile como un referente mundial en sostenibilidad, no será posible sin consolidar una óptima gestión del recurso hídrico. La situación que afecta a las zonas centro y norte del país es una muestra de la urgencia de este desafío: la crisis climática es hoy una amenaza para la disponibilidad de agua, afectando directamente a los acuíferos, la provisión del vital elemento para las comunidades y la demanda de los sectores productivos.
Chile no es solo una de las regiones del planeta más susceptibles a los impactos del calentamiento global, sino también ha experimentado una prolongada sequía por más de una década en buena parte de su territorio. Es decir, son varios los factores que se conjugan para relevar la necesidad de acciones de mitigación y adaptación que promuevan una evolución en nuestra relación con el recurso hídrico a nivel humano y productivo.
Las simulaciones predictivas, presentadas en el último informe del Panel Intergubernamental de Expertos contra el Cambio Climático (IPCC), ratifican que la emergencia impactará con alta probabilidad a una gran cantidad de regiones en Chile, que serán cada vez más vulnerables a los impactos del aumento global de temperaturas.
Los modelos predicen, por ejemplo, un incremento en eventos extremos, tales como sequías más frecuentes e intensas, precipitaciones masivas en cortos período de tiempo (mayor intensidad) e incluso una abrupta reducción de las mismas, amenazando los caudales superficiales y los acuíferos, dos fuentes esenciales para el consumo humano, y actividades como la agricultura y la minería.
Al tiempo de acrecentar la probabilidad de aluviones, la ocurrencia de lluvias intensas en cortos períodos de tiempo afecta la infiltración del agua desde el suelo al acuífero, disminuyendo aún más su disponibilidad posterior a estos eventos meteorológicos adversos y cada vez más frecuentes.
Altamente dependientes del recurso hídrico, dos sectores estratégicos de la economía (minería y agricultura) se verán expuestos ante los vaivenes de esta emergencia, e incluso, eventualmente conducirlos a conflictos socioambientales asociados. La minería, por ejemplo, debe seguir impulsando su transición hacia fuentes alternativas de agua, como la desalinización, aun cuando esta signifique entrar en costos significativamente mayores.
En el caso de la agricultura, especialmente la de pequeña escala, de su adecuada gestión hídrica dependerán aspectos fundamentales, tales como la seguridad alimentaria del país o el modo de vida de miles de familias, tanto en áreas rurales como urbanas.
En este escenario, tomar acción inmediata resultará imperativo, necesitamos incentivar una gestión integrada y adaptativa de nuestro vital elemento, incluyendo el uso de tecnologías de riego eficientes, la protección de áreas de recarga acuífera y el diseño de esquemas colectivos de planificación de la demanda a largo plazo, lo que contribuirá a apoyar a las distintas partes interesadas y a actualizar estrategias y políticas públicas y privadas a la nueva realidad climática, promoviendo eficiencia y eficacia en sus distintos usos y el resguardo de las aguas marítimas y continentales (superficial y subterráneo).
Parafraseando a Peter Druker: “No es posible gestionar lo que no se mide, y lo que no se gestiona no puede mejorarse”, para potenciar la probabilidad de prevalecer ante la crisis, será crucial, por un lado, impulsar acciones como una mejora en las redes de monitoreo, e idealmente hacerlo de forma colaborativa, controlando así el estado de acuíferos, lagos, ríos y cuencas completas. Resulta clave también realizar esfuerzos conjuntos en restauración de ecosistemas, lo que surge como una estrategia de mitigación hídrica ante la emergencia que estamos viviendo.