Desde el informe Delors (1996) de la Unesco se asumió en el mundo la relevancia del aprender a convivir, que la escuela sea un espacio seguro con una cultura de respeto hacia sí mismo, los otros y el medio ambiente, así como un espacio de promoción para la vida pacífica y democrática. Todos aspectos ratificados en el texto “Reimaginar juntos nuestros futuros” (Unesco, 2022).
No obstante, en Chile, país de catástrofes, hacemos poco o casi nada cuando estas ocurren. Salvo el programa “A convivir se aprende”, que forma parte del “Plan de reactivación educativa” post pandemia y que interviene los establecimientos con mayores indicadores de violencia en cada región, no hay una política que norme el proceder en las escuelas post-catástrofes.
No se hizo en 2010 con el terremoto ni tampoco en 2022 post aluviones en el Centro Sur del país. Y si para un adulto es difícil vivir la pérdida de sus bienes alcanzados con el esfuerzo de su trabajo, imagínense lo que ocurre en los niños, niñas y adolescentes, pero ahora agréguenle la magnitud cuando los afectados son una comunidad casi completa.
El Modelo de Escuela Total, que promueve el Ministerio de Educación, puede ser un camino para comenzar a abordar los regresos a clases post catástrofes con las comunidades, a fin de promover una cultura preventiva y de bienestar socio emocional, poniendo en el centro el desarrollo de los y las estudiantes.
De ahí que, invito al Ministerio a proponer un plan de apoyo, acompañamiento y capacitación para directivos y docentes, involucrando a todos los establecimientos educativos, públicos, particulares subvencionados y particulares pagados, a ser parte del proceso en post de mejorar la salud mental y contener pedagógicamente el trauma de perder los bienes familiares producto de una catástrofe.
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