Hoy en día las exigencias para la crianza se han intensificado y encarecido, en un entorno que no cuenta con los soportes públicos o sociales suficientes.
Las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) en junio de este año revelan una continua disminución de la natalidad en Chile, con una caída del 22,39% durante el primer cuatrimestre en comparación con el mismo período de 2023. Este fenómeno refleja claramente las transformaciones que está experimentando nuestra sociedad
En los últimos 40 años ha bajado significativa y sistemáticamente la tasa de natalidad en nuestro país, además ha aumentado la edad en la que se tiene el primer hijo. Este cambio en la edad del tránsito hacia la maternidad es un fenómeno visto también en la mayoría de los países que conocemos como desarrollados. Pienso que es un error creer que esto es consecuencia de que las personas, y en particular las mujeres, de pronto decidieron crecer en lo personal o económico dejando para después la maternidad o la crianza.
Esa es una mirada superficial, injusta y -a mi parecer- equivocada del fenómeno. Este cambio obedece a una transformación social más compleja que parte desde la redefinición de los roles tradicionales de género en una sociedad que es brutal para exigir a las mujeres cumplir con ciertas expectativas que operan como requisitos para alcanzar la “adultez responsable”.
Además, hoy en día las exigencias para la crianza se han intensificado y encarecido, en un entorno que no cuenta con los soportes públicos o sociales suficientes. Un ejemplo de ello es el costo actual de la educación, cuando no es estatal, en todos sus niveles. Respecto a las exigencias en la crianza, vivimos en un mundo en el que confiar el cuidado a terceras personas, o expresar cansancio a los hijos luego de un día de trabajo parece o se juzga como incorrecto. Sumen a ello la exigencia profesional y el rendimiento que se impone a las mujeres trabajadoras.
Ahora, el rol de la mujer actual en términos de estudios, mayor participación en el mercado laboral sí genera un impacto en estas cifras de baja natalidad, pero en la medida en que como sociedad no somos capaces de compatibilizar los tiempos y exigencias que imponemos a las mujeres. Pienso que una sociedad madura incorpora la maternidad y la crianza, no las posterga en pos del desarrollo multidimensional de la mujer.
Por otro lado, la ausencia presencial y/o material de los padres es un hecho recurrente en nuestra sociedad. Las estadísticas lo muestran y las leyes que han aparecido en el último tiempo destinadas a equilibrar el aporte económico en la crianza de los hijos son una expresión de esta ausencia. No digo que una mujer sola no pueda sustentar la crianza, de hecho, casi siempre lo hacen, lo que pienso es que esto requiere un esfuerzo adicional para el que muchas mujeres se preparan desarrollándose profesionalmente y alcanzando ciertas metas económicas (vivienda, ahorros) antes de la transición a la maternidad.
En este sentido creo, que regulando aún más la responsabilidad paternal en Chile, esto podría generar un cambio en la natalidad en Chile. Sin duda hemos avanzado en ese sentido. Sin embargo, sólo legislar no es suficiente. Un ejemplo de ello es que la tasa de solicitud de los permisos post natales para hombres es aún muy baja en nuestro país.
Pienso que la prolongación del postnatal, el mayor acceso a salas cuna y otras leyes van en el sentido correcto. Sin embargo, falta incorporar la crianza en el balance o en la planificación estratégica de las empresas y las instituciones del estado. Eso no se hace. Tampoco -salvo excepciones- se ayuda a las mujeres que quieren preservar fertilidad congelando óvulos.
Esta es una manera razonable que ofrece la medicina de postergar la maternidad sin comprometer las posibilidades de embarazo cuando la mujer decida buscarlo. Es relevante hacer el punto en que las coberturas de salud públicas y privadas son todavía muy limitadas para este tipo de procedimientos, a pesar de que la natalidad es baja en Chile.
Por otro lado, aún falta mucho en la entrega de información relacionada a tratamientos de fertilidad asistida. Por ahora está muy dirigida en ciertos grupos socioeconómicos o sociales, pero no es masiva. Mi opinión es que se debería incorporar en la educación sexual y reproductiva temprana, como una parte fundamental del ejercicio responsable de la maternidad.