En América Latina, el uso de redes sociales entre niños, niñas y adolescentes está creciendo de manera alarmante, exponiéndolos a un entorno digital hostil y poco regulado. La idea de restringir su acceso a menores de 14 años, propuesta ya en países como Colombia o Australia, que acaba de aprobar una ley que prohibe el acceso a menores de 16 años a redes sociales, es un tema que merece un análisis urgente y profundo.
Este debate no solo concierne a la tecnología, sino también a la salud mental y el bienestar de nuestra infancia.
En América Latina, las redes sociales, diseñadas para conectar a las personas, han evolucionado hacia espacios donde los menores enfrentan graves peligros como el ciberacoso y el grooming.
En México, un estudio realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reveló que 6 de cada 10 adolescentes han sido víctimas de ciberacoso, y el problema no se limita a las aulas, ya que el acoso trasciende al ámbito digital, invadiendo sus hogares y tiempos de descanso.
El grooming, por su parte, es un riesgo creciente en la región. En países como Argentina, el 73% de los menores entre 13 y 17 años reportaron haber sido contactados en línea por desconocidos con intenciones sospechosas, según un informe de la ONG Grooming Argentina. Esta práctica, que consiste en la manipulación de niños por parte de adultos para fines de explotación sexual, encuentra en las redes sociales un espacio propicio debido a la falta de controles efectivos.
Asimismo, Save the Children destaca que 42% de los adolescentes latinoamericanos han sido expuestos a contenido sexual explícito o violencia en línea sin haberlo solicitado, lo que subraya la vulnerabilidad de los menores en estas plataformas. Estas cifras muestran la urgente necesidad de establecer barreras que protejan a los niños y adolescentes en el entorno digital.
Los efectos psicológicos del uso temprano de redes sociales son devastadores. Diversos estudios han asociado el uso excesivo de estas plataformas con ansiedad, depresión y problemas de autoestima. Los algoritmos están diseñados para captar la atención, pero esta interacción constante con un mundo virtual puede generar aislamiento social y una percepción distorsionada de la realidad.
En plataformas como Instagram y TikTok, los jóvenes enfrentan una presión constante por ajustarse a estándares irreales de belleza y éxito promovidos por influencers. Esto agrava los problemas de autoestima y fomenta trastornos alimentarios, especialmente en adolescentes. El 84% de los jóvenes colombianos reporta sentirse ansioso debido a la exposición a redes sociales, según Unicef.
Si nosotros, como adultos, caemos en las trampas digitales —ya sea compartiendo noticias falsas o participando en conductas nocivas en línea—, ¿cómo podemos esperar que los niños naveguen en este espacio de manera segura? En lugar de ofrecerles un entorno controlado y educativo, los estamos dejando a merced de un ecosistema que prioriza la rentabilidad sobre la seguridad.
El acceso a redes sociales sin restricciones para menores de 14 años equivale a un experimento social con consecuencias catastróficas: una generación marcada por problemas de salud mental, acoso y explotación digital. Establecer límites de edad, como se plantea en Colombia y Australia, es un paso fundamental hacia un entorno digital más seguro y saludable para los niños.
Además de restringir el acceso, debemos educar a los menores sobre ciudadanía digital, la importancia de la privacidad y los riesgos de compartir información en línea. Este es un esfuerzo que requiere la participación activa de padres, docentes y gobiernos.
La infancia es demasiado valiosa como para dejarla expuesta a los peligros de un mundo digital sin reglas claras. Protegerla no es limitar su libertad, sino garantizar que puedan desarrollarse de manera sana y segura.