Los restos de una adolescente de 12.000 años hallados en Yucatán, ofrecen pistas sobre los primeros pobladores de América.
Naia tenía alrededor de 15 años cuando se cayó en un hoyo hace unos 12.000 años, en lo que hoy forma un cenote en la península de Yucatán, México.
Desde entonces, los restos de su esqueleto casi completo permanecieron ocultos en una fascinante cueva subacuática.
Pero la increíble historia de Naia, tal es el nombre griego que le pusieron quienes la encontraron, comenzó a revelarse cuando un grupo de buzos exploradores la encontró en 2007 en su tumba sumergida.
Su hallazgo es muy importante para comprender mejor los orígenes de los primeros pobladores del hemisferio occidental y su relación con los indígenas contemporáneos.
Naia, que quiere decir ninfa del agua, fue hallada rodeada de varios animales ya extinguidos a más de 40 metros bajo el nivel del mar en Hoyo Negro, un profundo cenote en el sistema de cuevas Sac Actun.
Así nació el proyecto Hoyo Negro, dirigido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia mexicano (INAH) con el apoyo de la Sociedad Geográfica Nacional de Estados Unidos.
«Este descubrimiento es extremadamente significativo», dijo Pilar Luna, directora de arquología subacuática del INAH.
«No solo echan luz sobre los orígenes de los modernos americanos, claramente demuestran el potencial paleontológico de la península de Yucatán y la importancia de conservar el patrimonio único de México».
«No teníamos ni idea de lo que íbamos a encontrar cuando entramos inicialmente en la cueva, que es lo fascinante de bucear en una cueva», dijo Alberto Nava, parte del equipo de buceadores que descubrió Hoyo Negro.
«Descendimos en una piscina de agua clara y cristalina, un cenote, ubicado a 8 kilómetros del Caribe», relata Nava.
Y tras recorrer un túnel subacuático de alrededor de 1,5 kilómetros, los espeleólogos llegaron a la cueva del tamaño de una «cancha profesional de baloncesto», según describen los científicos.
«En el momento en que entramos en este sitio, supimos que era un lugar increíble. El suelo desapareció debajo de nosotros y no llegábamos a ver el otro lado”.
«Apuntamos con nuestras luces hacia abajo y hacia los lados, y todo lo que podíamos ver era oscuridad».
«Sentimos como si nuestras poderosas linternas submarinas fueran absorbidas por este vacío, así que lo llamamos Hoyo Negro», contó Nava.
De esta forma comenzó la aventura de este hallazgo, que más tarde involucró a un grupo interdisciplinario de científicos. Pero el descubrimiento, cuya descripción y análisis firman 16 personas en el estudio que publica este jueves la revista Science, presentaba muchos desafíos.
El equipo de buceadores profesionales, arqueólogos y paleontólogos, tuvo que documentar los huesos en el lugar.
«Los buceadores espeleólogos tomaron cursos especializados para recoger información con fines arqueológicos, para registrar apropiadamente el contexto general, tomar muestras, medidas, fotos, videos, etc., y seguir con extremo cuidado todos los requerimientos de los expertos, a pesar de la complejidad y los peligros de la cueva en sí misma», explicó Pilar Luna.
La cámara subacuática, añadió James Chatters, autor principal del estudio, estuvo «oculta y sellada por el agua por al menos los últimos 8.000 años».
«Es una cápsula del tiempo para el clima, y para la vida humana, de animales y de plantas del final de la última glaciación».
Hubo un tiempo en que estas cuevas estuvieron secas, y varios animales y al menos una persona, quizás buscando agua dulce en sus túneles, cayeron en esta trampa, sugirió el experto.
«Hemos identificado hasta ahora al menos 26 grandes animales, incluyendo felinos dientes de sable, perezosos gigantes y gonfotéridos, parientes de los elefantes».
En base a una combinación de datación directa por radiocarbono e indirecta por el método de uranio-torio, los científicos pudieron determinar que el de Naia es uno de los esqueletos más antiguos descubiertos en el contintente.
Pero además es el más completo de más de 12.000 años, ya que incluye todos los huesos principales del cuerpo, el cráneo intacto y varios dientes.
Gracias a eso, la tarea de desentrañar la historia de la joven a partir de su ADN dio sus frutos en el laboratorio.
Esta es la primera vez que los investigadores pudieron vincular un esqueleto con las características faciales y del cráneo de un poblador americano primitivo o paleoamericano con el ADN relacionado con los cazadores-recolectores que cruzaron el puente terrestre de Bering desde el noreste de Asia hace entre 26.000 y 18.000 años.
Pero la forma del cráneo de Naia es diferente de los indígenas americanos modernos. Esas formas han llevado a que los científicos creyeran en el pasado que esos pueblos provenían de una población separada que pudo haber llegado desde tan lejos como la Polinesia.
Sin embargo, el análisis genético econtró un vínculo entre Naia y los indígenas modernos, algo que apoya la teoría de que ambos provienen de una población que «evolucionó en el lugar» en América.
De acuerdo con James Chatters, autor principal del estudio, «esta expedición produjo una de las más convincentes evidencias hasta la fecha de un vínculo entre los paleoamericanos, los primeros pobladores de América tras la última glaciación, e indígenas americanos modernos».
«Lo que esto sugiere es que las diferencias entre los dos son resultado de la evolución in situ, en lugar de migraciones separadas de distintos orígenes del Viejo Mundo».
Los científicos han debatido desde hace tiempo sobre el origen de los primeros pobladores del continente Americano.
La teoría más aceptada –y varios análisis genéticos apoyan esta visión– sugiere que los inmigrantes originales cruzaron un puente terrestre que conectó alguna vez el noreste de Asia con lo que hoy es Alaska.
Los análisis genéticos independientes realizados en tres laboratorios distintos llegaron al mismo resultado: el linaje genético de Naia sólo es compartido por indígenas americanos.
«Pudimos identificar su linaje genético con una alta certeza», dijo Ripan Malhi, del Instituto de Biología Genómica de la Universidad de Illinois, uno de los laboratorios implicados en el estudio.
«Esto muestra que los actuales indígenas americanos y los restos de esta antigua joven que analizamos provienen de la misma población de cuando América comenzaba a poblarse».
Los laboratorios de Brian Kemp de la Universidad Estatal de Washington y de Deborah Bolnick en la Universidad de Texas también extrajeron y analizaron AND mitocondrial de los dientes de Naia.
«Naia es uno de los pocos esqueletos encontrados en América que datan de hace 12.000 a 13.000 años, así que nos gustaría secuenciar su genoma entero», dijo Kemp.
«Nuestro siguiente paso se enfocará en intentar secuenciar el ADN nuclear de Naia, determinar la edad y la genética de los otros esqueletos de animales de la cueva y reconstruir el entorno en el que ellos y Naia vivieron», adelantó Chatters.
La investigación fue un esfuerzo internacional que involucró a científicos, buceadores y técnicos de más de diez instituciones.