¿Cómo se atreven estos veinteañeros expertos en tecnología de Facebook, cuya memoria apenas se remonta a la primera película de La Guerra de las Galaxias, a borrar momentos de la historia?
Dos antiguas fotografías famosas hicieron noticia en los últimos días, una representaba la alegría, la otra el terror. La imagen de una niña vietnamita desnuda huyendo de un ataque de napalm de EEUU en 1972 fue prohibida brevemente por Facebook, ya que mostraba desnudez frontal completa de una menor de edad. Dos días después, tras la muerte de la mujer mostrada en la otra imagen, nos recordaron de forma similar de la icónica fotografía del Día de la Victoria sobre Japón en 1945, en la que un marinero besa a una joven enfermera en Times Square en Nueva York.
Ambas imágenes capturan brillantemente un momento histórico, y, sin embargo, analizándolas ahora, es evidente que también inadvertidamente captaron un segundo momento menos obvio. Ya que también revelan algo sobre las sociedades que las festejaron. Con frecuencia expresamos malestar por la erosión de la privacidad en la era del Internet, pero ambas imágenes implican un grado de intrusión que el poder de la web ahora podría hacer menos tolerable.
Por lo tanto, mientras que, en mi opinión, Facebook estuvo completamente equivocado al censurar la imagen de Vietnam, sé que es muy poco probable que la fotografía de Nick Ut se utilizaría si saliera a la luz por primera vez hoy en día. Los editores podrían haber considerado difuminar partes de su cuerpo, pero mi suposición es — y hablo como alguien que ha pasado tiempo eligiendo imágenes de primera plana — que habrían buscado otra imagen.
Como periodista, me enfurece el acto de censura de Facebook. ¿Cómo se atreven estos veinteañeros expertos en tecnología, cuya memoria apenas se remonta a la primera película de La Guerra de las Galaxias, a borrar momentos de la historia? Antes de que nos demos cuenta, borrarán las imágenes de los campos de concentración, porque son demasiado perturbadoras: «Entendemos su importancia, pero los usuarios no las estaban compartiendo».
Hace cuarenta años, los editores habrían tolerado una imagen intrusiva de un extranjero sin nombre. Pero los extranjeros sin nombre de hoy son identificados en las redes sociales en cuestión de horas. Recuerdo los debates en nuestra oficina el año pasado — discusiones que estoy seguro sucedieron en todas las salas de redacción — sobre si se debería utilizar la trágica imagen del niño migrante ahogado, Alan Kurdi. Todos vimos su poder y apreciamos su valor noticioso, pero muchos se sintieron incómodos con el grado de intrusión. Algunos medios la utilizaron; otros no lo hicieron. No estoy seguro de que hay una respuesta correcta.
Facebook se puede haber equivocado al rechazar una imagen tan importante de la guerra de Vietnam, pero probablemente sus instintos se apegan más a las costumbres modernas de lo que críticos están dispuestos a admitir.
La segunda imagen — la fotografía de Alfred Eisenstaedt de Times Square — es incómoda por una razón distinta. A diferencia de la imagen de Vietnam, ésta capturó un momento de euforia y alegría. La guerra ha terminado y los militares están celebrando. Sin embargo, la postura de la enfermera es profundamente incómoda. Éste no es un beso ordinario. De hecho, los agudos ángulos de la pareja son lo que hacen que la imagen sea tan especial; ella es arrojada hacia atrás en lo que a primera vista parece un abrazo profundamente apasionado. De hecho, el marinero la tomó por detrás, la giró y la besó. Ella más tarde dio a conocer que la interacción no fue deseada, que él la tomó con fuerza. Su postura no refleja pasión, sino impotencia. Tal vez sea una imagen de la victoria, pero también es una fotografía de un asalto.
Tengo que admitir que en todos mis años de vida jamás he sido tomado por la fuerza por un extraño y besado apasionadamente en los labios. Pero mi sensación es que no me gustaría, incluso si mi agresora fue Salma Hayek, que por supuesto nunca lo sería.
Sé que habrá muchos que argumentarán que la «corrección política se ha vuelto loca», pero la misma joven enfermera hizo evidente que, mientras que ella entendió que el acto sucedió por el estado de ánimo del momento, el beso no fue bienvenido. Sospecho que hoy la imagen la habría mostrado empujando al marinero con fuerza. Más tarde ella tal vez lo habría avergonzado en Facebook. Tal vez hasta la policía local podría haberse interesado. Teniendo en cuenta que el hombre acababa de ganar una guerra, probablemente se le habría dejado pasar con una precaución y los columnistas furiosos del New York Daily News habrían despotricado contra la corrección política. Pero no nos equivocamos al creer que nadie tiene el derecho de tomar y besar a quien quiera.
Las imágenes que admiramos no sólo dicen algo acerca de los sujetos. Dicen algo sobre lo que alguna vez fuimos y — cuando nos detenemos a pensarlo — lo que ya no somos.