El presidente electo podría aliviar el dilema de los padres si continuara suavizando las propuestas de su campaña y enfatizando, como en lo hizo en su discurso de victoria, la unidad por sobre la división. Probablemente, sin embargo, su temperamento volátil persistirá, causando ofensas. Explicar al señor Trump será, sin duda, un largo desafío.
Por Roula Khalaf
Un par de días después de las elecciones presidenciales, mi hijo de siete años –sintiéndose orgulloso- me mostró un dibujo. Había esbozado dos formas desaliñadas que tenían la forma de casas. En la primera, escribió “Pizza Express”, donde habíamos almorzado ese día; en la segunda, anotó “Trump, Presidente”, y dibujó un par de manos arrancando plantas del suelo. Cuando le pregunté qué quería decir, se encogió de hombros.
No sé qué estaba pasando en su cabecita, pero era claro que las discusiones sobre Trump y el cambio climático (que habíamos tenido en casa), junto con el bombardeo mediático de CNN y Fox News, habían tenido un efecto en su consciencia. Unos días antes, me vi obligado a decirle que ese hombre, con el pelo amarillo gracioso, y de mal temperamento, había ganado la elección.
Mi hijo es demasiado joven para entender de política, y además no votamos en los Estados Unidos, así que, en estricto rigor, no había razón para obsesionarse con el dibujo. Pero yo había estado pensando acerca del dilema de esos padres norteamericanos cuyos hijos –por un largo tiempo- habían escuchado al señor Trump, en múltiples ocasiones, abogar por lo contrario de lo que a ellos les enseñaron (ya sea en relación a su apoyo a la tortura o sus comentarios ofensivos sobre las mujeres).
Muchas familias norteamericanas están celebrando el ascenso de Trump al poder, especialmente como expresión de la liberación de un establishment que los había ignorado por mucho tiempo; por cierto, es probable que les digan a sus hijos que el presidente electo no quiso decir muchas de las cosas que dijo durante su campaña. ¿Pero cómo aquellos que votaron en contra del magnate le pueden explicar a los pequeñitos que los adultos han destrozado el mundo? Ahora que Trump es presidente, ellos también deben estar diciendo que hay que respetarlo, incluso cuando ellos mismos están haciendo un esfuerzo sobrehumano por darle sentido a la mezcla de ira que lo impulsó hacia la Casa Blanca.
Las familias negras, latinas y musulmanas tienen el trabajo más duro. De acuerdo con el Centro Judicial de Pobreza –un grupo que lucha por los derechos civiles, la retórica de la campaña había producido un “alarmante nivel de ansiedad y miedo” entre los niños de color, y aumentaron las tensiones étnicas y raciales en las salas de clase. Después de la elección, algunos colegios, e incluso iglesias, sintieron la necesidad de clarificar que la retórica de Trump acerca de las mujeres y las minorías contradecía a los valores americanos.
Recuerdo una situación similar, aunque menos grave, en el Reino Unidos después de la votación para abandonar la Unión Europea. Las familias europeas estaban consternadas: sus hijos se sentían menos acogidos en un país que consideraban su hogar. Unas semanas atrás, me encontré con un artículo en una revista –dirigida a la población francesa residente en Londres- que ofrecía consejos a los padres cuyos hijos se habían ido a la cama, una noche, sintiéndose “europeos”, y se despertaron al día siguiente con la sensación de ser “extranjeros”. Permítales sentir sus preocupaciones y temores, aconsejó el escritor.
Uno de los muchos paralelos entre Brexit y Trump –más allá de la rabia y de la mentalidad insurgente de muchos votantes- es el voto joven. En ambos casos, el voto juvenil respaldó el status quo en lugar de un cambio radical. Según las encuestas, el 55% de los votantes entre los 18 y 29 años votó por Hillary Clinton, en comparación con el 37% que votó por Trump.
El presidente electo podría aliviar el dilema de los padres si continuara suavizando las propuestas de su campaña y enfatizando, como en lo hizo en su discurso de victoria, la unidad por sobre la división. Probablemente, sin embargo, su temperamento volátil persistirá, causando ofensas. Explicar al señor Trump será, sin duda, un largo desafío.
Durante el fin de semana, le pregunté a dos amigos americanos, ambos simpatizantes de Clinton y padres de niños de 11 años que viven en áreas que apoyan a Trump, cómo se las estaban arreglando.
“Les digo a mis hijos que ahora es presidente y que tenemos que ver cómo lo hace”, dijo el primero, “pero también le explico que el solo hecho de que sea electo no lo hace grandioso; que eso tiene que decidirlo la historia”.
Mi segundo amigo está adoptando una táctica diferente. Ella me dice que le enseña a su hijo que no debe “creer las mentiras” y que no debería “apoyar a un hombre que le faltaba, groseramente, el respeto a las mujeres, los discapacitados y el medio ambiente”. También le decía que, por mucho que sea difícil entender cómo alguien puede votar por él, “hay que aprender a amar a la gente a pesar de sus creencias políticas”.
Una amiga de Manhattan me envió un artículo de su hija, de 17 años. “Después de Obama, estaba segura que íbamos progresando hacia una nueva sociedad”, escribe. “Ahora retrocedimos. La verdadera pregunta es cuánto tiempo nos tomará volver a ese futuro –si es que alguna vez existió”.