Cuatro nuevos libros sugieren formas de reducir las emisiones que no dependen de Trump. En 100 años, cuando los historiadores intenten entender cómo las autoridades de hoy manejaron el enorme problema del cambio climático, los últimos 18 meses seguramente serán desconcertantes.
Por Pilita Clark*
Éste es un período que comenzó en diciembre de 2015 cuando casi todos los países del mundo adoptaron el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, aclamado por el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, como uno de sus mayores logros. A ese novedoso acuerdo le siguieron otras dos importantes acciones mundiales el pasado mes de octubre: el primer acuerdo de la aviación internacional contra el cambio climático y un pacto para eliminar gradualmente los hidrofluorocarbonos, que contribuyen al calentamiento global. Mientras tanto, los inversionistas abandonaron los combustibles fósiles. El uso de energía verde está creciendo exponencialmente. Las grandes empresas adoptaron sus propias metas inspiradas en el Acuerdo de París para reducir las emisiones.
Entonces llegó noviembre, cuando los electores de la mayor economía del mundo eligieron a Donald Trump, un hombre que una vez había calificado el calentamiento global como un fraude y había prometido retirarse del Acuerdo de París. La presidencia de Trump comenzó en enero, justo cuando los científicos confirmaron que el año 2016 había sido el año más caluroso a nivel mundial que se haya registrado. Los océanos se habían calentado, el hielo marino se había derretido y los arrecifes de coral se habían blanqueado conforme las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera aumentaron a nuevos niveles máximos.
En respuesta, Trump llenó su administración de defensores de los combustibles fósiles y luego, la semana pasada, retiró a EEUU del Acuerdo de París, un acuerdo que describió como «no vinculante» y «draconiano». «Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París», dijo Trump a una multitud de simpatizantes en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca.
Cuatro libros recientes sugieren que Trump no prevalecerá. Juntos, imaginan un futuro en el que los avances tecnológicos, las cambiantes fuerzas del mercado, las ciudades empoderadas y los individuos decididos apresuran un alejamiento del carbón, el petróleo y el gas, con o sin la participación de los gobiernos nacionales.
El más importante entre ellos es «Burn Out: The Endgame for Fossil Fuels’, del economista de la Universidad de Oxford Dieter Helm. Este libro sorprenderá a quienes siguen de cerca al influyente Helm, a cuyo asesoramiento sobre energía ha sido solicitado por los gobiernos de toda Europa. Ha sido mordaz sobre el costo y el impacto de las energías renovables de hoy, criticando el «circo» de negociaciones en materia de cambio climático de la ONU y defendiendo el gas como una importante respuesta a corto plazo.
Esas opiniones aún se encuentran en Burn Out, pero su mayor argumento es que tres «sorpresas predecibles» señalarán la desaparición paulatina de los combustibles fósiles que actualmente suministran más del 80 por ciento de la energía mundial. La primera ya ha ocurrido: el final del «superciclo» de los productos básicos impulsado por China y la caída de los precios del petróleo que comenzó a finales de 2014. Los precios del petróleo son de alrededor de US$50 por barril actualmente, menos de la mitad de lo que eran a mitad del año 2014, y Helm piensa que esto puede ser la «nueva normalidad».
Esto es, en parte, a causa de su segunda y tercera sorpresas predecibles: el aumento de la presión para luchar contra el cambio climático y el avance de las nuevas tecnologías, desde los coches eléctricos hasta los paneles solares más potentes y las impresoras 3D. «Las tres juntas resultará en una transformación radical y el fin de los combustibles fósiles», escribe.
Helm se apresura demasiado a condenar las subvenciones a la energía verde y otras formas de acción contra el cambio climático que ya están contribuyendo a impulsar algunos de los acontecimientos que describe. Su libro habría parecido más profético si hubiera sido escrito cinco o incluso dos años atrás. Hoy en día, las propias compañías de combustibles fósiles aceptan que el mundo ha comenzado una imparable transición energética.
Sin embargo, Burn Out es esclarecedor, entre otras cosas porque Helm analiza los posibles ganadores y perdedores en la transición. EEUU y Europa deben ser grandes vencedores, dice, en parte gracias a sus sociedades abiertas, diversificadas y su sed de innovación tecnológica. Probablemente los perdedores incluyan a Rusia, que padece de la maldición de los recursos, y las autocracias del Medio Oriente, dependientes del petróleo.
Otros dos libros tienen una solución diferente para salvar el planeta: las ciudades. Más de la mitad de la población mundial ahora es urbana, y produce colectivamente más del 80 por ciento del PIB mundial y al menos el 70 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, el aumento de la riqueza de las ciudades aún se ve superado por el peso político de los gobiernos nacionales y estatales que han luchado para frenar el cambio climático. Esto puede explicar la serie de alianzas de ciudades conscientes del uso de las energías renovables que ha aumentado discretamente en los últimos años, tales como el Pacto Mundial de Alcaldes, Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, y C40.
Un nombre que figura en muchos de estos grupos: el ex alcalde de tres períodos de la Ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg, un prominente defensor del clima que adoptó una serie de medidas ecológicas durante su mandato, desde establecer un sistema de bicicletas compartidas hasta pintar las azoteas negras de color blanco, reflectante de calor. Ha sido coautor de ‘Climate of Hope’ junto con Carl Pope, ex presidente del grupo ambientalista estadounidense de Sierra Club, en lo que equivale a una meditación extendida sobre el enfoque tecnocrático y proempresarial hacia la acción climática.
Olvidemos las advertencias ecológicas alarmistas de los activistas y los debates cansinos sobre el cambio climático en Washington, dicen. Observemos, en cambio, cómo las políticas sobre el clima también crean lo que la gente quiere: más empleos, un aire más limpio, menores facturas de energía y en general una mejor calidad de vida urbana.
Bloomberg y Pope se muestran brillantes cuando ofrecen ejemplos concretos de gobiernos locales que superan los obstáculos en el camino hacia la reducción de emisiones. Una de las cosas más importantes que un alcalde puede hacer, por ejemplo, es construir sistemas de transporte público más limpios que reduzcan la contaminación y la congestión vial. Las ciudades a menudo carecen de las calificaciones crediticias necesarias para financiar dichos proyectos, especialmente en los países más pobres. ‘Climate of Hope’ explica cómo el Banco Mundial ayudó a la capital peruana de Lima a conseguir una mejor calificación crediticia que le permitió a la ciudad recibir un préstamo de US$130 millones para modernizar su sistema de autobuses de tránsito rápido. Calcuta, en India, se encuentra entre otras ciudades que están tomando medidas similares.
Aquellos que buscan un marco intelectual para semejantes acciones podrían recurrir a ‘Cool Cities’ de Benjamin Barber, un teórico político y autor estadounidense quien murió en abril. Aquí desarrolla los temas que formaron la base de su bestseller de 1995, ‘Jihad vs McWorld’, argumentando en favor de modelos de democracia más descentralizados que empoderen las organizaciones locales y les den menos peso a los estados-nación.
Barber argumenta que los gobernantes soberanos ya no están cumpliendo con la parte del trato en la que se basa su legitimidad, porque no protegen a los ciudadanos de la amenaza de un cambio climático desastroso. Al mismo tiempo, las ciudades cada vez más ricas tienden a ser «más ‘progresistas’ y cosmopolitas» que los estados, que a menudo están vinculados a intereses rurales y suburbanos.
Los centros urbanos abogan por los derechos de los homosexuales, el control de las armas de fuego y, cada vez más, por las acciones contra el cambio climático. Sin embargo, estos objetivos son a menudo bloqueados por lo que Barber ridiculiza como «un gobierno nacional paralizado y parroquial que alguna vez pretendió representar ‘valores universales'».
La solución de Barber radica en grupos como el Parlamento Mundial de Alcaldes, que se reunió por primera vez en septiembre de 2016 en La Haya, una acción que él describe como «un paso trascendental, aunque parcial, en el camino hacia el empoderamiento urbano». Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿pueden miles de ciudades muy diferentes realmente llegar a un acuerdo colectivo sobre cómo reducir sus emisiones? Y, lo que es más importante, ¿por qué a esta multitud le iría mejor que a cualquiera de los casi 200 países que han pasado más de 20 años tratando de negociar un acuerdo climático global importante?
Barber desestima el Acuerdo de París. Bloomberg y Pope piensan que las ciudades contribuyeron a reforzarlo. Ellos sugieren en ‘Climate of Hope’ que una cumbre de ciudades celebrada en París mientras se estaba negociando el acuerdo global influyó en la inclusión en ese acuerdo de una disposición sobre notificación, lo que permitió que se monitorearan los progresos alcanzados por cada nación en la reducción de las emisiones. Esto va a ser noticia para los negociadores de los gobiernos nacionales quienes pasaron años solucionando precisamente este punto polémico durante el período previo a la adopción del acuerdo.
Aun así, las ideas tanto en ‘Cool Cities’ como ‘Climate of Hope’ de repente están siendo puestas a prueba por la realidad a raíz de la decisión de Trump de retirarse del Acuerdo de París. A las pocas horas de la decisión, los gobiernos municipales de todo el mundo iluminaron sus edificios de verde en protesta y declararon que trabajarían para cumplir los objetivos del acuerdo.
Michael Bloomberg dijo que él y otros grupos proporcionarían hasta US$15 millones para ayudar a tapar la brecha financiera dejada por la retirada de Trump del acuerdo mundial contra el cambio climático. El alcalde de Pittsburgh, Bill Peduto, denunció el intento del presidente de invocar la historia siderúrgica de su ciudad. Pittsburgh era ahora un estudio de caso en la revitalización ecológica, dijo, agregando que el número de ciudades estadounidenses que están adoptando los objetivos de París se había disparado a raíz de la decisión de Trump.
Esto nos lleva a otra pregunta: ¿pueden las personas comunes marcar alguna diferencia en cuanto al clima? Más de lo que usted piensa, dice Brett Favaro, un investigador científico en Canadá, quien escribió ‘The Carbon Code: How You Can Become a Climate Change Hero’. Más guía práctica que arenga, el libro explica en términos directos y refrescantes cómo los avances tecnológicos están facilitando y abaratando el uso de las energías renovables.
Es posible averiguar qué dispositivos de su hogar consumen más electricidad, por ejemplo, con dispositivos como el medidor Kill-a-Watt, que da una lectura digital de cualquier cosa que pueda enchufarse a una toma de pared. También es cada vez más sencillo encontrar lavavajillas, frigoríficos y otros electrodomésticos con etiquetas que explican cuánta energía utilizan.
Luego está el coche eléctrico, un producto que apenas era posible comprar en su forma actual hace ocho años, pero que ahora está disponible de segunda mano. Favaro dice que él y su esposa compraron recientemente un Chevrolet Volt de 2012 para sustituir su Honda Accord de 2002 y ahora gastan US$20 al mes en electricidad para cargarlo, en lugar de US$200 al mes en gasolina para el Accord.
El consejo del libro sobre la carne es más riguroso. La carne de res, señala Favaro, «es el carbón de los alimentos», un enorme caso atípico en términos de la cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten para producirla. Es mejor comer pescado en su lugar. Los vuelos y cruceros de recorridos largos también son preocupantes, pero no están prohibidos por los cuatro principios del código de emisiones de carbono que Favaro ha ideado: reducir el uso del carbono tanto como sea posible; sustituir las actividades que utilizan mucho carbono por aquellas que utilizan menos; obtener el mayor beneficio de cada unidad de carbono emitida; y compensar su propio consumo de carbono.
La lógica que sustenta su lista es que es prácticamente imposible evitar completamente el uso de combustibles fósiles y aun así formar parte de la sociedad moderna. En lugar de aspirar a la perfección, se debe hacer lo mejor posible y tratar de convencer a nuestras familias, empresas y gobiernos más cercanos de que sigan el ejemplo.
Esto no es de ninguna forma toda la respuesta al cambio climático, y el optimismo que impregna los cuatro libros puede resultar tan equivocado como la idea de que Trump no tenía posibilidades de convertirse en presidente de EEUU. Sin embargo, subrayan cuán aislados pueden volverse los líderes como Trump si ignoran el alejamiento de los combustibles fósiles que el resto del mundo parece decidido, o predestinado, a perseguir.