El microbiólogo Peter Piot está en una buena posición para detectar las últimas amenazas para la salud humana.
Por Alicia Clegg*
Peter Piot apunta hacia un arma que monta guardia junto a su chimenea. «Ésa es la espada que se ve en la imagen. Fue un regalo de despedida del jefe de una aldea». La imagen, que cuelga cerca de la escalera que conduce al sótano, muestra a un sonriente Piot de 27 años de edad, con una tupida barba y el regalo recién recibido. Era 1976, y él había volado hasta Yambuku, en la zona rural de Zaire (ahora República Democrática del Congo, RDC) para estudiar una misteriosa enfermedad. Al no saber cómo llamarla, los investigadores le dieron el nombre de un río cercano: Ébola.
Piot es el director de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM, por sus siglas en inglés) y ex director ejecutivo del ONUSIDA. Su casa, una casa georgiana en el noreste de Londres que comparte con su esposa antropóloga Heidi Larson, se sitúa en un punto en que la calle pasa de deteriorada a elegante. En el interior, los objetos reflejan las carreras itinerantes de la pareja: los objetos de cerámica japonesa, una máscara de antílope congoleña, artesanías melanesias y una pared cubierta con pinturas suwer senegalesas — ilustraciones pintadas en vidrio — representando las aventuras del héroe de la infancia de Piot, Tintín. En el comedor, un terrón gigante de sal de roca, un recuerdo de Tombuctú, ocupa un lugar privilegiado en un aparador trasladado desde el pequeño pueblo en Flandes en el que Piot creció. «Cuando yo tenía 10 años», dice, «tenía un único objetivo en la vida, y era salir de allí».
Como joven microbiólogo en el Instituto de Medicina Tropical de Amberes, la aventura llegó a él en un pequeño matraz azul de Kinshasa. El frasco contenía una muestra de sangre de una monja misionera que había muerto de una enfermedad hemorrágica. Bajo el microscopio de un colega, la muestra reveló una estructura con la apariencia de un gusano, la cual los Centros de Control de Enfermedades en Atlanta confirmaron que era un virus nuevo y desconocido.
Semanas más tarde, Piot estaba en Zaire, siendo el miembro más joven de un equipo internacional de investigadores apresuradamente ensamblado. Allí contribuyó a la investigación de la transmisión del Ébola, proporcionando la base para las estrategias de contención utilizadas en aquel momento y en la epidemia de África occidental en 2014.
Piot, ahora de 68 años, ha estado en compañía de la muerte y las enfermedades durante décadas. Sin embargo, mientras recorremos su jardín con hierbas, azaleas y fragantes rosas inglesas antiguas, es fácil imaginarlo como un colegial inquisitivo. «Crecí en el campo. . . ». Se interrumpe, escarbando el suelo. «A veces vienen las zorras. Sembré algo aquí, pero ya no está. . . ¡No pise mis tulipanes!». Demasiado tarde. Una floración aplastada yace boca abajo sobre el camino. «No hay problema. No hay problema», dice amablemente, antes de añadir: «¡En EEUU la demandarían!».
Después de su trabajo con el Ébola, Piot regresó a Amberes y se especializó en enfermedades de transmisión sexual. Dirigió una clínica en el instituto que atraía a africanos con los medios para tratarse con médicos occidentales. A principios de la década de 1980, comenzó a ver pacientes masculinos y femeninos de la región con síntomas misteriosamente parecidos a un devastador síndrome que se había reportado entre jóvenes hombres homosexuales en EEUU. En 1983, regresó a Zaire a investigar si era la misma enfermedad.
En Kinshasa descubrió las salas de los hospitales repletas de hombres y mujeres jóvenes desesperadamente enfermos, y decidió hacer de la lucha contra la enfermedad el trabajo de su vida. También realizó un programa de análisis de sangre que proporcionó pruebas sólidas, en contradicción con la ortodoxia médica, de que la denominada «enfermedad de los homosexuales» — SIDA — podía infectar a cualquiera. ¿Por qué a un virus le interesaría la orientación sexual de alguien? «Desde la perspectiva del virus, el sexo entre los seres humanos es sólo una manera de encontrar a otro huésped».
El despacho de Piot es un espacio lleno de luz con vistas al jardín. Una sobrecubierta enmarcada de su autobiografía de 2012, No Time To Lose (No hay tiempo que perder), cuelga de su escritorio. En ella describe su nombramiento, en 1994, como director fundador de ONUSIDA, el Programa de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA, y su indignación ante las disputas por el poder que presenció ante la descontrolada calamidad. También es franco sobre su ingenuidad política. «Durante los primeros cuatro años o algo así, tuve un enfoque bastante académico. Pensé que recogíamos las pruebas y presentábamos los datos pero que no lográbamos nada».
Para obligar a los gobiernos a tomar medidas, ONUSIDA necesitaba tácticas más inteligentes. Cuando Richard Holbrooke, el entonces embajador de EEUU ante la ONU, visitó la región de los Grandes Lagos de África en noviembre de 1999, Piot alentó a los activistas que luchaban contra el SIDA a abordarlo en todo momento. Horrorizado por los inmensos sufrimientos, Holbrooke presionó para garantizar que el SIDA se convirtiera en el foco de la primera reunión del Consejo de Seguridad de la ONU del nuevo milenio. El encuentro marcó un punto de inflexión, y reposicionó el SIDA en África como una catástrofe económica que amenazaba la estabilidad regional. «Aprendí que sólo hay dos cuestiones que importan en la política a gran escala y son el dinero y la seguridad».
Como director de ONUSIDA, cargo que ocupó hasta 2008, Piot visitó Roma donde convenció a funcionarios del Vaticano de abstenerse de difundir información errónea acerca de los condones, y visitó palacios de presidentes y dictadores. Trabajó con activistas contra el SIDA y la Organización Mundial del Comercio para cambiar las normas sobre la propiedad intelectual y permitir que las naciones pobres importaran versiones genéricas de medicamentos aún bajo patente. También negoció acuerdos con las empresas farmacéuticas para que redujeran el precio de los tratamientos del VIH en los países en desarrollo, utilizando el Foro Económico de Davos como medio para colarse en las ciudadelas corporativas. «En Davos, pudimos hablar con los ejecutivos de las compañías farmacéuticas. . . sin sus abogados y administradores. Les dijimos que podían ser como las compañías de tabaco o podían evitar que la gente muriera».
La sala de estar donde hablamos, disfrutando tazas de té verde, es un espacio favorito para las fiestas. Muchos de los estudiantes de la LSHTM son de África, y en Navidad la pareja organizó una gran fiesta para aquéllos que no pudieron irse a casa. «Empezamos con música congoleña, pero, como solemos hacer, terminamos con Bob Marley».
El lema de la LSHTM es mejorar la salud en todo el mundo. ¿Le deprimía el voto en favor del Brexit? «Me enojé mucho, porque creo que es completamente estúpido y miope; pero ya eso es algo del pasado». Ahora, espera que se pueda lograr un acuerdo que les permita a los científicos británicos mantener el acceso a los mecanismos europeos de financiación de investigaciones, y que el gobierno abandone su política de incluir a estudiantes extranjeros en su meta de migración neta. Persistir implica que «Gran Bretaña no está abierta a los negocios».
Él sigue siendo un activista en pro de la salud mundial. Apenas el mes pasado la RDC informó de un nuevo brote de Ébola. La batalla contra el SIDA, que aún hoy mata a más de 1 millón de personas al año, continúa. En algunas partes de África, el mayor problema, dice, es que los hombres mayores infectan a las mujeres más jóvenes. En la comunidad homosexual de Londres, conforme se borran los recuerdos de los funerales de los años ochenta, la complacencia ha sustituido el miedo al SIDA: «La gente piensa: si me da, me tomo unas pastillas». Él apoya la profilaxis pre-exposición (fármacos que se administran de manera preventiva) para aquellas personas con alto riesgo de infección por VIH, pero advierte que «todavía se deben utilizar en combinación con otros métodos de prevención».
En la cocina, me detengo a admirar a Snowy, un juguete réplica del compañero canino de Tintín, y un favorito de la nieta de dos años de Piot, quien vive cerca de ellos en Islington. Piot menciona nuevas batallas que se deben librar como las repercusiones en la salud provocadas por el cambio climático. «¿Cuáles serán los efectos sobre la salud y el desarrollo del cerebro de respirar aire contaminado?», reflexiona. Luego agrega: «Pero, siempre soy optimista. En la década de 1950 tuvimos smog y tomamos medidas. . . si actuamos ahora, podremos salvar muchas vidas».
Una exuberante pintura de un camaleón que cuelga en el estudio de Peter Piot — un hallazgo fortuito en Nairobi — tiene un significado especial para él como una lección de vida. «A mí me fascinaban los camaleones, y a mi hijo mayor también».
Durante los momentos más álgidos de la epidemia del SIDA, un colega le habló de un rito de iniciación en Malí en el que los muchachos adolescentes reciben un camaleón para que lo observen y aprendan de él. «El camaleón cambia de color y es adaptable». Sin embargo, esta criatura siempre mira hacia adelante, explorando su entorno y manteniendo a su objetivo. «Cuando estoy en una situación difícil, a veces me pregunto, ‘¿Qué haría el camaleón?'».