
La vejez está de moda
Hace unos días me enteré de la iniciativa que una empresa española con presencia en Chile, que brinda servicios de seguridad y limpieza entre otros, desarrolló para un grupo de trabajadores mayores.
Se trató de talleres de autocuidado y de habilidades laborales que buscaban potenciar el rol de los trabajadores mayores, reconocerlos por su entrega a la empresa, ayudarlos en su proceso de envejecimiento, mostrarles que la vejez puede ser una etapa llena de desafíos y oportunidades en la que pueden seguir totalmente activos y funcionales.
Y los resultados del taller son sorprendentes. Sorprendentes porque es increíble y gratificante ver que los conocimientos gerontológicos que se adquieren en la universidad y en el ejercicio de la profesión impactan positivamente en la vida de las personas.
En los talleres participaron cerca de 30 personas de entre 70 y 86 años, todos trabajadores en las áreas de seguridad y limpieza. Y claro, en el comienzo llegaron dudosos, no sabiendo muy bien de qué se trataba esto de “los talleres para los viejos”, pero de apoco se soltaron y fueron incorporando conceptos como autoestima, independencia, autovalencia, autocuidado. Fueron convenciéndose de que la edad no era un impedimento para, por ejemplo, hacer deporte o presentarse a un concurso literario.
En el desarrollo de los talleres se descubrieron deportistas, escritores, cocineros, actores que se atrevieron a compartir sus hobbies sin temor al qué dirán y orgullosos de poder, a su edad, seguir desarrollando habilidades.
Me contaban que un participante de 86 años, que en su juventud fue muy deportista, volvió a practicar la natación pese a las dificultades de salud que tiene y que, tal como él dijo, “si voy con cuidado y con calma, puedo nadar sin problema”. Y claro, si la edad por sí sola no es impedimento para hacer cosas, para emprender, trabajar, estudiar, enamorarse.
Y también los talleres permitieron descubrir trabajadores mayores que actúan como consejeros de sus compañeros más jóvenes, incluso de sus jefes (que también son más jóvenes); personas responsables, puntuales, empáticas, que se preocupan de dignificar su lugar de trabajo con detalles tan obvios para algunos como la buena presencia, la sonrisa en el rostro al saludar, la atención amable.
Trabajadores mayores que si bien al inicio del taller no se consideraban valiosos, al finalizar la iniciativa se reconocieron como un aporte y reconocieron que la empresa se preocupaba de ellos de la misma forma que se preocupa de los más jóvenes.
Los mismos supervisores reconocieron que los talleres habían generado un cambio. Los viejos están más contentos, más sueltos, más comprometidos con la empresa. Trabajan mejor y más felices. ¿Cómo entonces, no va a ser necesario invertir un poco en los trabajadores mayores?
En este caso fueron 30 trabajadores, pero los resultados los ven esas 30 familias, los compañeros de trabajo, los jefes, los amigos.
Que la organización se preocupe de sus mayores no solo impacta a los trabajadores y a la organización haciéndola más humana, más productiva, más responsable socialmente. El impacto de iniciativas destinadas a las personas mayores se amplifica y son cientos de personas las que pueden ver sus efectos y comprobar, por sí mismas, que la vejez no es esa etapa tan terrible de soledad, aburrimiento y enfermedad.
La mejor manera de hacernos cargo del envejecimiento demográfico, de generar instancias para que nuestros viejos sean incluidos y tratados con respeto, de generar de verdad una sociedad en la que todas las edades tengan cavidad y, de paso, allanar el camino para que los jóvenes sean los viejos del mañana es ésta: trabajando con las actuales personas mayores, incluyendo a las empresas y organizaciones, entregando herramientas para que las actuales personas mayores se mantengan autónomas, independientes, saludables, activas y demuestren, con su ejemplo, que la vejez está de moda.