No hay persona en nuestro país que no haya sentido o escuchado el relato de alguien, con la sintomatología propia de la incertidumbre próxima donde el futuro no aparece. Dificultades para dormir, conciliar el sueño o mantenerlo; la sensación de ahogo; taquicardias; agotamiento, tensión muscular, crisis de pánico o trastornos psicosomáticos son así propios de una angustia Covid-19.
La incertidumbre, vivencia de desprotección y la sobrecarga física y emocional son los principales factores en el deterioro de la salud mental. Como pocas veces estamos esforzándonos al máximo pero la retribución es más que nunca, difícil y escasa.
Frente a este grave escenario, “es urgente y necesario promover tanto estrategias personales de autocuidado como estrategias colectivas de solidaridad para dar alivio a quienes padecen. Evitar el aislamiento y la exclusión social debe ser tanto un esfuerzo personal como social”, sostiene Francisco Flores, psicólogo y director de ONG Mente Sana.
Por ello, agrega, es “urgente identificar, de la misma forma que se hace con los posibles contagios, cuales son los grupos más vulnerables, así como establecer medidas en esa dirección, desde una mirada integral”.
Si el principal temor en el primer tiempo de la pandemia era en relación al riesgo de enfermar y morir, ahora el miedo esencial es a la incertidumbre respecto a la existencia diaria, y el temor que no permite a las familias, hacer frente a las necesidades básicas cotidianas o sostener el modo de vida, producto de esfuerzos de años. “Cuando este temor que es más grande que a la enfermedad, las conductas de riesgos aumentarán, ante un futuro que aún no aparece”, sentencia.
No hay persona en nuestro país que no haya sentido o escuchado el relato de alguien, con la sintomatología propia de la incertidumbre próxima donde el futuro no aparece: desde dificultades para dormir, para conciliar el sueño como para mantenerlo; la sensación de ahogo; taquicardias; agotamiento, tensión muscular, crisis de pánico o trastornos psicosomáticos, propios de una angustia Covid.
Ejemplo de ello, es que hoy se ve la feminización de la precariedad, donde las mujeres tienen más del doble de probabilidad de experimentar algún tipo de síntoma o padecimiento psíquico. “Lo que la pandemia ha reducido son redes de ayuda y colaboración: el cierre de colegios y jardines, el rol de los abuelos, cuidadores externos, que impactan en mayor sobrecarga. Y la insuficiente ayuda estatal no ha podido reparar o ayudar a suplir la demanda de seguridades básicas”, agrega el especialista.
Otro de los grupos gravemente afectados en más de un año de pandemia, ha sido la falta de atención de los niños y niñas. “La situación es tan paradójica que existen medidas para mascotas, pero no para ellos, siendo una franja horaria para actividades familiares con los más pequeños una medida urgente que debiese llevarse a cabo”, explica el director de la ONG.
De igual forma, hoy los estudios indican que ansiedad, estrés e ira han sido una grave secuela del el impacto del Covid-19 en la salud mental de estudiantes universitarios de nuestro país, por la denominada fatiga zoom y la alta virtualización de sus vidas.
“Por otra parte, las cifras nos hacen ser testigos de una especie de darwinismo silencioso, donde los que mas enferman y mueren, son aquellos que habitan en comunas populares y más vulnerables. La vivencia sostenida de vulnerabilidad y desprotección es un combustible para situaciones de desbordes, tanto personales como sociales”, reflexiona Flores.
Sin embargo, existen consensos que pueden permitir comenzar a restituir un lazo social, que no siga la tendencia de la impotencia de la política, generando marcos de confianza y consensos vitales. La sociedad chilena está a la espera de un amplio acuerdo social de protección y custodia vital, tal como fue posible uno para la elaboración de una nueva constitución.
De esta forma, el rol del Estado resulta crucial; generando medidas de reparación, asistencia y acompañamiento. “Pero no solamente mayores coberturas de atención en apoyo terapéutico, sino también, por una parte, políticas públicas que apunten a que los efectos de la pandemia no se prolonguen o intensifiquen; y por otra, un sentido que permita un futuro posible de vislumbrar”, finaliza el especialista.