El 14 de mayo se celebra el Día de la Madre, mientras que desde 2016, el primer domingo de mayo se conmemora el Día de la Salud Materna. Ambas fechas enfatizan la importancia del autocuidado y bienestar mental de las madres y cómo trastornos o problemas podrían afectar la estabilidad de los hijos.
Según diversos estudios, los trastornos de la salud mental de las madres podrían tener un impacto significativo en la de sus hijos e hijas. Se ha demostrado que existe una relación entre depresión materna y depresión infantil y ansiedad.
Además, se ha observado que el estrés de la madre, que se produce como resultado de los desafíos que conlleva la crianza de un niño o niña, es un factor clave que vincula parcialmente la depresión materna con los trastornos del estado de ánimo de las y los hijos.
Según los datos recopilados, se estima que una de cada diez mujeres que dan a luz padece depresión posparto, y una de cada cinco experimenta algún tipo de trastorno del estado de ánimo durante su embarazo. Asimismo, después del parto, entre el 30 y el 75% de ellas, sufren de “melancolía puerperal”, una alteración anímica leve y breve pero que puede persistir.
La salud mental materna es crucial para garantizar el bienestar de las y los hijos, y a menudo se subestima su importancia. El psiquiatra experto en trastornos del ánimo y director del Centro Clínico del Ánimo y la Ansiedad, Raúl Sánchez, enfatiza que “los trastornos del ánimo que enfrentan las madres desde el embarazo hasta la maternidad deben tomarse en cuenta, ya que incluso se ha demostrado que las mujeres que padecen depresión posparto a menudo vuelven a sufrirla años después”.
Por otra parte, en las últimas décadas se ha reconocido que la relación de apego entre una madre y su hijo o hija se comienza a establecer durante el embarazo, lo cual es conocido como “apego prenatal”.
Su importancia radica en que existen asociaciones entre el apego prenatal y postnatal, lo que tiene significativas consecuencias en el desarrollo cognitivo, emocional y social del niño o niña en etapas posteriores. Esto se explica por la calidad en la relación madre-hijo y la capacidad que tiene ésta para captar y responder a las señales de apego del niño o niña después de su nacimiento.
La capacidad de la madre para regular los estados de estrés del o la lactante, calidad del cuidado y tipo de vinculación son primordiales, explica Daniela Toro, psicóloga experta del centro clínico.
“Desde el embarazo se comienza a generar un vínculo con el hijo o hija que está fundamentado en las diferentes representaciones mentales que la madre ha construido a lo largo de su vida. Estas representaciones están relacionadas con su propia historia con sus padres, incluyendo su experiencia previa en la crianza y en la construcción de vínculos afectivos con ellos”, explica.
“Así, desarrolla diferentes ideas acerca de sí misma como madre y también del hijo, basadas en sus experiencias previas, expectativas y otros factores, es decir, va creando este hijo imaginario”, agrega.
De acuerdo con los estudios, las representaciones pueden clasificarse en tres tipos: Seguro, ansioso e inseguro ambivalente. El apego seguro se refiere a un vínculo sano y seguro, el apego ansioso implica intentar hacer lo contrario a lo que ella vivió y el apego inseguro ambivalente es cuando las mujeres, en imitación a sus propias madres, desarrollan un comportamiento materno errático que genera vínculos confusos, lo que resulta en una maternidad angustiosa con sentimientos de apego y rechazo hacia el o la niña.
Desde la perspectiva del trauma relacional, se plantea que cuando una persona queda embarazada, se establecen diversas conexiones que necesariamente involucran sus propias experiencias como hija, así como sus relaciones con su propia madre y los estilos de crianza que ha experimentado. Esto se debe a la naturaleza del embarazo, que implica la creación de una nueva relación de cuidado y apego con el feto en gestación.
“Necesariamente vivir la experiencia del embarazo desencadenará en la madre elementos de su propia historia, así como reacciones derivadas de lo que ha vivido. Si estas experiencias previas incluyen traumas en las relaciones interpersonales, la conexión emocional con el futuro hijo puede verse gravemente afectada, lo que genera una sensación mucho más compleja y difícil de manejar”, sintetiza la psicóloga.