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Chilena que es mesera de cócteles y bartender hace más de diez años en Nueva York: “Entiendo al dueño del Baco”

Chilena que es mesera de cócteles y bartender hace más de diez años en Nueva York: “Entiendo al dueño del Baco”

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Carolina DiGiacomo
Por : Carolina DiGiacomo Periodista. Mesera de cócteles y bar tender hace más de una década. Reside en Nueva York, donde se ha tocado trabajar en exclusivos bares y restaurantes
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Aunque hace tiempo no vivo en Chile, siempre leo las noticias. Actualidad, política, farándula. Lo que sea que caiga en mis manos.

Esta semana me desayuné con la historia de -paren las prensas- que a Luis Larraín, ex presidente de la Fundación Iguales, no lo dejaron entrar al restaurant Baco porque andaba con hawaianas, y que le prestaron zapatos dos números más chicos, pero no le dijeron nada a su acompañante femenina. Él se preguntaba acerca de discriminación de género. El dueño del restaurant se defendió como pudo. Dio sus razones, que la verdad no le ayudaron mucho, porque habló de su sensibilidad a la belleza de las personas. Si fuera por esto, el Señor Larraín podría haber entrado al famoso restaurant sin problemas. También habló del respeto a los demás comensales. Por ahí me empezó a interesar más esta historia.

Antes de seguir, permítanme presentarme. La voy a hacer corta. Soy periodista, aparte de muchas cosas más que no vale la pena nombrar. Pero desde hace más de una década que he sido mesera de cócteles y bartender. Cuando empecé, como muchos chilenos que se van a trabajar a los cruceros, de esos que van al Caribe y Europa, no sabía nada. Nada. Me aprendí todos los tragos de memoria antes de partir en los barcos y pensé que con eso estaba al otro lado. Qué ingenua fui. Cometí todos los errores que pude cometer, y doy fe que es verdad que echando a perder se aprende. Aprendí muchísimo. Y por cosas del destino, terminé en NYC trabajando en lo mismo. Qué le voy a hacer. Me gusta la vida nocturna.

He servido tragos a jazzistas famosos, músicos de rock, cantantes. He atendido a ex presidentes, he tenido que balancear mi bandeja para pasar entre los guardaespaldas de un Primer Ministro. Le he servido Johnnie Walker Blue a un Príncipe Árabe y les he vendido botellas de tequila de 850 Dólares a banqueros de Dubai.

[cita tipo=»destaque»] El tácito dress code tácito es simple: para los hombres, no usar hawaianas o camisetas sin mangas. En ninguna parte, excepto en la playa o la piscina o un local de comida rápida o un takeout dejan entrar con alguno de estos vilipendiados elementos. ¿Por qué? Por una cuestión de higiene y estética. Por lo general, los hombres no se cuidan los pies tanto como nosotras las mujeres [/cita]

He progresado mucho. Ya no se me caen las cosas como cuando empecé y hasta ahora nadie ha reclamado por el servicio recibido.
En todos los lugares que he trabajado existe un dress code. En algunas partes este código es más rígido que en otras, pero siempre existe. Ya sea escrito en la página web o el tácito. El escrito puede ser chaquetas y corbatas para los hombres, vestidos de cóctel para las mujeres, etc. El tácito es simple: para los hombres, no usar hawaianas o camisetas sin mangas. En ninguna parte, excepto en la playa o la piscina o un local de comida rápida o un takeout dejan entrar con alguno de estos vilipendiados elementos. ¿Por qué? Por una cuestión de higiene y estética. Por lo general, los hombres no se cuidan los pies tanto como nosotras las mujeres, quienes preferimos no mostrar nuestros pies si no están en perfectas condiciones. Nadie quiere ver pies ni axilas peludas mientras está comiendo. Menos olerlos. Para todo hay un momento y un lugar. Pies y axilas peludas y restaurantes no se llevan bien.

Ustedes dirán: “Pero mi pololo/marido/amigo/Luis Larraín tiene los pies muy bonitos y bien cuidados”, y puede que tengan razón. Quizás su pololo/marido/amigo/Luis Larraín se preocupan de su higiene y presentación personal, pero ellos no son toda la población masculina, lo que me lleva a otro tema: la consistencia.

No hablo de la consistencia química. Aquí estoy hablando de la consistencia en el servicio. A los managers de los restaurantes les encanta este concepto. Se vuelven locos tratando de que el servicio sea de la misma calidad, ya sea que los comensales sean los primeros en llegar o los últimos en irse. La experiencia del cliente debe ser la misma. Nada de recibir un trato distinto porque llegaron 5 minutos antes de que cerrara la cocina.

No hay nada peor para el manager que escuchar del cliente: “pero la última vez que vine me sirvieron el trago en un vaso de Martini y ahora me lo sirvieron con hielo/ el plato sabía distinto la última vez que vine/ la otra vez ví a este señor usando chalas y ¿por qué ahora que yo vengo con chalas no puedo entrar?”.

Para eso se busca la consistencia en el servicio, para ahorrarse todas estas preguntas odiosas. Dicen que ley pareja no es dura. O es para todos o es para ninguno. Todos Iguales. Como el nombre de la fundación que presidía el Sr. Larraín.

Claro que a ningún adulto le gusta que le digan lo que puede o no puede hacer. He visto a gente retirarse indignada porque le han dicho que no pueden poner los pies en la mesa o en los sofás. Es como una vergüenza disfrazada de enojo. Pero no están en el living de su casa.

Yo entiendo al dueño del Baco. Entiendo a los chefs. Se esmeran en que los platos se vean de la manera en que ellos los pensaron, que los tragos sean igualmente atractivos y que la decoración del local sea acorde a toda esa visión. Quieren hacer del comer una completa experiencia y el comensal está pagando por todo esto, no sólo por la comida. Los precios de esta “experiencia” son el primer filtro de la clientela. El segundo es el dress code. Si el restaurant se ve elegante y bien cuidado, si los meseros usan corbata, es muy probable que usted también tenga que usarla. Y por último, por mucho calor que haga afuera, cualquier local, aunque sea de medio pelo, tiene aire acondicionado, así que no hay excusa para no usar zapatos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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