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Mujeres al borde de la misoginia Yo opino

Mujeres al borde de la misoginia

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María José Quesada Arancibia
Por : María José Quesada Arancibia Licenciada en Filosofía. Coordinadora general en El Mostrador
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La misoginia es un fenómeno social tolerado por gran parte de la población de manera inconsciente o pasiva. Se define como el odio o aversión hacia las mujeres y se manifiesta como síntoma también entre nosotras, generalmente de manera solapada en formas que usamos para referirnos y relacionarnos una con la otra.  

Operamos en la práctica cotidiana, querámoslo o no, en torno a estereotipos culturales que dependen del sistema socioeconómico padecido, es decir, somos producto del engranaje reproductor de convencionalidades, desigualdades, violencias y machismos disfrazados de normalidad.

Ante esta realidad poco alentadora, pongámonos bajo sospecha: ¿Cómo nos enfrentamos a la misoginia entre mujeres?

Nuestro comportamiento está trazado por relaciones orientadas a un deber ser y parecer, muchas de ellas sin darnos cuenta controladas por los cánones de belleza existentes, por ambientes familiares de corte conservador, por disposiciones laborales subyugadoras y desarrollo de competencias que reproducen la hostilidad entre las mujeres, en definitiva y grosso modo, por la historia de opresión que nos constituye.

El esfuerzo por visibilizarnos es arduo en este tejido societal machista que eclipsa nuestros modos de operar, los cuales muchas veces se ven reducidos a etiquetas que desacreditan al género y que finalmente se transforman en armas en contra de nuestra propia lucha. Así por ejemplo, utilizamos expresiones reduccionistas cuando nos referimos a la otra como la feminazi, la pacata, la cuica, la maraca, la loca, etc. Todas categorías con carga ideológica sin duda, pero también despectivas hacia la mujer y ni nos inmutamos, reproducimos desigualdad, no nos escuchamos ni preguntamos qué queremos, qué nos gusta y qué decidimos, (si es que alguna vez lo hacemos).

En Chile estamos llenas de episodios que grafican estas conductas, manifiestas también en el uso del lenguaje. Tenemos el fenómeno “es de cuica” por poner uno de infinitos ejemplos, caricatura  que permite horrorizarnos de nosotras mismas en nuestras banales aspiraciones. Otros síntomas también se perciben a diario en la publicidad, la televisión y la política, prácticas todas que reducen a la mujer a un objeto sexual o meramente reproductor.

Sin embargo, creo que esta estructura social y política agresiva también contiene su revés, y permite cuestionar la tradición y no tolerar dichas prácticas, la tarea es detectar los disfraces que muchas veces vienen envueltos en tratos delicados y bien simulados.

Entre mujeres practicamos mucho la misoginia y poco la sororidad, concepto tan de moda últimamente que me gusta entenderlo como solidaridad de género, en el sentido no de una discriminación positiva con etiquetas de “pobrecita” o “víctima a la que hay que darle una oportunidad”, más bien comprenderla en términos de compañerismo, aceptación y apoyo en sus convicciones.

Es importante que cada una analice los contextos de opresión en la que está inserta y tome conciencia a la hora de referirse a la otra -y a sí misma- para no a priori devaluar y así apostar por una diferencia de trato, un cambio de paradigma basado en otras categorías, diferentes a la sumisión y la cosificación de la mujer.

Tenemos una historia común: hay que contarla y afrontarla, visibilizar las contradicciones, romper con las etiquetas que por costumbre aceptamos y que nos anestesian con su frivolidad de afinidades que creemos elegir pero que no hacen más que ayudar a reproducir partes de esta estructura social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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