Tenía apena 52 años, pero era una especie de sobreviviente de la oscura generación del grunge, ese estilo que acabaría con el rock, el último gran movimiento de la cultura popular, del que Cornell fue un pionero.
Ojos azules profundos, cuerpo fibroso, el pelo a veces largo a veces corto, un genio, una voz potente y espectacular, que estremecía. Así era Chris Cornell. Se fue joven, nos dejó anoche con apenas 52 años y tras publicar en sus redes sociales su felicidad por la camaradería que se vive en una banda de rock. Soundgarden, el grupo con el que marcó a la generación de los 90, estaba junto otra vez y anoche, cuando falleció, estaba de vuelta en la habitación de su hotel tras tocar en Detroit. El viernes debían seguir la gira en Columbus, Ohio.
Pero eso no sucederá. Porque el líder, aquel que confesó ser adicto al alcohol y a las drogas (una vez dijo creer ser un precursor del consumo de oxycontin), también líder de Audioslave y Temple of the Dog, habría decidido, aparentemente, quitarse la vida. Al menos, así se está investigando por ahora su muerte.
El año pasado, Chris Cornell visitó Chile y desató la locura por verlo. Las entradas para su concierto del 28 de noviembre se agotaron tan rápido, que tuvieron que agendar una segunda tocata para el 29. Es que podríamos decir que Cornell era una especie de sobreviviente del grunge, acaso el último movimiento total que fabricó la cultura popular antes de la era de la fragmentación y la ironía. “He perdido a un montón de jóvenes y brillantes amigos. Andy Wood, Laney Stanley y Jeff Buckley. Y Kurt Cobain y Shannon Hoon, otro gran amigo, igual que Mike Starr”, declaraba hace apenas dos años en una entrevista concedida a la edición australiana de Rolling Stone.
Anoche, algo pasó que Chris habría decidido ponerle fin a su vida. Su cuerpo fue encontrado en el baño de su cuarto en el MGM Grand Detroit tras la preocupación de su esposa porque no le contestaba.