Este modelo de crianza que busca anticipar y cumplir cada deseo del hijo formaría adultos débiles de carácter que no saben lidiar con los problemas de la vida común.
En su libro Hiperpaternidad, la española Eva Millet, plantea un fenómeno de crianza que se caracteriza por una atención excesiva a los hijos. Sus ganas de ser buenos padres, los llevan a estar pendientes de sus hijos de manera exagerada, resolviendo los problemas, anticipándose a ellos y haciendo las cosas en su lugar, impidiendo que los hijos se enfrenten a sus miedos.
Para la autora, existe una delgada línea entre los padres que quieren lo mejor para sus hijos y quienes caen en la hiperpaternidad: mientras el padre con sentido común le da armas a sus hijos para que se enfrenten a la vida, el hiperpadre no permite que los niños se frustren y que aprendan autonomía, con el riesgo inminente que implica formar hijos miedosos.
Les llaman niños «blanditos» y son menores que han sido criados sobreprotegidos y mimados. Se les da el gusto en todo, se le resuelven las tareas y no se les castiga para no traumatizarlos. En casos más extremos, si se caen ni siquiera se levantan por sí mismos, sino que esperan que alguien lo haga por ellos, dice la autora.
Pero éste no sería un fenómeno nuevo. «Esto tiene hartos años y yo diría que nace en los 50s y que se relaciona con el pediatra Benjamin Spock que postulaba que los padres debían ser más comprensivos y receptivos con sus hijos, como reacción a la educación restrictiva que existía en esa época», explica el sicólogo Sergio Schilling.
El especialista se refiere a la primera publicación del médico infantil El Libro del Cuidado de Bebés y Niños (1946) que se transformó en uno de los textos más vendidos de todos los tiempos, con ventas globales de cerca de 50 millones de ejemplares.
Los planteamientos de Spock ponían en tela de juicio la crianza de principios del siglo XX, que postulaban que los bebés debían ser alimentados bajo una estricta agenda y que darles demasiado afecto los convertiría en débiles y no los preparaba para el mundo real.
El pediatra sugería en cambio, un enfoque más flexible en la educación de los niños, y alentaba a los padres a que confiaran en sus propios instintos de cómo criar a sus hijos.
Para Schilling, estos postulados hicieron que los padres buscaran ser más empáticos y comprensivos con los niños para no traumatizarlos. Sin embargo, cree que «el cariño incondicional de los papás hacía que los niños perdieran las habilidades para desarrollarse en la sociedad».
Para el sicólogo, este fenómeno se ha manifestado en otras partes del mundo luego de que el movimiento hippie educara a los niños sin reglas. Pero en Chile se demoró un poco más porque los 70s y 80s en nuestro país fueron una época restrictiva.
«Por eso empieza a manifestarse en una contracultura de los 90s, con padres que tienen entre 45 y 55 años y que son así por los antecedentes históricos que traen y que creen que no hay que atacar a los hijos porque los van a traumatizar», sostiene.
Parte de esa crianza llevaría a que aparecieran los hijos ‘nini’ (que ni estudian ni trabajan), porque los padres no le entregan herramientas para sacar lo mejor de sí mismos y la sociedad no los motiva a esforzarse para obtener beneficios.
«Son niños que crecen sin límites, sin ninguna figura que les diga ‘hasta aquí’ y que si cruzan esa línea puedan pasar ciertas cosas que no sean favorables ni para ellos mismos ni para los otros. Son los clásicos niños que no aprenden el concepto que cada acto tiene una consecuencia y que te vas ganando ciertas cosas, sino creen que hagan lo que hagan van a obtener lo que quieren», explica la sicóloga clínica Lorena del Río.
«Tu hijo no entiende que hay límites, porque no se los enseñas, o le dices que sí a todo incluso cuando se porta mal, cuando lo que tendría que aprender es que cuando una conducta no es adecuada hay que restringir», señala la especialista.
El problema se acentúa por la falta de tiempo de los papás de ahora que no se dan el espacio para compartir experiencias con ellos y no se inculcan reglas. «Está el tema de las culpas. Hay un sentimiento de compensación por no estar mucho, de ‘trabajo tanto entonces lo dejo contento mientras me retiro a hacer lo que tengo que hacer'», sostiene del Río.
Similar opinión plantea Sergio Schilling. «Ahora muchas veces los padres no quieren hacerse cargo de los niños, prefieren dar regalos o buscar distintas entretenciones para no dar regaños, buscan tiempo para ellos mismos más que para los niños y prefieren que ellos jueguen con videojuegos o computadores. No es por ser malos padres, pero no quieren lidiar con la frustración de los niños para el ahorrase el problema, no por el bien del niño», asegura.
Para los expertos, el riesgo con esta crianza es que se están formando adultos sin capacidad de pensamiento crítico, porque no han aprendido de nadie, tienen una muy pobre capacidad de abstracción y no han desarrollado sus capacidades lógicas.
«Son personas que han vivido como príncipes en sus casas, independiente de su condición económica, que quieren tener los derechos de un adulto pero sin deberes. Esperan ser financiados por sus padres o abuelos y los papás no los pueden detener porque no saben qué hacer», señala Schilling.
Para Lorena del Río el problema va más allá y además de personas sin carácter, criar niños extra consentidos puede formar adultos manipuladores y con mayores probabilidades de ser dictatoriales. «Se transforman en adultos más dictadores que aprovechan esa forma para que otros les resuelvan los problemas. Como no hay una madurez emocional, este ser dictador va a hacer lo que se le ocurra, va a manipular a quien se le ocurra para lograr lo que quiere», reflexiona.
Lo cierto es que tanto en Estados Unidos como Europa los especialistas están observando cómo se están formando personas que tienen tan baja tolerancia a la frustración que no resisten problemas y tienden a dejar sus responsabilidades de lado. «Aumentan las probabilidades de deserción de la universidad o del trabajo o los despiden porque no tienen las habilidades de resolver problemas porque nunca aprendieron a hacerlo», explica del Río.
«Están poco motivados a ascender socialmente, no les interesa porque existe un deterioro de persona que, por ejemplo, no cumple como ciudadano y no le interesa ir a votar. Las personas mayores han solicitado garantizar sus derechos pero ellos no están en condiciones de cumplir ciertas exigencias. Se pide gratuidad para la universidad pero no quieren estudiar», sostiene Schilling.
Los padres deberían reflexionar si están entregando las herramientas adecuadas para formar el carácter de sus hijos. «Cuando te das cuenta de que no eres capaz de decir nunca ‘no’, incluso cuando es evidente que cierta conducta no es favorable, debes estar alerta», indica del Río.
El rol de los docentes parece ser fundamental. «Los profesores deberían darse cuenta de lo que está pasando. Porque los niños en el colegio también deberían repetir el comportamiento de sus casas y empiezan a demandar que ejerzan la conducta por él», plantea la sicóloga.