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Lugares prohibidos, liberación sexual Historias de sábanas

Lugares prohibidos, liberación sexual

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Dablín
Por : Dablín Escritora de tiempos robados y anhelos ascendentes, equilibrándose entre lo políticamente incorrecto y lo descaradamente irreverente, ha logrado encender con sus letras más conchijuntas, más de una sonrisa.
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Cuando se encontraron en el café, su amiga lucía distinta. Ya no era la cincuentona nerviosa y contenida a punta de fármacos de innombrable origen. Ahora lucía indómita, rejuvenecida y relajada como nunca. Su telefonazo intempestivo la había sorprendido, sobre todo porque era adicta al WhatsApp y nunca jamás, se levantaba tan temprano como para ir por un café a varias cuadras de su departamento cuando recién ponían las calles.

—¿Me cuentas o adivino?

La casi rubia se mordió los labios y sus cejas bailaron. —Lo hicimos… —abrió tanto los ojos que su frente pareció frenada de elefante.

—Ya… ¿Hicieron qué? ¿Quiénes?

—Marcos y yo seguimos tu consejo —cruzó las piernas y bebió su café de un sorbo.

—¿Mi consejo? ¿Cuál cons…? ¡Pero si yo no te dije que lo hicieras! Yo te conté mis aventuras…

—Sí y nos dio envidia y les copiamos.

—Pero tu marido es químico farmacéutico… ¿A dónde se fueron a meter?

—Te lo voy a contar pero por favorcito no le digas a nadie… Marcos puede perder el trabajo si se enteran.

—Igual que todos, linda, igual que todos.

—No seas pesada —se miró las uñas y medio sonrió—. Ya, mira. Nosotros llevamos más años de casados que ustedes y estábamos harto fomes… hace años y por mi culpa. Cuando le conté a Marcos le pareció genial la idea y al otro día ya tenía un lugar para probar. —Se mordió los labios y tosió como para recuperar sus recuerdos—. Yo no sabía a dónde podía llevarme porque no tiene acceso a museos ni a nada entretenido y no me imagino revolcándome en su laboratorio.

—¿A dónde se fueron a meter…?

—A una bodega.

—¿Del laboratorio?

La casi rubia negó despacito y le dio una mordida extra grande a su torta de chocolate. —No… a una bodega de esos juegos infantiles… tú sabes.

Ella levantó las cejas y miles de imágenes se le arremolinaron en la imaginación, despertándole recovecos envidiosos. —Cuéntamelo todo. —Puso su mejor cara de confidente y se le arrimó.

—Pues, Marcos conoce a alguien que le pasó el dato y una llave, y el lunes me pidió que lo acompañara al dentista. Yo, amable, lo acompañé y cuando íbamos bajando por Alameda me confesó sus deshonestas intenciones —se le salió una risita traviesa y el mesero les dispensó una mirada curiosa—. Yo lo dejé seguir, quería ver si de verdad un lugar prohibido le ponía cuento al asunto.

—¿Y…?

—Su invitación me pilló por sorpresa. Yo ni me había depilado, pero después de treinta años de casados y sin previo aviso, se tendría que aguantar el peluche.

Ambas se rieron unos segundos y tuvieron que ponerse adultas cuando otro mesero, excesivamente joven y descaradamente guapo, se les acercó solícito y copuchento.

La casi rubia siguió su relato después de un largo sorbo de otro café. —Ay, amiga… Es que no sé cómo contártelo.

Ella se puso seria y adoptó la pose de mujer sabia y confiable. —Tranquila… cuéntamelo como si yo fuera ciega, háblame desde tus emociones, no desde los hechos, no me cuentes, nárrame.

—¿A-aquí…? —miró nerviosa a los meseros.

—No. Vamos a caminar. —La sacó del café y caminando cruzaron entre autos y transeúntes en un silencio calmo pronto a quebrarse. Mientras sus pasos rompían el otoño, podía sentir la ansiedad de su amiga. La chica casi rubia estaba a punto de abandonar su enclaustrada timidez de siempre para graduarse de mujer extrovertida y comunicativa en exceso. Oía claramente el rechinar de sus recuerdos, luchando por desbordar el estanque de sus aprensiones sexuales.

Cuando llegaron a la ribera del río, la casi rubia comenzó a hablar con un tono íntimo. —Fuimos a esos juegos infantiles, los famosos… —su ritmo era pausado y suspiraba bajito—. Y nos metimos a una bodega. Estaba entierrada, llena de cachureos, pedazos de juegos y cosas que ni sé qué eran. —Hizo un silencio y se sentó mirando el río.

El frío era inquietante y de seguro llovería, pero no les importó.

—Le dije a Marcos que allí, salvo una mordida de araña, nada más iba a tener, ni soñar con orgasmos. Él se llevó el dedo a los labios, todo misterioso y siguió caminando. Pasamos a otra bodega, donde están los juegos nuevos, los que van a instalar. Limpiecita, con las partes envueltas en plástico y hasta un rico olor. —Dejó salir una carcajadita leve y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Jamás creí que podríamos hacer magia de nuevo, como cuando éramos jóvenes, pero lo hicimos y mucho mejor que antes. Mi marido, el rey de los fomes y yo, la reina de las cartuchas, hicimos magia de la buena.

—¿Estás bien?

—Mejor que nunca. Te voy a contar, pero no me juzgues.

—Jamás haría algo así… Yo que te conté como nos hemos revolcado en la biblioteca del Congreso, no tengo moral para juzgar a nadie.

La casi rubia asintió y fue hablando lentamente. —Marcos llevaba una mochila con varias cositas entretenidas que fue sacando como si fuera un mago con conejo y todo—. Se rió y su pelo onduló con vida propia—. Me quitó las botas y los calcetines, y…—suspiró—, y me embadurnó los pies con crema batida. Deslizó su lengua con cuidado, desde las uñas hasta el talón. Dedito por dedito fue metiéndoselos a la boca, quitándome la crema y las ataduras que las monjas pusieron en mi cabeza. —Algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Me los lamió hasta que no quedó nada de crema ni de quien yo era antes. Nunca imaginé que la crema batida y mi marido tuvieran mejor efecto que los psicólogos.

Ella le pasó un pañuelo desechable en cómplice silencio y esperó… iba entendiendo el cambio de su amiga.

La casi rubia tomó aire y siguió su monólogo. —Tuve que morder la manga de mi chaqueta para no gritar de alegría… Con eso ya estaba feliz y satisfecha, pero Marcos siguió liberándome de mí misma. Me sacó los jeans lento, con cuidado, acariciándome las piernas y fue dejado besitos a medida que aparecía mi piel. Era como si me descubriera. Yo no podía hablar, le habría dicho tantas cosas lindas, pero no quería romper la magia. Entonces, sacó una botella de vino rosado de su mochila. Mi debilidad, vino rosado y mi marido en modalidad tierno. ¿Sabías que yo puedo ser la mejor copa para beber?

Ella asintió y le sonrió.

—Marcos se echó un poco de vino en la mano y untó un dedo. Empezó a dibujar circulitos en mis caderas… Sonreía y me miraba como si tuviéramos quince años y estuviéramos en el Charade de mi papá. Y con la lengua siguió el rastro del vino. Yo sólo pude acariciarle el pelo y reírme bajito. Sentía que despertaba de un sueño, que por fin podía ser como siempre quise ser. ¡Y estábamos en un carrito de juego infantil, en una bodega!

—¿Viste que los lugares imposibles son buenos?

—Son perfectos… pero déjame seguir. Marcos se desnudó frente a mí. No tiene nada de especial, lo he visto desnudo durante demasiados años, pero jamás lo había hecho como ese día. Fue lentamente sacándose prenda por prenda, moviéndose como nunca se había movido, casi que bailaba… Y se echó crema batida en… en… bueno, allí. —Sus mejillas casi explotaron cuando sus recuerdos la envolvieron—. Y yo… yo me atreví y lamí… —respiró fuerte y cerró los ojos, el viento otoñal le movió la ropa y pareció una reina de antes—. Me sentí viva de nuevo, me sentí linda, joven, capaz de todo, me sentí una puta y me fascinó sentirme así, sin que nadie me jodiera la vida por lo que estaba haciendo.

—A ti sí que te traumó la educación católica.

—Me hizo mierda… En fin, eso fue el principio, falta la mejor parte. Después siguió con mi ombligo y recién allí entendí lo que tú dices, que la piel es el mayor órgano sexual. Casi se me sale un aullido y hasta dije groserías. Imagínate que lloré de la emoción, de la sensación… no sé, pero lo que sentía en el pecho tenía que dejarlo salir y como no podía gritar, dejé que mi cuerpo hiciera lo que quisiera.

—¿Y qué quería?

—Quería que mi marido me tocara entera, me tocara como hace tiempo, como antes. Así que para no tener que darle instrucciones, me fui echando crema en cada parte que quería sentirlo. Él entendió rapidito y se aplicó a lamer como loco, como si estuviera hambriento por sentirme, por probarme. Nunca en mi vida había tenido tantos orgasmos sin apoyo del champagne. Y ni siquiera habíamos entrado en contacto… —se rió fuerte y se desabotonó la chaqueta a pesar de que el frío arreciaba—. Cuando abrí las piernas para que el caballero pasara a sus aposentos, alguien entró a la bodega y tuvimos que arrancar casi desnudos.

—¿Me estás jodiendo?

—No, en serio. Casi nos pillan en pleno, pero Marcos me agarró de una mano y con la otra recogimos la ropa y salimos casi a gatas de la bodega. Y nos metimos al auto riéndonos como cabros chicos. Yo creía que ahí había terminado todo, pero mi marido tenía otros planes… echó para atrás mi asiento y…

—Asientos reculiables, son súper prácticos.

La casi rubia se levantó y mientras las primeras gotas de lluvia le mojaban la sombra y sus alrededores, siguió hablando. —Después de treinta años de casados hicimos el amor en el auto, igual que la primera vez. Riéndonos, incómodos, amables y preocupados por el otro, pero con una libertad que jamás había sentido y que creí que no existía… —se giró hacia su amiga con una sonrisa apoteósica y los ojos brillantes—. Estábamos conectados como nunca, hasta que una luz le iluminó el poto a Marcos y nos pasaron un parte por inmorales… Los pacos querían meternos presos.

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