El desplazamiento del parto desde la casa hacia el hospital se ha producido por múltiples factores en un ciclo de más de un siglo y de los cuales sin duda alguna el bajar la mortalidad materna y neonatal fue uno de sus objetivos más claros y exitosos. Es menester decir asimismo que uno de los grandes logros de la medicina moderna y el Estado ha sido ayudar en las mejoras de las condiciones sanitarias y alimentarias las que son en su mayoría responsables de nuestra mayor sobrevivencia. Hoy, tal como se indica en la columna de opinión de Rodrigo Macaya publicada en este diario el 14 de octubre pasado “Parir en casa: ¿volver a humanizar el parto o un riesgo innecesario?” la mayoría de los nacimientos se producen en una institución de salud. El control del nacimiento por parte del modelo médico hegemónico, es un hecho consumado en nuestro país y aquellas formas que le disputen su control serán atacadas, camuflando sus múltiples intereses en las retóricas del cuidado, es decir, acudirán a la imagen convencional del parto visto como doloroso, riesgoso, en síntesis, como un fenómeno patológico que requiere del control y cuidados médicos extremos.
El autor sostiene que en países desarrollados la realización de un parto en casa solo podría permitirse cuando la mujer no presente alguna patología y siempre y cuando se realice cerca de un centro asistencial que cuente con ambulancias o helicópteros para poder atender con mayor rapidez cualquier emergencia que se pueda presentar.
Aun en esta situación el autor considera que es un riesgo y yo me pregunto desde cuando el parto se ha conceptualizado tan esquemáticamente como un evento de alto riesgo, que cuando en ninguna circunstancia pueda prescindir del control médico. Sobre todo me viene a la mente la idea de cómo ha sido posible que el mundo se haya poblado, en tantas regiones diferentes con climas más o menos favorables y algunos hasta tremendos, si este evento gravitante es tan riesgoso y supone tanto peligro.
El autor se refería a la tendencia de las mujeres de querer parir en casa como una mera moda y esgrime diversas razones por las que esto sería arriesgado. Si bien estos argumentos utilizados no pasan de ser, tal como se han entregado, meras opiniones, lo que me parece más complejo es que se permite deslizar un juicio de valor hacia las mujeres que toman esa decisión. No se detuvo a pensar ni por un instante por qué un grupo creciente de mujeres están decidiendo tener a sus hijas e hijos en casa y no en el hospital o clínica, lugares supuestamente más seguros, con mayor tecnología para las necesidades de la madre y su cría cuando eventualmente la requiriesen. En ninguna línea de su texto se mencionó la palabra violencia obstétrica, un concepto nuevo para designar una forma de trato que se le ofrece a las mujeres gestantes, en el parto y durante el puerperio. No se refirió a las alarmantes cifras de cesáreas que el año 2012, según datos del Ministerio de Salud alcanzaron el 49, 2% de los nacimientos, siendo un 34, 9% en el sector público y de 71, 8% en el sector privado y que nos dejan en el tercer lugar de los países de la OCDE con más cesáreas según datos del año 2015, y que constituyen procedimientos no justificados que nos tienen bajo la mira de la OMS, que recomienda entre un 10 y un 15%. Tampoco menciona nada sobre las episiotomías, procedimiento de rutina en el contexto chileno, que implica un corte innecesario en el periné desde la vulva hacia el ano cuyo fin es agrandar el canal de parto para acelerar el parto y constituye una verdadera mutilación genital femenina enmascarada en las retóricas del cuidado médico y que puede producir diversas complicaciones en la vida de las mujeres desde relaciones sexuales dolorosas hasta incontinencia fecal. Estas son algunas de las múltiples intervenciones a las que las mujeres nos vemos expuestas en nuestros partos, sumadas a los malos tratos de un personal de salud deshumanizado que nos ve como un objeto y no como sujetas de derecho. Prácticas médicas que en muchos casos resultan en iatrogenia, esto es, en daño para las mujeres que se supone deberían cuidar y cuya salud deberían resguardar, toda vez que en pingües beneficios económicos para los médicos y los hospitales y clínicas (sobre todo privadas).
Razones para volver a tener un parto en casa hay muchas además de las ya reseñadas, ya que en dicho sitio se sienten acompañadas genuinamente, protagonistas en la toma de decisiones, libres para desplazarse de un lado a otro en un espacio seguro y no sobre intervenido (sin suero, sin oxitocina, sin ruptura de membranas, sin anestesia obligatoria y amarres en mano y pies). Si bien el parto en casa es duro y no es una panacea, parece ser una opción legítima para asumir una condición que no es bajo ningún supuesto patológica.
Artículos como el del señor Rodrigo Macaya dan cuenta de una escasa empatía y reflexividad. Estamos esperando justamente más reflexividad por parte del personal de salud, por parte de los equipos médicos que no cuestionan sus prácticas como invasivas, autoritarias y en muchos casos desactualizadas y que se quedan en el discurso cómodo del prejuicio sexista de criticar a las mujeres por no querer someterse a la violencia que implican. He leído columnas donde se nos responsabiliza por el número de cesáreas (aunque se sabe que las mujeres prefieren parto vaginal), ahora por exponerse a riesgos innecesarios en un parto en casa. Las demandas de las mujeres no son modas o meros caprichos, no son pensamientos poco profundos y pasajeros, y deberían ser leídas como una respuesta al trato que en los mismos hospitales y clínicas entregan a las mujeres parturientas. La tendencia de parir en casa no es una moda, es el resultado de políticas y prácticas de salud que violentan a las mujeres y sus crías y que hay que erradicar.
Finalmente, decir que una vez mas lo que no está considerado en todas estas cuestiones médicas es la autonomía de las mujeres, pues no debemos olvidar que el parto, aunque se trate como una patología no lo es y que las mujeres están buscando un espacio para sentirse autónomas, seguras y no desautorizadas, infantilizadas y vistas como cuerpos defectuoso a los que hay que constantemente remendar. La sala de parto ha sido designada por Michelle Sadler (2016), antropóloga medica chilena, como la sala de juicios en donde las mujeres somos constantemente escrutadas, juzgadas y muchas veces condenadas.