El aumento en la esperanza de vida de las personas convierte al envejecimiento en un tema fundamental en diversas áreas. La población mundial crece a un ritmo acelerado y esto ha llevado al incremento en el número de mujeres mayores de 50 años, edad promedio en la que acontece la menopausia.
A fines de la década del ’90 el segmento de mujeres postmenopáusicas representaba 9% del total de la población mundial, proyectándose para el 2030 a cerca de 14%. Nuestro país, no es ajeno a estos importantes cambios demográficos. De hecho, cerca de tres millones de mujeres se encuentran entre los 40 y 64 años.
En este contexto, pasado los 40 años el ritmo de producción hormonal de la mujer cambia producto del consumo de los potenciales óvulos que trae desde su nacimiento, lo que se va marcando el final de su fertilidad y con ello, importantes cambios corporales, psicológicos y sociales. Este período denominado climaterio, se relaciona con estas modificaciones que experimenta la mujer antes, durante y después de la menopausia, hito biológico denominado a la última menstruación.
En la medida que estos cambios ováricos se van acentuando, puede aparecer en las mujeres diferentes signos y síntomas que pueden condicionar su calidad de vida. Lo más declarados son los bochornos y sudoración de predominio nocturno, insomnio, labilidad emocional, depresión, alteración de la memoria, disminución en el deseo sexual, sequedad vaginal e incontinencia urinaria.
El momento e intensidad de aparición de esta gama de signos y síntomas es muy variable y tienen un perfil individual. Algunos son transitorios, duran pocos años y se inician un poco antes de la menopausia. Otros, en cambio, aparecen después de la menopausia, son permanentes y de curso crónico. De ahí entonces, el interés que ha surgido por retardar o evitar estas consecuencias asociadas al envejecimiento ovárico.
Por cierto, a fines del siglo XIX aparecen los primeros registros de empleo de extractos ováricos para tratar la sintomatología asociada al climaterio. Así, en la década del 40, comienza el empleo de estrógenos conjugados, extraído de yeguas preñadas y en la década del 60 se inicia el uso de 17 β-estradiol, principal estrógeno producido por el ovario humano. Ya en la década del 80, comienza el uso de distintos esquemas secuenciales de estrógenos y derivados protectores del endometrio, dando paso a la Terapia de Reemplazo Hormonal (THR), la que hoy incluye una amplia diversidad de productos y vías de administración, con riesgos y beneficios potencialmente diferentes.
Existe evidencia que la THR es efectiva para síntomas vasomotores y urogenitales, incluyendo disminución de la libido o deseo sexual. El riesgo cardiovascular es neutro a beneficioso para la mayor parte de las mujeres mayor de 60 años o con menos de diez años de la menopausia. No obstante, varios estudios sugieren fuertemente que el componente progestágeno de la THR incrementa el riesgo de cáncer de mama y de algunos tumores ováricos.
Hoy, la decisión de utilizar THR depende de equilibrar los riesgos y los beneficios para cada mujer y determinar la elección apropiada de la terapia, su dosificación y vía de administración. La THR debe ser parte de una estrategia global de intervención y acompañamiento para la mujer, asociada también a recomendaciones en hábitos y estilo de vida.
Existe una gran necesidad de desarrollar y difundir información que enfatice que este período de la mujer es normal, debe vivirse de manera saludable y el empleo de fármacos en el área, sólo debe estar dirigido a aquéllas con síntomas graves y prolongados.