—¿Te invitó a ver las estrellas y empezaste a desnudarte?
—Un poco… bueno, alcancé a sacarme la polera.
—Pero es astrónomo, obvio que no se refería a eso.
—Ahora lo sé. Pero yo creí que era un eufemismo para decir “polvo”.
—Pobre tipo. ¿Y qué hizo?
—Sonrió de esa manera encantadora que tiene y me explicó que íbamos a ver estrellas “literalmente”.
—¿Por qué siento que no me estás contando todo?
—Ay hermanita… tan bruja que me saliste. Te voy a contar todo, pero si alguien se entera o me subes al columpio el domingo en el almuerzo familiar… Le cuento a todos de tus proezas sexuales en la bodega de la escuela de cocina.
—Instituto de cocina y la boca te queda donde mismo. ¿Me vas contar o no?
—Ya, escúchame y no te rías. Me dijo que me iba a llevar a ver estrellas…
—…Y tu empezaste a empelotarte.
—Sí. Me detuvo con esa dulzura exquisita que tiene y me explicó que íbamos a ir a un lugar especial a ver Escorpión… como es mi signo.
—Suena romántico.
—Claro, por eso cuando me insinuó que me cambiara ropa, yo me puse un vestido ultra sexy que me compré y…
—Bien bruta me saliste. ¿Creíste que iban a ir a un restaurante a ver estrellas?
—Deja de reírte. Me tuve que poner jeans, zapatillas y hasta chaqueta. Y él, sacó mi parka, dijo que en la madrugada hacía frío. Ahí me puse soberbia y le dije que yo sabía mucho de madrugadas y que con mi chaquetita de reno bastaba.
—Claro, ella la diva de madrugadas
—Si sigues burlándote…
—Ay que delicada. ¿Y dónde te llevó?
—Bueno, mi lindo astrónomo agarró mi parka, termo con café, chocolate con almendras y otras cosas. Yo habría preferido champaña y frutillas, pero como no bebe, tuve que resignarme y subirme a su jeep cincuentero.
—¿En serio tiene un Land Rover Daktari?
—Sí, era de su papá y lo cuida como hueso de santo. Pero es más duro… quedé con la espalda en la mano.
—Esos no tienen asientos reculiables.
—De esos sabes harto tú.
—Pesada.
—Y estacionado es súper cómodo… jijiji.
—Era que no.
—La cosa es que salimos de la ciudad y nos fuimos al campo… ¡¡AL CAMPO!!
—Jajaja, me imagino tu cara, la citadina en el campo.
—Y de noche. O sea, bichos, cosas raras y alimañas. Hasta ahí me duró el amor. Ya me estaba cargando el paseíto. Estaba que me bajaba y volvía a dedo a mi departamento.
—Dime que no lo hiciste, por favor.
—No, porque me tomó la mano, me besó los dedos, puso mi música favorita y me contó una historia súper linda mientras manejaba.
—Te emboló la perdiz…Jajajajaja
—Bien embolada. Lo peor fue cuando salió de la carretera y se metió por una huella. Estaba más oscuro que tu conciencia.
—Ridícula.
—A que no es cierto… cocinerita. Ya, deja de mirarme así y pídete otro café, que es para largo.
—Ya quisieras. Apuesto que no le da para mucho el telescopio.
—¿Telescopio? Paranal querrás decir.
—Mentirosa… es mentira, ¿cierto? ¿En serio? Yaaaa… no te creo. Mejor sigue contando.
—Bue… si quieres me crees. Íbamos por el campo, a oscuras, cuando me indicó el cielo, miré por la ventana y casi me infarto. En mi vida vi tantas lucecitas en el cielo. Parecía de mentira.
—Es precioso… ¿cierto?
—Sí, es perfecto. Y lo descubrí cuando frenó su Daktari, apagó el motor y las luces y el cielo se nos vino encima. Era como una fotografía, como un sueño hecho realidad. Una de las cosas más bellas que he visto en mi vida.
—Después del cheque de fin de mes.
—Ja,ja… qué romántica. Hablo en serio.
—Lo sé y eso me pone nerviosa, tú no eres así de sensible.
—Soy artista, obvio que soy sensible.
—Eres ingeniero industrial… que no ejerzas es otra cosa.
—Esa es la profesión que mi papá me obligó a estudiar. Yo amo los escenarios, cantar y bailar son mi vida.
—Ya, ya… ¿Y qué pasó?
—Le quitó el techo al Land Rover y vi todas esas estrellas sobre nosotros… Casi podía tocarlas, no sabía que se pudieran ver tantas fuera de la ciudad.
—¿Te emocionaste?
—Sí, igual que ahora.
—Suénate y sigue contándome tu aventura.
—Mi astrónomo recostó los asientos y nos tapamos con un saco de dormir que traía. Me dio un pedazo de chocolate, un café y empezó indicar las estrellas con una especie de puntero láser súper gigante. Me quedé muda.
—Ufff milagro.
—Eres harto pesada. Déjame contarte y luego me hueveas todo lo que quieras.
—Ya, tranqui, hermanita. Estoy muy atenta tomando nota del tremendo carrete que tuviste.
—Ríete si quieres, ese paseo fue perfecto. Me contó historias sobre las constelaciones, me besó suavecito como sabe que me gusta. Estuvo mucho rato mostrándome que algo tan sencillo como las estrellas puede ser magnífico con la compañía adecuada. Cuando le dije que era lo más lindo que había visto en mi vida, me dijo que todas esas lucecitas estaban brillando para mí, su lucero del alba.
—Ay, que romántico… ya quiero conocerlo.
—Eso no es todo. Cuando se me acabó el café y me dio frío, me senté sobre él.
—Ya tenías que embarrarla. Iba todo tan romántico y tú te pones cachonda.
—¡Oye! Cualquier mujer con sangre en las venas se emociona si le muestran estrellas y le dicen esas cosas… Además, él me fascina y es tan bueno en la cama… quiero decir, en el Daktari.
—¿Me estás…? ¿Te lo tiraste en un jeep en medio del campo a oscuras?
—Es un Land Rover y no estábamos a oscuras… las estrellas nos espiaban.
—Arghhh te pusiste empalagosa y cursi.
—¿Yo? ¿Quién es la que anda amasando como si fuera la película Ghost?
—Ya, ya córtala. ¿Y qué más pasó?
—Bue… sí son asientos buenos para tirar. Son amplios, medio duros, pero amplios… y el astrónomo tiene una particularidad, como hace yoga, no le dan calambres por más rara que sea la postura y el Land Rover tiene la palanca de cambios cortita.
—Arghh, demasiada información… Aunque ¿Cómo es eso de que hace yoga?
—¿Recuerdas el Kama Sutra que tenía la güeli?
—Sí, el libro que le sacábamos a escondidas y que no sé dónde está ahora.
—Pues, ya vamos en la página 100 con excelentes resultados.
—¿Tú lo tienes?
—No, el astrónomo tiene la edición ampliada con ilustraciones y todo.
—¿Y qué más pasó?
—Mmmm hicimos el amor en el Land Rover… tres veces, no, cuatro… porque hicimos eso de las piernas en el cuello, el helicóptero, la… sí, cuatro veces, porque ahí empezó a amanecer y nos dio frío.
—¿Estuvieron toda la noche en el campo, a oscuras, tirando en un auto?
—Sí… ¿Qué buena onda, cierto?