Hoy las mujeres del gabinete del Presidente Piñera están lejos del ideal globalizado de la mujer neoliberal y con autoridad política: Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional desde el año 2011. Devenida en ícono de las macrofinanzas, tras la ignominiosa caída en desgracia del socialista Dominique Strauss Khan y su escandalosa vida privada —como lo es la venalidad intrínseca al poder—, ‘la Lagarde’ ha construido una larga carrera militando en las filas de la derecha francesa, transitando siempre con impecable y grácil ‘sfilata’ de modelo: ni el ‘affair Tapié’ ni las ocho causas judiciales de corrupción, financiamiento ilegal de campañas y lavado de activos de Nicolás Sarkozy, su otrora mentor, han podido borrar la sonrisa serena y su habilidad con los paparazzi. Cada vez que aparece en la prensa internacional no hay otro juicio posible: no hay mujer más paradigmática, asertiva, valiente y profundamente convencida de que el Estado debe ser minimizado, que los derechos sociales no existen —pese a ser una destacada jurista— y de que la libertad de emprendimiento es la máxima virtud que la dignidad humana pueda entregar a todo aquel que trabaje por eso y el mercado sabrá abrir las oportunidades.
Como fuere, ¿creen en ello las féminas elegidas por los partidos de Chile Vamos y refrendadas por el supermillonario jefe de Gobierno? A no dudarlo. Han construido sus carreras renegando de cualquier idea de sociedad de derechos garantizados o de cualquier pretensión de la centroizquierda para realizar reformas legales y constitucionales que cambien el horizonte de desarrollo de nuestro país, que no sea aquello que beneficie al gran empresariado. Sin embargo, hay algo que no han logrado, o quizá se rebelan a cultivar: la belleza del buen vestir.
Sus apariencias son tan normales que causan extrañeza… y afectan la imagen del país de un modo que provoca alarma en la izquierda, esa a cuyas filas debo mi militancia. Y no es la austeridad o minimalismo ‘boho’ que tanto afirman cultivar las altas ejecutivas de la economía más competitiva de América Latina —obviando el ‘escandalillo del Informe Doing Bussiness del Banco Mundial mediante— lo que las caracteriza, que es muy bella señal de ética proba en la aristocracia europea, es simple y abismante precariedad. Un ensimismamiento estético nada de anodino, sino una afrenta para la mirada del chileno promedio: lo de estas señoras es pobreza endemoniada del look. De seguir así, no superaremos jamás ese lastre neoliberal y aspiracional de creerse millonario porque se compra ropa de la marca Carolina Herrera en un outlet de Miami.
Así, a primera vista, las Piñera’s ladies padecen ese preocupante síndrome del ‘Pensamiento Alicia’ que engulló en la última década, por ejemplo, la moral de las mujeres del PSOE y del PP en España: alcanzar el poder y dejar que los hombres vistan bien. La mujer no lo necesita porque es solo ejecutiva.
Observadas las imágenes de la presentación del gabinete, no veo en el horizonte dónde pudiere estar la mejoría de este gobierno con mujeres que llevan estilismos vergonzantemente similares a catálogo dominguero de los supermercados Jumbo… o cometen con cierta alevosía el atentado visual de calzar zapatos de salón, pero sus piernas no son lo suficientemente apropiadas para ello. Lo que sí es importante es que se devela aquello que han ocultado durante la campaña del terror que hicieron (cada una de ellas)
durante meses contra un gobierno que despilfarraba el erario público: su abusivo desembozo en despreciar aquello que la mayoría encuentra virtuoso, ya por comunitario, ya por obedecer a la belleza. Ese desembozo tan propio que caracteriza a los neoliberales que se miran siempre a sí mismos y nos imponen sus estándares: ‘Hemos destruido la industria nacional de confección durante la segunda mitad de los 70’; asfixiamos los escuálidos intentos de los 20 años de democracia por rescatar las textiles y talleres; y, celebramos a lo grande que todos compren en los costosos malls de Santiago la vestimenta ‘low cost’ que lleva marcada a fuego la huella de Bangladesh. Al final, su prestigio de masas que se construye gracias a la esclavitud y la economía de la precariedad laboral de otras naciones que han imitado el modelo del shock de Friedman, también lo visto con orgullo, y aunque me vea precarizada para lo que son mis ingresos, la estética y sus lazos endogámicos de mi clase jamás me lo reprocharán. Al contrario.
Y, luego, en mis reflexiones de mujer que gusta de la poesía y la estética, que sueña con el fin de ese conscupiscente sino de lo precario y feo en gente bien, espero que —en un horizonte cercano— las mujeres de derecha y sus émulas, por lo menos, usen Chanel de Patronato, o Chanel ‘Made in Taiwan’.
Y es que ‘La Lagarde’ aquella maestra francesa del cómo manejarse en las covachuelas de la corte, es un referente tan apabullante que bien podría ser el faro de esperanza para que nuestra opinión pública exija más. Ella es el ejemplo de la mujer pragmática y de derechas, comprometida con las reformas que pulvericen los pequeños logros de las sociedades de derechos garantizados, dueña de su destino —que incluso ha dejado heridas lealtades—,y profeta de las bondades del neoliberalismo, sabe que vestir con elegancia y convicción del lujo es su mayor fortaleza. Por eso, la querida Christine es y será la autorreferida, la winner, la magnífica que cualquier feminista con sueldo millonario debiere imitar.
No se ha visto mujer, hasta ahora, más poderosa y convencida de que ese poder se construye con las ideas, con la realpolitik y con el buen vestir. Nada de outlet de Miami. Nada de low cost de mall. Solo haute couture, ya pagado, ya donado. Si no, cómo olvidar aquella carta escrita de su puño y letra al ex Presidente Sarkozy donde le decía (posiblemente en el 2008): ‘Úsame como quieras. Yo te seré siempre leal, no como esa tropa de hombres poderosos que te traicionan, te juran falsa amistad y lealtad, pero te
reniegan por un Max Mara y un Audi de lujo, o una delación compensada… Llámame cuando quieras, yo siempre te seré agradecida’. La firma de la misiva era clara: Christine L., tu amiga incondicional… cierto, la tinta provenía de Grass, la lapicera era Chanel.
Pese a esas licencias tan propias de los filmes de Visconti y de Godard que se da Christine y cuya cabellera blanca inspirara a la terrible Miranda Priestly de The Devil Wears Prada, la directora del FMI da lecciones de estilo que la derecha chilena tradicional y la pequeña derecha— por darle nombre a esa masa de mujeres que de un día para otro en nuestro país se creen feministas y neoliberales desenfrenadas— debieran considerar, so pena de renegar de su esencia y terminar pareciendo una mujer anónima que nada importante viene a hacer por los mercados de este mundo.
Aunque hay una esperanza… y es que desde la otra vereda, siempre estará atenta, la gran y vilipendiada Roxana Miranda: costurera orgullosa, jefa de hogar y férrea defensora de los derechos de las mujeres pobres, sus outfits siempre son impecables. Ella en este cuadrienio que comienza marcará una ruta de reivindicación. No será Lagarde, pero es tanto o más digna en la estética del vestuario que las mujeres de pobre vestuario de Piñera.
Gracias a la conspicua Christine. Gracias a Roxana, sin duda.