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Mientras debatimos leseras, la pobreza femenina aumenta Yo opino

Mientras debatimos leseras, la pobreza femenina aumenta

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En todas partes se cuecen habas, pero en algunas parecen cocerse con mayor ahínco. Es lo que sucedió en España hace unas semanas, cuando la vocera del conglomerado de izquierda “Podemos”, Irene Montero, una especie de Paula Narváez ibérica, se autocalificó de “portavoza”, redundancia de corte ideológica, absolutamente inoperante a la hora de impedir los femicidios, la discriminación por género, el machismo, las diferencias de sueldo por el mismo trabajo y la creciente feminización de la pobreza en todo el orbe.

Ser “portavoza” es desconocer que la palabra “voz” es femenina por definición y doctrina, lo mismo que su plural voces, promoviendo el error de imponer el novedoso sustantivo “voza”. Estos afanes redentoramente lingüísticos de la opresión y desigualdad de la que hemos sido víctimas las mujeres, me parecen, no sólo majaderos, sino inoperantes para el propósito buscado.

Las intelectuales, las mujeres preparadas, educadas y, en ese sentido, privilegiadas, como las izquierdistas españolas, se dedican a pelearse contra la Real Academia de la Lengua, como hizo en su momento para la burla de España entera la ministra de la Igualdad, alegando que también debería usarse el sustantivo “miembra” a la vez que miembro.

Creo que si “el lenguaje inclusivo” estuviera logrando la disminución de las reales situaciones de menoscabo que viven las mujeres del mundo, bien. En ese caso, me compro el hablar reiterativo que imponen los que gustan de demostrar su progresismo saludando a los ciudadanos y ciudadanas, a los vecinos y a las vecinas, a los chilenos y a las chilenas… El problema es que feminización de la pobreza, que es el predominio de las mujeres entre la población más vulnerable, resulta hoy una realidad incontestable. Chile ha presentado una mejora en sus índices de pobreza en general, como la mayoría de los países de América Latina, pero los de pobreza femenina se han elevado, no obstante la implementación de políticas públicas de igualdad de género.

Hogar de Cristo trabaja con las poblaciones más vulnerables en todas sus líneas de acción y en varias de ellas más de la mitad o casi la mitad de las personas atendidas son mujeres. Entre enero y octubre de 2017, en las líneas Adulto Mayor y Educación Inicial, que dice relación con las ancianas y las niñas en nuestros jardines infantiles y salas cuna, el porcentaje de participación femenina fue de 49%. En Inclusión Laboral, el 60% son mujeres en busca de capacitación para el trabajo, y en lo que tiene que ver con el área Infanto Adolescente, en nuestras residencias de protección colaboradoras del Sename un 52% son niñas y jóvenes, mientras en Reinserción Educativa, el 46% de los estudiantes son mujeres.

En el periodo aludido, el peso de las líneas Personas en Situación de Calle, donde un 87,4% son hombres, y Consumo Problemático de Drogas y Alcohol, donde también hay una mayoritaria presencia masculina con un 77%, entregan una proporción total de 33% mujeres y 67% hombres de grupos atendidos, pero no nos llamemos a engaño, porque la pobreza tiene cara de mujer.

En el Hogar de Cristo, trabajamos con los más pobres entre los pobres y sabemos que hoy esos son mayoritariamente las mujeres. Las mujeres son el grupo más numeroso entre los trabajadores pobres de nuestro país; las mujeres trabajan menos que los hombres -la participación laboral femenina es de un 48%, el segundo índice más bajo de la OCDE después de México y comparable a los de países los islámicos-; al trabajar menos y ganar menos cuando lo hacen, tienen jubilaciones precarias; cerca del 80% de los cuidadores de personas dependientes que requieren de apoyo cotidiano son mujeres. Algunas de ellas, con la responsabilidad extra de ser jefas de hogar y, por lo mismo, con niveles de concentración de pobreza más altos. En este contexto, la carga asociada al cuidado informal se traduce para la cuidadora en dificultad para acceder al mundo laboral, doble jornada, altos niveles de estrés, aislamiento, ruptura de vínculos familiares y sociales, con el consiguiente daño en su salud física y mental. No en vano, los altísimos grados de depresión que presentan los chilenos, se concentran en las chilenas pobres.

Esto es parte de lo que nos preocupa y ocupa en relación a pobreza y mujer en el Hogar de Cristo, frente a lo que el puntillismo lingüístico de decir “miembras” o “portavozas” parece una mala broma. La feminización de la pobreza es una realidad y la relevancia de educar, capacitar, apoyar a las mujeres, jóvenes y niñas en situación de pobreza y de favorecer su reinserción escolar, laboral, social con políticas en ese sentido, es uno de nuestros focos de trabajo cotidiano. Y esperamos que sea prioritario para las autoridades a punto de asumir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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