Jessica y Nicole son dos madres que han sido víctimas del Chile de hoy. La primera sufre a través de su hija, víctima de abuso sexual y maltrato psicológico. La segunda sufrió en carne propia la deuda social que tiene Chile con los niños: drogas, alcohol y prostitución marcaron su corta vida de 24 años y tres hijos. Ambas hoy ven una esperanza, un nuevo camino gracias a una abogada quien, sin cobrarles nada, las ha guiado en sus respectivos procesos judiciales y se encuentra pronta a abrir su propia organización sin fines de lucro. Son las historias que muestran nuestra deuda con la infancia, que no se limita a los que pasa dentro de los centros del Sename.
«El Estado les ofreció amparo y les falló», dijo Sebastián Piñera respecto de los niños del Sename durante su primera actividad como Presidente de la República y anunció su hoja de ruta en materia de infancia vulnerada.
Desde el organismo colaborador del Servicio Nacional de Menores, Fundación Padre Semería, en La Pintana, Piñera anunció su Acuerdo Nacional por la Infancia, un nuevo proyecto de ley que tiene por objeto separar las funciones del Sename entre niños aquellos niños que fueron vulnerados y aquellos que son infractores de la ley. El anuncio también contempla la realización de auditorías a los centros que dependen de la institución y su compromiso para mejorar la ley de adopciones para acelerar el proceso.
Esta deuda social que el Estado tenía con los niños, explotó durante el año 2016. Entonces se supo de la alta cantidad de muertes, maltratos y precariedades que los menores y adolescentes sufrían dentro del Sename, tanto, que varios de ellos expresaban estar mejor en la calle que en un hogar.
Hoy se siguen desmantelando casos de alta vulnerabilidad en los niños y en adultos que fueron vulnerados siendo niños. Ocurrió el caso de la niña de once años en Licantén, vulnerable. Ocurrió el caso de la pequeña raptada en Rancagua, vulnerable. Ocurrió la horrible muerte de una lactante en Los Lagos, vulnerable. Y la lista continúa y parece no acabar.
La deuda pendiente que Chile tiene con los niños no se queda solo en el Sename.
Así son los casos de Jessica y Nicole, dos mujeres, dos madres, que desesperadas por ver lo que pasaba con sus hijos, llegaron por azar con Alicia Herrera, abogada, quien desde una primera instancia las ayudó en todo lo que pudo en materia legal. Incluso ha intercedido más allá en sus vidas. A partir de allí pudieron encontrar un guía en su doloroso vivir, un apoyo y contención que hace mucho tiempo pedían a gritos. Con ella pudieron abrirse, contar sus historias e intentar buscar tranquilidad y justicia.
“A mí me mataron en vida”
Jessica tiene 37 años. Vive junto a sus hijos en una pequeña casa al fondo de un patio, escondida por unas rejas altas y otra casa que se encuentra frente a la suya. Al ir, los niños saben que deben irse, pues no les gusta revivir el pasado, han tenido suficiente. Saludan cordialmente y parten a casa de la vecina a bañarse en la piscina. Jessica prende un cigarro y se sienta mirando al piso.
«Andrés (uno de los niños) cayó hospitalizado en enero del 2016 y ese día teníamos mediación porque los niños no querían ir a la casa de su padre. (…) Cayó porque él veía al papá y tiritaba. Tenía 11. Y Constanza tampoco quería. No querían ir, porque el papá siempre llegaba curado, el papá consume droga y el papá grita… Y los papás de él eran: ‘ya, el problema eres tú, mi hijo no tiene problemas’, y siempre le taparon todo, justificándolo», comienza a relatar Jessica, rememorando lo que han sido sus últimos años. «A mí también me asusta, a veces», sonríe sin mucho ánimo y recuerda los episodios de violencia vividos con anterioridad.
Jessica estuvo 9 años con quien es padre de sus dos hijos. Hoy Andrés está ad-portas de cumplir 14 años y Constanza tiene 7, cumplidos en diciembre del año pasado. Vivió 9 años de violencia física y psicológica por parte de su ex pareja, quien siempre fue violento y consumía frecuentemente cocaína. Se separó de él hace aproximadamente 3 años, esperando una vida mejor. En ese entonces vivían con los padres de él. Ella, al terminar la relación, decidió cambiarse y comenzó a vivir a tan solo un par de casas. Pero el sufrimiento no terminó, sino que fue peor.
Los abuelos paternos de los niños cuidaban de ellos mientras Jessica se dedicaba a trabajar de guardia en un hospital. El padre nunca pagó pensión. Vivieron escondidos de sus ataques por mucho tiempo, Jessica se las ingeniaba para sacar hasta tarde a una plaza a sus hijos para que el padre no fuese a rondar por la casa. Apenas la veía la agredía verbal y físicamente, pero nunca se desquitó con los niños, hasta entonces.
«Nos tocó mediación ese día porque él me demandó por visitas y yo lo demandé por alimentos. Él amenazó a la mediadora, me amenazó a mí, por ende la mediación que teníamos se frustró porque él no quería pagar. Él quería ver a los niños porque él es el papá y él tenía derecho. La mediadora le dijo que como él tenía derechos, también tenía obligaciones, aparte llegó drogado a la mediación», comenta Jessica. «La mediadora quedó histérica con él. Él golpeó mesa, pegó portazo, nos subió y bajó a las dos, nos iba a pegar», acotó.
Ese día, tres horas más tarde, Jessica volvió a vivir una agresión similar. «Pedí una medida de orden de alejamiento en el Tribunal de Familia, porque eso pasó un día viernes 29, si no me equivoco la fecha. Pero no la dieron, porque el niño ya había salido del hospital y el tribunal no estimaba conveniente la medida», contó.
– ¿A pesar de que los niños no querían verlo?
– A pesar de que los niños no querían ver al papá. A pesar de que yo alerté que el papá consumía drogas, a pesar de que yo alerté lo que había pasado, a pesar de que la mediadora informó.
Jessica se expresa con pesar. «No supimos mucho de él, a pesar de que él iba a la casa y nosotros tratábamos de no salir, porque vivíamos cerca. Entonces él se acordaba de que era papá en la semana, iba con la familia y gritaba ‘¡ábrenos la puerta!'», agregó.
Jessica había logrado cambiarse a un mejor trabajo, ganaba más plata y le comenzó a pagar a alguien para que cuidara a sus hijos, para que sus abuelos paternos no tuviesen que cuidarlos.
Su hijo mayor, Andrés, estuvo de cumpleaños en febrero y él llegó nuevamente a arruinarles la fiesta. El 1 marzo de 2016 nuevamente apeló a una orden de alejamiento y se la concedieron desde el Juzgado de Familia, luego de haber insistido hasta el cansancio.
Dicha orden de alejamiento duró desde marzo 2016 hasta noviembre del 2017. El padre de sus hijos debía no acercarse a ningún lugar cercano al círculo de ella y los niños. Dejar de lado el porte de arma de fuego y llevar un papel de inicio de terapia en el Cosam (Centro de Salud Mental) de su comuna para tratar sus arrebatos y drogadicción, cosa que jamás hizo.
Jessica se cambió de casa a otra comuna, en La Florida, pero ni eso, ni la orden de alejamiento ayudaron. El miedo de que él se apareciera era latente.
«Si tú buscas en la hoja vas a encontrar… mira, no quedó bien hecha. Porque dice su círculo familiar cercano, pero no los identifica (…) Afectaría, porque se supone que era para los niños y para mí. Pero el juzgado se equivocó y no le puso los nombres ni los apellidos de los niños”, indica Jessica, apuntando a la la orden de alejamiento.
Según su propio relato, Jessica comenzó a recibir llamadas desde números ajenos, hostigándola para que sacara la denuncia. Amigos y familiares del padre de sus hijos se encargaban de llamar día a día. «Fuimos a la fiscalía, el fiscal habló con él. Le dijo que él no podía acercarse, ni avisarle a sus amigos para que me siguieran hostigando», comentó. Logrando avanzar, sacó plata de su bolsillo para ponerle un psicólogo a su hijo y que sacara adelante su trauma paterno.
Su ex pareja jamás se presentó a terapia en Cosam y en diciembre del 2017 le sobreseyeron la causa. El fiscal nunca dio cuenta de que no realizó lo exigido, solo firmó el sobreseimiento. “Bueno, yo entiendo que tenga muchas causas, porque es una persona que tiene 800 causas. Entonces es entendible que se haya equivocado. Pero su equivocación… pasó lo que te voy a contar”, relata la madre.
Tanto el colegio como la tía del furgón estaban en conocimiento de la orden de alejamiento y de la situación de violencia y drogadicción que tenía el padre de los niños. Jessica procuró mantenerlos al tanto para la protección de sus hijos. Pero en septiembre del 2017, la tía del furgón, quien llevaba cuatro años trasladando a Andrés y a Constanza, los llevó a la casa de sus abuelos luego de retirarlos anticipadamente del colegio. Sin autorización ni conocimiento de Jessica.
«Ella estimó que los niños tenían que estar en contacto con su papá y los llevó. Cuento corto, la tía retiró a mi hija en horario de clases, porque mi hija salía a las 1 y la tía la retiraba a las 10-11 de la mañana, el colegio no avisó y el papá abusó de mi hija. La niña pequeña que tú viste», cuenta enrabiada. Más tarde se enteraría que no pasó solo una vez.
En enero de este año tuvieron una audiencia, donde el padre de los niños llevó a la tía del furgón de testigo. Constanza relató que el padre le apuntaba con una pistola en la cabeza, que la tía del furgón sabía y que ella vio, al igual que Andrés, cuando el papá le entregaba dinero a la tía que los transportaba. Más tarde esa noche su hija sufrió de su primera crisis de pánico, gritaba que se quería matar. Llegó al hospital y relató que el padre se encerraba con ella en el baño, la ataba de piernas y manos. Relató que eso le causaba miedo.
Al otro día, Jessica la llevó al Servicio Médico Legal. «No le hicieron la pericia ginecológica porque estaban en paro», relató la madre. Pero sí la atendió una psicóloga, que comentó lo mismo que a la doctora. No quisieron insistir en volver a preguntarle a la niña, pero con los días no mejoró. Comenzó a hacerse pipí en las noches, a comer en demasía y a dormirse tarde, aparte de cambios de humor bruscos. El 23 de enero recién decidió hablar y contar por qué tenía tanto miedo. Contó de las amenazas con pistola que el padre le hacía, aparte de los abusos sexuales que sufrió. Nadie lo podía creer.
«Él sabía que tocando a mi hija me iba a reventar», lanza Jessica y añade: «A mí me mataron en vida porque me tocaron a mi guagua», comenta con pesar. Recién ahora el 22 de febrero, Constanza recibió una ansiada ayuda psicológica, para intentar dejar tanto dolor atrás. Desde el 9 de enero siguen con protección hasta tres meses más desde la fecha. Pero aún deben esperar realizarle a la niña el examen ginecológico, para constatar las lesiones y verificar si el caso fue más grave aún.
Jessica no puede trabajar, su familia la ayuda en lo que puede. Debe estar 24/7 pendiente de su hija, de su hijo y de cómo llevar adelante todo sin quebrarse. Alicia Herrera, la abogada, ha sido un gran apoyo para ella. De hecho, a la fecha no le ha cobrado ni un trámite.
«Ya tienes la pena, por lo menos que tengas para pagar sus cuentas, que es lo básico y el Estado no hace nada. Ese es el vacío. El Estado debería haber solventado mis gastos en este caso», comentó. Pues Alicia, y ahora junto a otras madres, buscan crear una ONG que se preocupe realmente de las víctimas.
«Queremos enfocarnos nosotras a la protección real a las víctimas. Una reinserción y una contención. (…) nosotras pretendemos lograr primero el subsidio del Estado, de movilidad. Porque nosotras creemos que una niña, por ejemplo, el caso de la niña violada en Rancagua, a ella la raptaron en la esquina de la casa, entonces todos los días va a recordar que ella fue raptada ahí y la violaron. Entonces no hay una movilidad habitacional para que yo saque a esa persona y la coloque en otro lado, para que no esté toda la vida reviviendo el trauma», expuso Alicia.
«Es un proyecto ambicioso», comentó la abogada. Piensan llamar la ONG Árbol de la Vida, «podría ser porque pensamos recuperar la raíz para que este arbolito no decaiga. Como le explicaba, no sacamos nada con podar las ramas sin proteger las raíces». Buscarán subsidio para víctimas de delitos graves como estos, para cambiarse a otra comuna o región. Subsidio estatales o laborales. Algún convenio marco con empresas para trabajar o si una mujer es dependiente del marido, darle la oportunidad de desarrollar un oficio. Realizar un total e integral resguarda a la víctima, y a su círculo.
«Yo soy sola y siempre he sido sola»
Nicole tiene 24 jóvenes años, los que han estado cargados de profundo dolor y vulneración. Su historia comienza cuando con 6 años, vivía junto a sus abuelos maternos y el abuelo abusó de ella. No fue la única afectada. «Mi abuela siempre fue maltratada por él, éramos súper pobres. De repente, faltaba para comer y todo. Mi abuelo abusó… no sé si de todas sus hijas, pero tiene dos hijos con sus hijas», relata.
Con el tiempo su abuela murió y la madre, alcohólica y drogadicta la llevó a vivir con quien fuera su pareja de ese entonces. Él también abusó de ella. «En algún momento le dije a mi madre, pero ella se hacía la tonta. Él la maltrataba», comentó con pesar. Entonces fue que llegó a casa de su madrina y la proveyeron del amor y cuidado que nunca tuvo. Hasta que la madre llegó a buscarla nuevamente y la alejó de aquel ambiente feliz.
Nicole se portaba mal en el colegio, era contestadora y no hacía tareas, ni estudiaba. Jamás tuvo una figura detrás que la incentivara a estudiar o siquiera que revisara sus cuadernos. Siempre estuvo sola.
Se cambió con la tía María, luego volvió con su madrina, la cariñosa tía Eliana. Pero vivió gran parte de su infancia así, de un lado para otro al antojo de su madre. En el proceso otros familiares volvieron a abusar de ella. Nicole seguía vulnerable. «Yo ya no tenía dirección, estaba acostumbrada a ir para todos lados», expone.
Con el tiempo se fue a vivir con la madre a Puente Alto, trabajaba con ella en la feria y ahí conoció al Andy. Se enamoró y a toda costa quiso irse de su casa, donde recibía malos tratos de la madre. Arrendaron un carrito como los de papas fritas para vivir. Allí solo cabía una cama. El Andy jalaba cocaína y un día, estando el hermano mayor de él, obligaron a Nicole a consumir. Y así siguió hasta que se embarazó de su primera hija, Daniela. Tenía solo 14 años.
«Yo sufrí mucho del embarazo de mi hija, pero siempre fui a sus controles. Trabajé todo el embarazo para comprarle sus cositas, le tuve de todo», contó la joven madre. También en la feria los caseros le regalaban cosas para su futura guagua. Confesó que mientras estaba embarazada jugaba a las Barbies, y que la única otra instancia en que pudo hacerlo fue estando con su tía Eliana. Fuera de eso jamás logró tener infancia.
Al tener a la niña, volvió a vivir con su madre. Su relación con Andy no era la misma y cuando Daniela tenía casi el año, decidió volver a estudiar. Nicole no había terminado el octavo básico e ingresó con 16 años. Frente al colegio había un jardín donde dejaba a su hija. «Ahí me separé del papá de lmi hija porque ya no lo quería conmigo, porque él también consumía y no era ni un aporte», comentó Nicole. Para mala suerte de la joven, el colegio no seguía en enseñanza media y era complejo encontrar un establecimiento que la aceptara con su edad.
«Después llegó una amiga mía, (…) ella trabajaba en un café con piernas, entonces yo la veía a ella que estaba bien, que se compraba su lavadora, sus cosas. Estaba tirando para arriba. Entonces me dice que fuera con ella, a trabajar. Y yo le dije no, yo no puedo trabajar en eso, me da cosa. Yo le dije a mi mamá y me dice no, que no quiere que yo trabaje en eso. Pero no me lo dijo convencida, entonces fui igual y después no me dijo nada”, contó Nicole. Así comenzaron los días más terribles de su vida.
Al cabo de dos meses se dedicó a la prostitución. Le empezó a ir bien y pudo comprarle cosas a su hija. Drogas, explotación sexual y alcohol eran parte de su vida diaria. Hasta que conoció a Roberto. Se enamoraron y Nicole dejó de trabajar de noche, se fueron a vivir juntos y tenían un almacén. Nació Robertito, a quien planearon. Nicole tenía tan solo 19 años. Comenzó a tener problemas con él y su familia, por lo que decidió irse y volver con su madre.
«Siempre estuve sola, yo me aferré a él porque yo no tenía a nadie. Y quería estar con él hasta viejita», expresó con tristeza. Roberto cayó preso y ella lo iba a ver, aún enamorada. Allí volvieron, a pesar de ella sabía que él estaba con muchas mujeres más.
Se fue a vivir con la abuela de Roberto, hasta que se enteró que él había embarazado a otra mujer. Se refugió nuevamente en su trabajo nocturno, además de las drogas y el alcohol. «Me destrozó el alma, yo me quería morir. Intenté suicidarme. Una vez no llegué a mi casa en tres días, yo estaba en un edificio vacilando. Consumí cocaína toda la tarde, estaba en un quinto piso y yo me quería tirar, me quería matar», relató Nicole.
Mientras él estaba en la cárcel hablaban por teléfono. Él poseía un móvil escondido al interior de prisión. «Le dije que llamara a alguien para que fueran a buscar a Robertito, porque yo me iba a matar, yo me iba a tirar», relató. «Mi hija también estaba en la casa. Justo ese día a mi mamá se le enfermó mi hermana y dejó a los niños ahí, solos. Llegaron hasta los carabineros», contó Nicole. Daniela tenía 6 años y Robertito 2.
«Después me llamaron y me dijeron que se habían llevado a mi hijo. Y a la niña se la había llevado el papá, el Andy. Robertito se fue y la señora (madre de Roberto) no me permitió verlo más. Yo en ese tiempo tuve una depresión terrible».
Decidió dejar las drogas e intentar recuperar su vida. Daniela siguió con su padre, Andy, hasta que después de ocho meses Nicole dejó de consumir, sola y sin ayuda de nadie lo logró. Nunca fue a alguna audiencia para recuperar a su hijo, pues un tiempo se dedicó al hurto de tiendas comerciales y debía días. Temía que la metieran presa y estaba segura que su hijo se encontraba bien.
Volvió con Roberto desde la cárcel en noviembre del 2016, en enero del año siguiente volvieron a terminar. Él siguió tratándola mal. «Él es lo tóxico en mi vida», afirma Nicole.
Quedó nuevamente embarazada de una niña. “En mi embarazo yo consumía marihuana, pero no era que me fumara un pito, sino que me pegaba dos fumadas y… porque la costumbre (…) yo no sabía que tenía riesgos. Fumé marihuana todo el embarazo y cuando tenía 8 meses comencé a consumir cocaína viernes y sábado», relata la joven de 24 años. Se llevaba pésimo con su madre, quien ya poseía un descontrol en abuso de pasta base y alcohol.
«Estaba sola, no tenía a nadie que me orientara. Ignorante poh, no sabía qué hacer», expone la madre de tres hijos. Comenzó a ir a la iglesia durante su embarazo, pero dejó de ir a medida que pasaban los meses. Allí los pastores le celebraron incluso un baby shower y siempre estuvieron presentes para ella.
Pero para el parto, para variar, estaba sola. Una amiga la auxilió y la llevó. Ese día fumó unas caladas de marihuana. Vivió el parto sola. «Fue la asistente social, me hizo unas preguntas. Me preguntó si yo había consumido drogas en el embarazo y le dije sí, fumé marihuana todo el embarazo», contó, pero no le dijo de la cocaína.
Le realizaron examen de orina y salió con ambas drogas positivas. Le retuvieron a la niña, quien nació sana, dos semanas en neonatología. «A mí me hicieron una demanda porque yo estaba maltratando a mi hija consumiendo drogas», narra Nicole.
La niña cayó a un hogar, a pesar de que intentó que se quedara con algún familiar. El pastor de la iglesia, quien junto a su esposa tienen un fundación dedicada a niños, tomó la decisión de reconocer a la niña para que Nicole pudiera quedársela. Le cuestionaron su actuar y la niña de todos modos está en un hogar, al que Nicole jamás ha faltado a una vista. La ve cuatro veces a la semana y de lunes a viernes va al Cosam, para tratar su drogadicción.
«Llegamos allá, a tribunales. Hablamos con Carla, que era la psicóloga del hospital y ella estaba lista. A mí ella en todo momento me dijo: ‘yo voy a ayudarte a ti y tú te vas a llevar a tu hija. Así que estate tranquila, que todo esto va a pasar’. En vez de decirme: ‘pucha, tu hija se va a ir a un lugar, porque ella va a estar mejor y tu haz una rehabilitación para ver si estás en condiciones’. Ella no hizo eso, me mintió. Esa mujer a mí me mintió», relata con una mezcla de pena e impotencia la joven madre.
Nicole no ha vuelto a consumir desde el día que nació su hija, ya van cuatro meses. Lleva un mes en terapia en Cosam y en dos meses más tiene la posibilidad de apelar a visitas de su hijo Robertito, a quien no ve desde hace dos años y hoy tiene cinco. En seis meses más tiene la posibilidad de que le devuelvan a su hija. Alicia, la abogada, le paga de su bolsillo cada mes un examen de orina para que Nicole pueda verificar su cambio, su no consumo de drogas y avance en la terapia. Vive con los pastores, quienes la acogieron como una más de la familia y le han entregado todo el amor y preocupación que no tuvo.
«Si no la apoyo, ¿cómo la saco a ella de ese círculo?», comenta Alicia, su protectora. Por eso es que paga por los exámenes de droga de Nicole. «Ella ha tenido ya tres hijos. Tiene 24 años, podemos llegar a los 45 -50 años y puede llegar a tener 10 hijos. Si yo no lo saco de este círculo vicioso, voy a tener a futuros 10 hijos más en el Sename. ¿A quién tengo que resguardar? A ella. A potenciarla como mujer, como persona. Que ella se valore y que ella es capaz, pero si ella no tiene ningún apoyo estatal, ¿quién la va a apoyar?», explica la profesional.
Es por ello que pronto lanzarán una campaña audiovisual para concientizar sobre esto que ocurre y las complicaciones que tienen ellas para financiarse. Nicole asiste todos los días a Cosam y no puede trabajar, vive mantenida por los pastores. Jessica necesita cuidar de sus hijos y tampoco puede trabajar. Con esta campaña buscarán además recaudar dinero y empezar poco a poco el sueño de una fundación.
«Tengo 24 años y estoy lista, estoy lista para tirar para arriba», comenta esperanzada Nicole, intentando traspasar el muro de la pobreza.
*Los nombres de la víctimas fueron cambiados a modo de resguardar la seguridad de ambas y la de sus respectivos hijos. Ellas dieron total consentimiento a que se contara su historia a modo de concientizar sobre la realidad chilena.