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El ángel del adiós

El ángel del adiós

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Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Las ocho de la mañana en punto y yo estoy cruzando el patio del colegio para llegar a mi sala, y con eso dar la penúltima prueba del año. Y al fin salir del colegio y enfrentarme a la vida.

“Vida” cuatro palabras que me tienen cagada de susto literalmente, ya que cada segundo que pasamos está definido por nuestras acciones, que tomamos consiente o inconscientemente. Y estas a su vez pueden cambiar nuestro rumbo, nuestras realidades y hasta la vida completa. ¿Por qué no existe un manual que nos enseñe a tomar la respuesta correcta?, así como lo hacemos cuando tenemos que estudiar para algún examen. Tantos porqué sin respuestas, tantas dudas existenciales, tantos está bien cuando las cosas las estamos haciendo mal.

En eso estoy pensando cuando a lo lejos escucho:

—¡Rosario! Espérame —me grita una de mis amigas, que viene tan atrasada como yo.

—¿Cómo estás para la prueba?

—Mal —respondo, y esa palabra es en todo su contexto.

—Tú, tranquila, eres de las mejores del curso, si te sacas un rojo no arruinará tu promedio, es más, ya casi estás dentro de la universidad.

—Casi —suspiro pensando en que todo puede cambiar en un instante. En las consecuencias que tienen nuestras acciones. Y en lo mal que a veces tomamos decisiones sin pensar.

Sin hablar nada más, porque la profesora nos mira con mala cara entramos en completo silencio, y cinco minutos después, nos entregan la hoja de la prueba, y me quedo asombrada viendo que no es de alternativas, sino de respuestas abiertas, esas que justo hoy no estoy capacitada para responder.

Giro mi lápiz hacia adelante, como esperando mágicamente las respuestas, hasta que de pronto mi mente que clama por desahogarse comienza a escribir por mí, y como dicen por ahí que es mejor anotar las cosas que no podemos ni pronunciar, tomo la hoja de respuesta y mi mano comienza  temblorosa a contar la verdad, esa que me va a cambiar en realidad. Esa realidad que es un poco diferente a las de mis compañeras, comenzando porque ellas están concentradas respondiendo  la prueba, y yo estoy aquí tratando de encontrarle la solución a mi vida.

Tal vez sea una escapatoria facilista, pero tal vez también sea lo mejor. Mi opción. Cierro los ojos para tragarme el nudo de emociones que siento en este momento, creo que vivo una realidad paralela a este universo. Que la vida me ha jugado una mala broma. Que mis sueños están a punto de irse a la mierda. Qué todos en este mundo están en contra de mí, comenzando y terminando por Vicente, al que quisiera decirle pololo, pero ni para eso alcanzó. Al pensar en sus ojos, en su voz, en su…todo, el estómago me da un vuelco, mi mano automáticamente se va a mi boca para trancar esta sensación. Pero mi mente recuerda el momento exacto en que lo vi jugando al futbol, atrapando la pelota en el parque. Nuestras miradas se juntaron y creo que ahí en ese instante comenzó nuestra conexión. Con ese simple gesto de levantar su cabeza. Y sentirme deseada por primera vez, sí, yo y solo yo.

Me quedé sentada en el pasto esperando a que llegaran mis amigas, ese día iríamos todas al mall a ver ropa para la fiesta de graduación, momento que jamás llegó, porque acabado el partido los chicos se acercaron a nosotras, y en ese segundo la historia cambió. Entre risas, bromas, y juegos todo se fue dando, intercambiamos teléfonos y comenzamos una relación por WhatsApp.

Cada día que pasaba todo crecía un poquito más, ya no solo hablábamos, él también me venía a buscar al colegio, íbamos por helados. Hasta que un día, en su casa, un beso se salió de control, y por primera vez en mis diecisiete años quise algo más.

Mi primera reacción fue asustarme, no me sentí segura, pero las ganas le ganaban a la razón. Y nunca había agradecido tanto algo como el llamado de mi mamá preocupada por saber dónde estaba. Ojalá hubiera llamado de nuevo, en otra ocasión.

—Pásame la cuatro, Rosario— siento que alguien murmulla a mis espaldas, y es cuando me doy cuenta que no llevo ni una sola respuesta anotada. Solo mi nombre al comienzo de la hoja.

Rosario González Tapia.

Me encojo de hombros para decirle que no la sé y siento como se queja y además de eso me dice egoísta. Y sí, cuánta razón tiene. Creo que en este momento lo soy. Y estoy decidiendo solo por mí, para bien o para mal, es una decisión.

Pasada media hora en que no soy capaz de escribir nada, escucho el timbre del cambio de hora que nos avisa a todos que el tiempo se acabó. Mis compañeros gritan pidiendo unos minutos más, pero la profesora es implacable y ella es quien pasa rápido por las mesas retirándonos las pruebas, se detiene en mi puesto y pregunta:

—Te pasa algo, Rosario, estás pálida.

Niego con la cabeza, no me pasa algo, me pasa de todo.

Salimos de la sala y junto a mis compañeras nos sentamos en los escalones, en tanto yo saco el celular esperando la llamada más importante de mi vida. Pero nada.

—¿Has visto a Vicente? —Quiere saber Catalina, mi mejor amiga desde que vamos en kínder, y la que también me ha ayudado en este proceso.

—Sí…

—¿Y? ¿Se lo contaste?

—Sí…

—Deja de hablarme con monosílabos —se exalta llamando la atención de los demás, y para que nadie diga nada, la tomo del brazo y caminamos hacia la cancha, ahí con el ruido nadie nos podrá escuchar.

—Habla, que desde anoche que no puedo dormir, estoy preocupada.

—Se lo conté todo…

—¿Y qué te dijo?

—Que no le importaba, que lo nuestro ya había sido y que… —No pude seguir hablando porque una lágrima sale de mis ojos arrasando todo a su paso, me abrazo a Catalina con fuerzas y gimo, con rabia, con pena, con el corazón.

—¡Dios mío, amiga!, ¿y qué va a pasar ahora?

—Tú ya lo sabes, no hay vuelta atrás.

—Pero, Rosario, ¿estás segura?

—No puedo hablar con mi mamá, ya sabes cómo reaccionaría, y mucho menos puedo contarle a mi papá.

—¡Por la chucha, amiga!

—Cata… —La detengo, esta conversación ya la hemos tenido más de diez veces, hemos discutidos los pro y los contras, hemos buscado alternativas juntas por internet—, no hay vuelta atrás, solo estoy esperando a que me llamen por teléfono y me junto con la persona.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, necesito hacerlo sola.

—Pero no quiero dejarte sola en este momento.

—Amiga, me acompañaste en el momento más importante, te quedaste conmigo mientras me hacia el examen de sangre, has sido mi única confidente, mi apoyo, qué más te podría pedir.

—Apoyo para lo que viene ahora. Serán momentos duros. La vida será diferente ahora.

—Sí, lo sé, pero ese momento será solo mío y para toda la vida.

Y antes de que me responda, porque ya sé lo que me va a decir, suena mi teléfono, y por primera vez lo miro horrorizada y con los dedos temblando aprieto el botón para responder.

—¿Aló?

—¿Tienes la plata? —me pregunta sin ni siquiera un hola.

—Sí.

—Tienes que ser completa, sino, no hay trato.

—Lo sé.

—Entonces nos vemos a las cuatro de la tarde en el cambio de andén de la estación Los Leones, si veo algo raro, cagaste, me voy y te quedas con el cacho para toda la vida.

—A las cuatro estaré allá… gracias.

Y así, con esas duras palabras me cortó el teléfono y siento que el día se me está viniendo encima, ahora ni las palabras me salen, no puedo ni hablar, solo siento la mano de Catalina que no me ha soltado desde que entramos a clases.

¿Cómo pude ser tan tonta, tan descuidada esa vez? Es la maldita pregunta que no me dejo de hacer, y que estoy segura me perseguirá para siempre. Aquel día en que yo hasta hace solo unas semanas pensaba que había sido el mejor de mi vida y que había encontrado el amor, nuevamente a solas con Vicente y con la expectación que entrega un beso me dejé llevar, esta vez no hubo ni cordura, ni un llamado que me detuviera, solo las ganas y el placer, y así en una habitación de hotel fue mi primera vez, la segunda, y la tercera, hasta que me di cuenta de quién era Vicente y qué quería siempre de mí, una sola cosa nada más, pero ya era tarde, las cosas estaban hechas, y yo hoy las terminaría de sacramentar.

A veces uno cree en el amor, en un para siempre, en que una tomada de manos significa mucho más para el otro. Pero también hay veces que no significa nada, y no nos damos cuenta hasta que fue demasiado tarde. Como me pasó a mí. Me llené la cabeza con promesas de amor que nunca se hicieron, con palabras bonitas recitadas en el momento de la excitación, pero… ¿eran de verdad?

Salí del colegio con la determinación que cambiaría todo, para siempre y no puedo sacarme de la cabeza la forma en que accedí a esta pastilla, un anuncio, como si lo que se ofreciera fuera algo simple, algo para el dolor de cabeza, y no lo que es en realidad.

 

«¡Hola! Me llamo Pablo, profesional del área de salud y tengo la solución para tu problema de manera rápida, segura y eficaz. No arriesgues tu salud ni tu dinero, te ayudaré antes, durante y después del proceso; medicamento sellado con fecha de vencimiento a la vista y lo puedes abrir para corroborar su originalidad, entregas personalmente de manera segura y confidencial. Agrégame a WhatsApp y con gusto aclararé tus dudas e inquietudes sin ningún compromiso, mi intención es poder ayudarte y que todo resulte exitoso.»

 

Mientras veo pasar las estaciones no puedo evitar sentirme mal, sentir que toda la gente me mira y sabe lo que voy a hacer. Me juzgan sin saber qué pienso, me juzgan sin ponerse un minuto en mi lugar, solo reprueban mi actuar, como si esta decisión fuera fácil, y no la más difícil de toda mi vida. Esas miradas inquisidoras que seguro deben pensar que esto es un pecado moral, y que es completamente ilegal, sin contar con que además pensarían que todo fue por irresponsabilidad, sin ponerse en mi lugar.

Sí, me hablaron de pastillas, de preservativos, de métodos anticonceptivos, pero ninguno estaba allí, solo me dejé llevar…pero ahora, todo esto se va a acabar.

Al llegar a la estación, cada paso que doy es más lento que el anterior, hasta que ahí, esperándome como un cazador esperando a su presa él se acerca.

—¿Rosario?

—Sí.

—¿Trajiste la plata?

—Sí, es…es todo lo que gané en el verano —le confieso esperando un poco de empatía que nunca llegó.

—Ya tendrás más veranos para juntar.

Yo asiento con la cabeza, porque sé que aunque sueno duro, así es. Le entrego el dinero y él con una gran sonrisa en la cara me entrega las pastillas, y junto con eso, un papelito que tiene escrito todas las indicaciones con lujos y detalles.

—Ahí está todo indicado.

—¿Me va a doler? —pregunto con miedo.

—Más que la cresta, pero eso debiste pensarlo antes de que te la…

—No necesito un sermón de tu parte, ni tú ni yo somos mejores que el otro.

—Entonces, adiós y que te vaya bien —me dice, y tan sereno como llegó se va, en tanto yo cargo ahora en mis manos las pastillas que me entregó.

Leo varias veces el instructivo en donde recalca todo lo que debo hacer, la hora, y hasta lo que debo de tomar, y claramente dice que los dolores serán aterradores. Un alto precio por mi error.

En mi casa ceno con mis padres y soy la mejor actriz al decirles que me voy a acostar. Espero que el silencio de la noche me invada. Abro el envoltorio, saco la primera pastilla y sé que ya no habrá vuelta atrás, en este punto de mi vida todo cambiará para siempre. Me gustaría no tener conciencia y ser solo un ente sin sentimientos, pero los tengo, están arraigados a mí y los llevaré por siempre.

Cuando el proceso comienza, a lo único que me aferro es a un lápiz y a un papel, solo para dirigirme a él entre dolores que no solo me están desgarrando el útero por dentro, sino que también el alma.

Y así le empiezo a escribir.

 

«Quiero pensar que eres un ángel y así quiero sentirte aquí adentro. Quiero que sepas que desde que llegaste a mí, he comido por dos y perdido la mitad de mi energía. Y no me siento bien con lo que estoy haciendo ahora, pero tampoco lo siento.

Esto no es un hasta nunca, porque algún día quizás en otra vida podré conocerte. No quiero ni imaginar que podrías haber tenido la nariz de tu padre y mis ojos, que tal vez hasta podríamos haber formado una familia, que podrías haber sido un arquitecto, un doctor, o un profesor, o una niña parecida a mí. Pero hoy, en esta vida, no estoy lista para ti. Pero te juro que cuando nos volvamos a encontrar yo te arrullaré en mis brazos y te sabré criar.

»Angelito, de todo corazón deseo que al lugar a donde te vayas seas feliz, que vueles muy alto, y quiero que sepas que hoy no estoy preparada para ti, siento que aún estoy creciendo y no sería justo traerte a vivir a un lugar en donde ni siquiera yo sé que va a pasar.

»Quiero que cuando volvamos a estar juntos pueda darte amor y protección, y que seas lo mejor de mi vida, no lo peor que me haya pasado, eso no es justo para ti, y hoy tampoco para mí.

»No puedo, no puedo con esto, no puedo ser madre hoy, pero siempre te voy a recordar, cada día, cada semana, cada año, porque tu formaste parte de mí. Pero no tengo las herramientas para tenerte aquí conmigo, al menos no hoy y ahora.

»Y aunque no lo puedas creer, te amo, y hubiese dado mucho más porque estas fueran otras circunstancias, pero sé que nos veremos de nuevo, en otra vida, en la que yo te llamaré hijo, y tu mamá.

»Serás la estrella que guie mis pasos, y serás más fuerte que yo, porque si tú fueras yo, hoy…yo no existiría…»

 

 

 

 

 

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