La académica mexicana del Centro de Investigación en Artes y Humanidades de la Universidad Mayor, sostiene que este género musical “es síntoma de una sociedad que denigra a la mujer”.
“La culpa no es del reggaetón”, sostiene la musicóloga y académica mexicana del Centro de Investigación en Artes y Humanidades de la Universidad Mayor, Natalia Bieletto, en referencia al género musical que ha despertado polémica por las características del baile que lo acompaña y el contenido de las letras de sus canciones.
La ganadora del Premio Latinoamericano de Musicología “Samuel Claro Valdés”, que otorga bianualmente el Instituto de Música de la Universidad Católica, argumenta que el rechazo que provoca el reggaetón entre algunos grupos sociales, se relaciona con la postura de las clases dominantes respecto del cuerpo, presente en Latinoamérica desde la época de la conquista española. Natalia Bieletto, quien es doctora en Musicología de la Universidad de California, considera que desde este punto de vista, este estilo “es una de esas prácticas muy denostadas por los discursos dominantes, porque resalta el cuerpo y usos del mismo que no quisiéramos ver. Y maneja discursos machistas que denigran a la mujer y son reales en una cultura que no los quiere reconocer”.
Opina que en tal sentido este género musical es síntoma de una sociedad que denigra a la mujer, que utiliza, materializa y objetiviza a los cuerpos. “Pero la culpa no es del reggaetón, sino de la cultura patriarcal que hizo posible que éste surgiera como una expresión muy gustada. En ese sentido es importante estudiarlo, porque nos permite ver la cultura a la que corresponde”.
El interés por esta materia se encuentra en la base de los estudios que ha desarrollado y por los que recibió el reciente galardón. Ellos se centran en la recepción que en México tuvieron las músicas negras del sur de Estados Unidos y las danzas afro antillanas del Caribe.
En su investigación, Natalia Bieletto abarca un aspecto cuya consideración no estaba contemplada en los estudios tradicionales. Se aparta de la obligación de abordar las partituras como texto primario del estudio musicológico y aborda las formas de recepción, “como la gente recibía la música y que hacía con esa música”.
Para el estudio que mereció el premio, fijó su atención en el periodo inmediatamente posterior a la Revolución Mexicana. Exploró la recepción de las músicas de carácter popular “en contraposición con músicas de lo que ahora vinculamos a la cultura del conservatorio”.
Describe que por un lado estaba la ópera, la zarzuela, y por otro, la revista musical y todas las músicas populares coexistiendo en una misma ciudad. Era de su especial interés observar “el revuelo social que esta convergencia de músicas causó en su momento y sobre todo una ideología que dictaba cómo el que escuchaba se debía comportar. No solamente en los teatros, sino incluso en la calle”.
Para lograrlo no revisó archivos musicales sino archivos administrativos y jurídicos. Allí encontró registros de cómo se penalizaba con multas e incluso detención por bailar rumbas, por ejemplo. De ello desprendió “cómo las elites y autoridades deseaban un comportamiento, corporal civilizatorio en el evento musical”. En los archivos encontró que la conducta que se esperaba en esas ocasiones era definida con la palabra “circunspecta”.
Natalia Bieletto ubica el origen de este criterio en ideas europeas de carácter filosófico. Explica que “este tipo de escucha compuesta de inamovilidad, estaba ligada a la obra de Beethoven y a una música que, desde la ideología del idealismo alemán, se empezó a vincular a la transfiguración del espíritu, a concebir la música como un conducto para alcanzar mayor espiritualidad. En esta escucha espiritualizada, el cuerpo no se movía, sino que se entregaba a una elevación a partir de melodías muy abstractas. Beethoven era el modelo a seguir por los discursos del idealismo alemán que se oponía a músicas muy rítmicas”.
Esto corresponde, según la experta, a estudios de la fenomenología que demuestran que “ante músicas con ciertos patrones de periodicidad y ritmicidad, el cuerpo responde de manera muy natural, corporal, intuitiva y de vibración, sin que la razón ocupe un lugar importante”. En contraposición al modelo que se promovía socialmente el escucha civilizado es el que no se mueve. “Si las personas no cumplían se les pedía que salieran de la sala de conciertos. O en los peores casos, cuando había una demostración muy evidente y explícita de movimiento corporal y otros considerados obscenos, se pensaba que era conducta inmoral, y entonces estos individuos ameritaban detención”, comenta la especialista.
Una calificación que a su entender se mantiene vigente hasta hoy: “Ahora hay discursos sobre las músicas cuya intención es controlar a las poblaciones. Esto ocurre también con el reggaetón o el hip hop. Discursos que se valen de las músicas para ir clasificando personas y grupos sociales”.
La musicóloga declara buscar en su investigación “la tensión entre cosmogonías ligadas a lo supuestamente racional por un lado, y lo corporal, lo rítmico, los rituales, el trance por otro, y develear cómo una oprime a la otra y la otra no se deja oprimir. Todas éstas son formas de rebeldía de culturas y formas que perviven pese a los intentos de opresión”.
Subraya que su artículo que le valió el premio “Samuel Claro Valdés” se enfocó en la época de la Revolución Mexicana “porque hubo todo un reacomodo de clases sociales y eso hizo estallar los supuestos culturales de lo que era aceptable y no. Toda la cultura se revolucionó, pero sostuvo las bases racistas del colonialismo del s. XVI”.
Traza un paralelo entre lo que fue aquella etapa y lo que está ocurriendo hoy, cree que en momentos como el que vive Chile y el mundo, “con esta migración tan intensiva, todo tiene necesariamente que reacomodarse. Se relativiza todo y entonces es ahí donde, como analista cultural, uno tiene que buscar nuevos marcos de interpretación o indagar en qué conflictos se están generando”.
La investigadora de U. Mayor, también tiene su opinión respecto a otros temas de controversia actual, como la validez o significado del piropo. Según explica, este fenómeno “ha tenido recientemente una relectura, bajo la luz de los reclamos feministas, pero creo que también es una herencia de una cierta picardía hispana que se puede rastrear hasta en las décimas. Hay algo ancestral en el piropo que es muy loable y bonito, pues es justamente un legado que puede ser del siglo del oro o atrás. La gracia del piropo, cuando es usado con ingenio, es que ocurre de manera muy espontánea y, bien llevado, puede suavizar las relaciones e interacciones sociales, incluso las que son sexualizadas y que todos practicamos en mayor o menor medida”.
Sin embargo, rechaza la violencia lingüística que afecta a las mujeres en la calle, haciéndolas sentir intimidadas e incómodas. “Y eso es lo peligroso, no del piropo sino de tipos de interacción interpersonal, en este caso lingüísticas con personas –los varones-, que tradicionalmente tienen más poder en cómo usan la calle, el lenguaje y el cuerpo, generando asimetría y violencia”.
Llorando por «Coco»
Natalia Bieletto, quien es también coordinadora del núcleo de Investigación sobre Estudios Sensoriales, vio la película “Coco” con la superposición de planos de su vida personal y profesional, sin escapar a la reacción emocional: “La he visto tres veces, he llorado mucho, y me parece que retrata muy bien una costumbre, una forma cultural muy arraigada en México, pasada oralmente de generación en generación. Una de las escenas donde más lloré fue al ver retratado el puente de flor de cempasúchitl, que une el mundo de los muertos con el de los vivos. La tradición es que uno va dejando los pétalos, y esto lo hacemos todos quienes ponemos nuestro altar de muertos. Dejamos un camino de flor de cempasúchitl para que el ancestro encuentre el camino de vuelta a casa. Cuando lo vi en la película retratado de esta manera tan grandilocuente, que al mismo tiempo se deshace por la fragilidad del pétalo, me pareció una imagen visual muy poética y me conmovió mucho”.
Su formación cultural laica no ha sido obstáculo para que se haga parte de las tradiciones: “Yo no soy para nada creyente, crecí y fui educada laica, y hay una parte que es inminentemente cultural y tradicional de mi aproximación a la fiesta de muertos. Entonces, yo pongo mi altar, porque sí recuerdo a mis muertos desde un lugar muy laico pero muy culturalmente influido. Voy a los mercados buscando encontrar los colores, el papel picado, los sabores. La mandarina que Coco, la abuelita de Miguel, empieza a pelar me remitió al olor de la fruta de manera inmediata y por asociación, recordé el olor de la flor de cempasúchitl, el olor del copal y toda una gama de sabores, sensaciones y memorias culturales asociados a la fiesta y a la época”.