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Feminismo y convergencia política Yo opino

Feminismo y convergencia política

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Luna Follegati
Por : Luna Follegati Doctora (c) en Filosofía con mención Filosofía Moral y Política.
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El avance de sectores conservadores a nivel regional ha puesto al feminismo frente a dos fenómenos particulares. El primero, la vuelta hacia un posible escenario de derecha y la configuración de la política a través de conceptos, epítetos o enclaves que hasta hace poco eran irrisorios a nivel latinoamericano, ahora parecen ser aspectos claves que se vislumbran en la rearticulación de la ultraderecha representada en la propuesta del neofascista Jair Bolsonaro. El segundo escenario es uno en el cual se vincula al feminismo con el neoliberalismo, bajo una lectura liberal que busca inscribir la consecución de derechos bajo la idea de empoderamiento económico y “emprendimiento”, como categorías claves para superar la desigualdad de género. Sabemos que esa noción no sólo condiciona una posición desigual y precaria de las mujeres, sino que también reinscribe la reproducción social bajo nuevos tintes: mayor flexibilidad, inestabilidad, doble carga laboral, precarización. Esta situación vuelve urgente la necesidad de articular al feminismo desde la izquierda, en diálogo y propuesta conjunta que haga frente –programática y estratégicamente– a la reacción que se ha venido desarrollando en el último tiempo. Un feminismo que se comprenda, promueva y convoque como proyecto.

En este contexto, los procesos de convergencia que se han gestado al interior del Frente Amplio, nos lleva a articular nuevamente la pregunta qué feminismo queremos, y cómo se incorpora éste en un proyecto político. ¿Qué implica el feminismo como un principio organizativo, directriz y acción conjunta desde la izquierda? Sin duda, cada sector, organización o colectivo comprende particularidades, énfasis o propuestas para articular una perspectiva feminista, o bien, cómo el feminismo se hace carne, como se materializa en tanto propuesta política transformadora.

En el contexto de la convergencia de partidos al interior de FA, y particularmente la que me convoca –Movimiento Autonomista, Movimiento Político SOL, Izquierda Libertaria y Nueva Democracia– se vuelve importante situar nuevamente este problema, donde la pregunta por la “inscripción” del feminismo es pertinente: no basta con incluir una mirada con tintes feministas, o sólo asegurar presencia del cuerpo feminismo en espacios determinados, sino que debe implicar una acción transformadora.

Esta acción supone algunas alertas para el feminismo, advertencias comprendidas desde la historia reciente chilena. La incorporación del feminismo en los partidos políticos no ha logrado una profundidad sustantiva a nivel histórico, más bien, posibilitó lo que la feminista y militante socialista Julieta Kirkwood había adelantado en los 80’: el temor de que los partidos terminen supeditando el feminismo a la contradicción principal o a la pregunta prioritaria. Con ello, se propició su pérdida en términos de crítica, de transformación radical y antipatriarcal, cuestión que en algunos casos se tradujo en diferentes caminos y enfoques frente a la incorporación del género en la institucionalidad, reduciendo la direccionalidad política del feminismo.

Hoy, el movimiento feminista ha adquirido nuevos refuerzos de activación y lucha social. Por tanto, parece necesario preguntarnos cómo resolver desde un feminismo crítico las problemáticas precedentes. Me parece que la incorporación del feminismo a los nuevos partidos y perspectivas de izquierda en la actualidad debe responder a tres problemas. Primero, la superación del departamento femenino, es decir, espacios acotados o segmentados que se encargan de los “temas de las mujeres” sin tener una real incidencia en diseño y directriz política del partido –lo que no implica disolver espacios específicos– sino que se correspondan también con una representación efectiva en términos de espacios de poder internos. A la vez, es preciso erradicar las prácticas sexistas, machistas y patriarcales al interior de la militancia, transformando con ello la cultura militante. Es necesario, además, incorporar una perspectiva transversal que conciba al feminismo como una alternativa de transformación social en su conjunto, y no sólo que se desarrolle o trabaje desde un lugar particular. Las injusticias, violencias y desigualdades de género se conciben articuladamente y en correlación con el sistema económico y político, y esa misma transversalidad es la que debe impregnar el proyecto político en general. Por otra parte, y siguiendo en el aspecto interno, el feminismo en el partido no puede sino exigir una democratización de la misma estructura y forma de pensar la política, que ésta deje de estar asociada a una condición de sujeto o a un problema específico, sino que comprenda la necesidad de transformación social desde un punto de vista más integral. Una perspectiva feminista articula contradicciones y problemas, no divide su lectura ni prioriza en la acción aquellos espacios que hacen más plausible la subordinación. Comprende conflictos como un todo, puntualizando en los cuerpos donde la precarización, exclusión y vulnerabilidad se vuelve más patente.

Un segundo aspecto, y apelando al carácter antineoliberal de un feminismo de izquierda, es aquel que comprende la condición de justicia e igualdad como un aspecto transversal en la demanda, y por tanto, desvincular el problema de lo económico parece ser un error flagrante. Exigir justicia e igualdad desde el feminismo, no como una demanda procedimental, leguleya o normativa, sino que bajo una perspectiva de derechos, en las condiciones actuales del neoliberalismo, es imposible. Basta con mirar las brechas de género en los planes de Isapres, en las pensiones de las AFP o en los propios sueldos: el neoliberalismo se hacen sentir más fuerte en aquellas mujeres que están en una condición de explotación y situación de vulneración explícita. Un feminismo crítico, debería así comprender y responder políticamente a la violencia estructural que es producida por el neoliberalismo.

Articular esta demanda es prioritaria en tanto que un “feminismo de lo posible” buscará una política de carácter liberal y pragmática coincidente con la agenda de género –por ejemplo la lanzada por el Gobierno de Piñera en el mes mayo–que mantiene un status quo económico y también político de carácter excluyente. Por eso, y como tercer eje, debemos no sólo evidenciar aquello, sino que ofrecer una lectura política propia: la de una democracia feminista. La democratización efectiva de todas las esferas de la sociedad implica comprenderlo también desde una política que articule y comprenda la radicalidad de la exigencia democrática, en tanto sistema político como relaciones sociales. Enfatizar esa intencionalidad comprende la voluntad de articulación, respeto y diálogo desde los feminismos diversos y plurales. La convergencia, sucede entonces como una oportunidad de comprender y aunar fuerza de izquierda feminista que, desde cada orgánica, movimiento o partido, puedan visualizar y elaborar una condición político y estratégica conjunta. Este esfuerzo, de coordinación, unión y sincronía en la elaboración, es prioritario para superar el carácter de las políticas de género, y propiciar una apuesta que efectivamente comprenda el proyecto político desde lo social y a través del feminismo. Apuesta que por cierto implica la priorización por el trabajo feminista, una territorialización de éste y diversificación de la composición mayoritaria del feminismo –urbano, universitario, académico, etc.– adquiriendo con ello la posibilidad de una transversalidad efectiva. El feminismo –planteado desde las izquierdas y la convergencia– debiese fortalecer esa salida de los espacios en los que ya se ha afincado, planteándose como una alternativa de construcción social.

El reciente movimiento feminista refuerza la tesis de que es necesario comprender al feminismo como un espacio de politización y activación social propia, que ha corrido por carriles diferenciados al de la izquierda tradicional. Pero también, apunta a que es desde la izquierda donde podemos articular la condición estratégica del feminismo, y desde la convergencia, comprender el rol político que puede adquirir para una recomposición del tejido social, en clave feminista. Señalar al feminismo como un problema secundario o como un aspecto menor dentro de la priorización y línea política, no es sólo un error teórico, sino que político: el feminismo tiene una centralidad en tanto acción democratizadora, y para la izquierda y su avance, este aspecto se vuelve fundamental. Es necesario atender a estas posibilidades, y señalar la forma en que estas demandas se impregnan en la necesidad transformación estructural, como también en la construcción de una política vinculada a la mejora de las condiciones materiales de existencia, demanda que se vuelva prioritaria para explicitar –desde el feminismo– la constricción neoliberal. No considerar al feminismo en su real dimensión tanto teórica como práctica, a nivel interno como inserción efectiva, conllevaría nuevamente al error histórico que termina por supeditar el feminismo a otras prioridades y principios. Si efectivamente consideramos que desde el FA se debe construir una forma política distinta a la tradicional, que aúne mayorías y tenga cabida en un relato social, el feminismo debe estar no como maquillaje o enunciación, sino como práctica contingente, efectiva que se traduzca en una construcción política real a nivel territorial y comunal, en la calle, en la casa y en el trabajo. La convergencia vuelve así a ser una oportunidad para posicionar el eje estratégico de nuestra propuesta, como también, resarcir la constante segregación y división de las feministas en diferentes escenarios y espacios político-partidistas. Oportunidad de construir y elaborar en conjunto, de crear y solidificar una tarea cuyas potencialidades recién nos enfrentamos a descubrir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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