Sí, mientras en la calle se mataba y en los estadios se torturaba, en nuestras casas nuestro padre o tío y en los colegios nuestro profesor, nos hacían cosas que también eran una tortura, silenciosa y voraz.
Les quiero contar la historia de las niñas que sufrimos violencia sexual al interior de nuestras casas o colegios, en la época de la dictadura militar en Chile.
Sí, mientras en la calle se mataba y en los estadios se torturaba, en nuestras casas nuestro padre o tío y en los colegios nuestro profesor, nos hacían cosas que también eran una tortura, silenciosa y voraz.
En ese tiempo aprendimos que “eso” era algo que había pasado siempre en nuestras familias y colegios, que nuestras hermanas mayores, primas, madres, tías o abuelas quizás también lo habían vivido, pero nunca se lo habían contado a nadie, porque habían aprendido que de “eso” no se hablaba. Crecimos haciendo como si nada hubiera pasado.
[cita tipo=»destaque»] Algunas de nosotras -las niñas de la dictadura- empezamos a hablar de “eso” que nos había pasado hacía ya tanto tiempo, “eso” que nunca se lo habíamos contado a nadie, “eso” que nos hacía sentir sucias y tristes y fuimos a denunciar, pero los policías y fiscales nos dijeron que “eso” ya no se podía denunciar, porque estaba prescrito (…). [/cita]
Pasaron los años, se dejó de matar gente en la calle y de torturar en los estadios, hasta se les pidió perdón a las personas que lo habían sufrido y se hizo un museo para recordar ese horror y que nunca más vuelva a pasar en Chile y casi todo el mundo estuvo de acuerdo, incluidas nosotras -las niñas de la dictadura-, que ahora éramos jóvenes.
Nosotras -las niñas de la dictadura- a veces nos acordábamos de “eso” que no le habíamos contado a nadie, porque de “eso” no se podía hablar.
Pasaron los años y nosotras -las niñas de la dictadura- empezamos a denunciar a nuestros maridos cuando nos pegaban o cuando nos dejaban tiradas con los cabros chicos y los tribunales nos daban la razón, pero en las noches, a veces, seguíamos acordándonos de “eso” que no le habíamos contado a nadie y empezamos a dudar si había pasado en verdad o si nos habíamos imaginado todo.
Algunas de nosotras -las niñas de la dictadura- empezamos a hablar de “eso” que nos había pasado hacía ya tanto tiempo, “eso” que nunca se lo habíamos contado a nadie, “eso” que nos hacía sentir sucias y tristes y fuimos a denunciar, pero los policías y fiscales nos dijeron que “eso” ya no se podía denunciar, porque estaba prescrito, porque habían pasado muchos años y qué por qué hablábamos ahora de “eso” que había pasado hacía tanto tiempo atrás y nosotras -las niñas de la dictadura- tratamos de explicarles a los policías y fiscales por qué no habíamos hablado nunca antes de “eso”, pero ellos no entendieron o no quisieron entender.
Entonces algunas de nosotras aprendimos una palabra que nunca antes nos habían enseñado y pedimos la imprescriptibilidad para que las niñas de ahora tuvieran derecho al tiempo y pudieran denunciar cuando ellas quisieran o pudieran y casi todo el mundo estuvo de acuerdo en que nunca tenía que volver a pasar “eso” en Chile.
Nosotras -las niñas de la dictadura- aprendimos otra palabra difícil que nunca antes nos habían enseñado y pedimos la retroactividad para que nosotras -las niñas de la dictadura- pudiéramos tener, por fin, justicia, pero los senadores nos dijeron que no, porque iba a ser un problema denunciar algo que había pasado hacía tanto tiempo atrás, en un momento en que ni siquiera existía una ley internacional que protegía a las niñas de “eso” que habíamos vivido en nuestras casas y colegios.
Parece que la historia acaba así: nosotras las niñas de la dictadura no tendremos justicia, pero las niñas de ahora sí, ellas aprenderán que “eso” no puede volver a pasar nunca más en Chile.