Una serie de horribles asesinatos y violaciones —incluido el caso de una colegiala a la que le partieron el cráneo y el de una universitaria a la que mataron a golpes—, ha causado indignación en Sudáfrica.
Protestas callejeras, una campaña en Twitter denominada #AmINext (#soyelsiguiente) y una petición firmada por más de 500.000 personas exigiendo el restablecimiento de la pena de muerte han dominado la agenda de una nación que lucha por frenar los altos niveles de delincuencia que registra.
El presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, ha prometido una serie de medidas para hacer frente a esta crisis, entre las que se encuentra el hacer público un registro de delincuentes, aumentar el número de «tribunales dedicados a delitos sexuales» y penas más severas.
La fotógrafa Sarah Midgley —de 37 años y madre de dos hijas—, fue violada hace casi una década y afirma que todavía se está recuperando del trauma.
La mujer, que vive en la ciudad de Johannesburgo, le contó a la reportera de Asuntos de Mujeres de BBC África, Esther Akello Ogola, los detalles de su terrible experiencia.
Fui violada por mi exnovio en 2010, justo cuando se estaba celebrando la Copa Mundial de Fútbol en Sudáfrica.
Había estado abusando física y emocionalmente de mí durante casi 18 meses antes de que tuviera el coraje de dejarlo.
Lo había amenazado con dejarlo muchas veces, pero cada vez que lo hacía él se volvía más y más violento.
Me pateaba, a veces me ahogaba y me mordía. Constantemente me amenazaba con violar a mis hijas y matarlas frente a mí si me atrevía a dejarlo. Incluso, una vez me disparó con un arma de electrochoque (también llamada pistola eléctrica).
No compartí esto con nadie porque estaba avergonzada de no poder defenderme.
Estaba aislada de mis amigos y familiares, porque después de un divorcio mi autoestima no estaba en su mejor momento.
Mi exnovio, además, me convenció de que mis amigos y familiares no se preocupaban de mí. También creí que, si lo contaba, podría lastimar a mis hijas.
Cuando tuve el coraje de dejarlo, lo hice de forma secreta. Sin embargo, diez días después, él estaba parado afuera de mi puerta.
Me sorprendió que me hubiera encontrado.
Me dijo que estaba allí para pedirme un favor por última vez. Afirmó que no tenía dinero ni medios para llegar a la granja de su tío, que estaba a unos 25 km de donde yo vivía.
Me prometió que desaparecería de mi vida por completo si lo llevaba. Yo le creí.
Después de la violación, me culpé durante muchos años por haberle creído.
Durante el viaje en auto, me di cuenta de que mi exnovio parecía nervioso. Lo justifiqué porque era un adicto a la heroína (desafortunadamente, lo descubrí tarde).
Le dije que solo llegaría hasta la puerta de la granja y luego regresaría a casa.
Si pensaba que las cosas no andaban bien antes, sus siguientes acciones confirmaron mis temores.
Me respondió diciéndome que me iría cuando él quisiera e inmediatamente bloqueó las puertas del auto.
Una vez que llegamos a la granja, se bajó del auto, abrió mi puerta y me arrastró del pelo. Cuando caí del auto, me dio una patada en la cabeza y me desmayé.
Cuando recuperé la consciencia, estaba en una de las áreas exteriores de la granja y él estaba encima mío. Un amigo también estaba con él y cuando mi exnovio terminó, él se hizo cargo.
Me desmayé nuevamente y cuando recuperé la consciencia, ya se habían ido. La limpiadora de la granja estaba a mi lado.
La mujer intentó limpiarme con un balde de agua mientras me cubría con algo de su ropa. Le pedí que se detuviera y que llamara a la policía o a una ambulancia.
Más tarde llegó la ambulancia y me llevó al hospital.
Desafortunadamente, las lesiones que experimenté fueron bastante graves y tuve que someterme a una histerectomía (operación quirúrgica que consiste en extirpar el útero total o parcialmente).
Mientras esto sucedía, me enteré que a mi exnovio se le había otorgado libertad bajo fianza y que estaba suelto en la ciudad.
Durante nueve meses, tuve que vivir mirando a mi alrededor.
Finalmente fue arrestado y sentenciado a ocho años de cárcel. Murió de cáncer de próstata y vejiga en 2017, siete años después de haber sido encarcelado.
Solía tener pesadillas de que mi exnovio volvía y me atacaba a mí y a mis hijas.
Me mudé a la casa de mis padres porque no era capaz de quedarme sola.
Cuando les tienes miedo a las serpientes, tienes miedo a todas las serpientes, incluso a las que no son venenosas.
Lamentablemente, hoy me aterrorizan los hombres. Intento no demostrarlo, pero no creo que los hombres se den cuenta de lo intimidantes que pueden llegar a ser.
He estado en terapia durante años. Algunos de mis traumas son infantiles (me acosaron cuando era niña), y otros emergieron después del ataque.
Para mí, como sobreviviente de una violación y madre de dos hijas, lo peor sería que a ellas les pase lo mismo y sufrieran el mismo dolor que yo sufrí.
Estaría devastada si les sucediera algo así.
Por eso, les enseñé que yo siempre seré su espacio de seguridad. Siempre pueden confiar en mí, yo siempre les creeré.
Me obsesioné con la seguridad de mis hijas. Les compré teléfonos y constantemente monitoreaba sus movimientos. Cuando podía, las acompañaba a donde quiera que fueran, incluso si simplemente estaban con sus amigos en un centro comercial.
Finalmente, me agoté y tuve que volver a terapia para tratar de superar esta obsesión.
Personalmente, no creo que se esté haciendo lo suficiente para proteger a las mujeres y las niñas en Sudáfrica.
La gente no ve cuán grave es la situación para las mujeres y, lamentablemente, algunas de las personas que excusan los ataques son mujeres que dicen: «Lo que está hecho, hecho está. La gente necesita seguir adelante y ser positiva».
Esa no es la solución para mujeres violadas y asesinadas.