Cuando hablamos de cuotas en política, hablamos de cómo queremos que nuestros representantes -a algunos les gusta usar el término autoridades-, reflejen el Chile en que vivimos. Precisamente por eso, la ley de cuotas no se trata de una discusión limitada exclusivamente a nuestros derechos, se trata de una discusión sobre nuestra propia democracia.
Y en ese sentido, es nuestra democracia la que sufre hoy el reflejo inconsecuente de un congreso nacional con alrededor de un 20% de mujeres y municipios con apenas un 11% de alcaldesas.
[cita tipo=»destaque»] Los partidos políticos deberán cumplir con presentar al menos un 40% de candidaturas mujeres, sin embargo, no tendrán obligación de presentarlas en comunas competitivas gracias a la legislación de un cuota nacional y no regional [/cita]
Ocupar el espacio público sin dejar de hacernos cargo de forma exclusiva del privado, responsabilidad que además en Chile no es valorada económicamente, nos pone encima una doble carga que es evidente. A eso se suma la cultura machista y patriarcal que se expresa en acceder a la mitad de los aportes privados, un tercio de los créditos y un 50% menos de aporte de nuestros partidos políticos respecto de los candidatos hombres.
El hito histórico que significa legislar en favor de la participación política de las mujeres en nuestro país quedó a medio camino. Reconozco que el camino que quizás resulta interminable y por tanto el reproche por su poco avance, injusto. Los partidos políticos deberán cumplir con presentar al menos un 40% de candidaturas mujeres, sin embargo, no tendrán obligación de presentarlas en comunas competitivas gracias a la legislación de un cuota nacional y no regional, y si a eso se suma la ausencia de incentivos económicos por candidata electa, hoy mantenemos una puerta abierta al riesgo de las cuotas como una medida nominal sin el impacto real suficiente. A eso le sumo una preocupación política: los tibios avances tienen la ventaja evidente del avance frente a la nada, pero son en general, también desmovilizadores. Hoy, cuando la conciencia de la necesidad de un Chile feminista se ha tomado las calles y ha empujado el debate institucional, limitar su impacto a la lógica de la medida de lo posible con criterio conservador es siempre un riesgo que debemos evitar.