La novela de Claudia Hernández relata la historia de J, una mujer trans que deja a su familia para huir de la violencia en Centroamérica, buscando la posibilidad de vivir su identidad de género. El viaje que emprende la protagonista de Guatemala a México, hasta llegar a Estados Unidos, está marcado por el maltrato, la pobreza y la desilusión, pero también en la importancia de la amistad. La autora del libro publicado por La Pollera ediciones, conversó con El Mostrador sobre los pormenores de esta historia, especialmente la discriminación que padece la protagonista y su capacidad de liberación ante lo adverso de la sociedad.
La autora salvadoreña, Claudia Hernández, relata cómo una mujer trans de escasos recursos y orígenes vulnerables emprende un viaje no solo terrestre, sino que también personal, hacía la liberación en sentido económico, político, cultural e identitario.
-¿Qué de verídico tiene esta novela?
– Yo diría que, si no todo, casi todo. La información, los datos, son resultado de múltiples entrevistas con muchas personas que han experimentado una o varias de las situaciones que aparecen en El Verbo J. Los puntos de partida, pues, son, si no la verdad objetiva, la verdad de cada una de las personas entrevistadas. Donde hay intervención mía es en cómo esa información fue dispuesta y articulada para permitirnos acercarnos a un tema y a un tiempo concreto.
El relato está cruzado por una perspectiva de género que permite conocer más acerca de los problemas y la vida de las personas transexuales. Ante esto la autora expresó a El Mostrador que “la perspectiva que intento privilegiar en las historias que me ocupan, es la de la capacidad de las comunidades de sobrevivir a las situaciones que las superan y la posibilidad del espíritu humano de florecer a pesar de ellas”.
Lo que motivó a la autora a escribir el libro fue que ella trabajando en “una tríada de historias acerca de lo que significa ser mujer en el contexto de la guerra: cuando se es madre, cuando se es esposa y cuando se es niña. Tras terminar la primera (“Roza, tumba, quema” se llamó el libro acerca de la perspectiva de la maternidad), estaba haciendo el trabajo de recolección de datos para la segunda, la visión de las esposas (que será publicada por Laguna el otro año), cuando entré en contacto con testimonios acerca de la migración infantil producto de la guerra y la lucha por la supervivencia fuera de sus espacios conocidos. Eran tan potentes que mi atención se concentró en ellos y tan dolorosos que no pude sino volverlos mi prioridad”.
El libro está separado en capítulos que llevan de título pronombres, estos son las voces de los distintos personajes que participan en la historia, ya que para la autora ella no sólo narra la historia de un personaje, sino que la de su red de apoyo, de una comunidad.
A pesar de que la autora no sienta que ella escribe con perspectiva de género, a lo largo de la historia el personaje principal atraviesa una serie de problemáticas transversales que sí tienen que ver con el género, como lo son la violencia hacia las mujeres, el machismo y el sexismo.
Para Hernández esta realidad “se ha ajustado, ha adaptado la manera en que se manifiesta, pero sigue operando. A partir de los testimonios que recolecté, puedo pensar que hay sectores en los que sigue determinando y conduciendo destinos”.
En cuanto los cambios que ella ha notado sobre estos temas cree que no son positivos, “mi impresión es que se habla mucho más ahora, pero se actúa poco significativamente. Es como si se silenciara de una manera más elaborada”.
Sobre al eje de la historia, es decir, la transición que vive J, la autora dijo que “aceptada o no, lo importante de la transexualidad es que es un hecho (y un derecho) que se planta y sobrevive a las embestidas de la intolerancia”.
-¿De qué manera crees que podría relacionarse con el público chileno o latinoamericano?
– El hecho de que el personaje provenga de Latinoamérica nos permite ver, no solo cómo funcionan nuestras sociedades (que somos nosotros mismos) con quiénes tienen demandas y carecen de privilegios. Nos deja ver cuánto nos falta por crecer. Que buena parte de la historia suceda fuera de Latinoamérica nos permite ver lo vulnerables que podemos seguir siendo incluso en sociedades en las que se han ganado espacios y manejan un discurso de tolerancia y aceptación. Nos deja en evidencia la existencia de otros no tan nuevos elementos de adversidad a los que como latinoamericanos nos enfrentamos.
-¿Qué espera como autora que este libro despierte en sus lectores?
– Sé que el trabajo de quien cuenta historias es entregar un retrato que será interpretado a partir de las herramientas de quien lee. Sin embargo, me encantaría que, en lugar de sentir pena por las historias dolorosas o gusto por la manera en que estas son narradas, quienes lean se muevan a la acción y a la búsqueda de maneras de evitar que estas situaciones sigan teniendo lugar.