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‘El único lugar vivo en América’: Escritoras de la generación Beat BRAGA

‘El único lugar vivo en América’: Escritoras de la generación Beat

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Apenas veintitrés años han transcurrido desde el estudio pionero de Brenda Knight de 1996 Women of the Beat Generation hasta el reciente título que hemos publicado en español Female Beatness: Mujeres, género y poesía de la generación Beat.


Tiempo suficiente para que la noción eminentemente masculina de este movimiento artístico surgido en los Estados Unidos en la década de 1950 en torno a dos ejes principales (el Greenwich Village de Nueva York y el barrio de North Beach en San Francisco) y a autores como Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs) dé paso a una comprensión del fenómeno en el que también las autoras, no como simples comparsas sino por derecho propio, tengan cabida.

“Había mujeres, yo las conocí”

La atracción mediática que suscitó en los Estados Unidos de postguerra este grupo de artistas contrarios al sueño del consumismo de los barrios residenciales y cercanos a la bohemia urbana y el jazz se vendió en sus inicios como un movimiento rebelde, sí, pero casi exclusivamente masculino. El testimonio del poeta Gregory Corso es de los pocos que rebate esta idea: “Había mujeres, allí estaban, yo las conocí, sus familias las metieron en instituciones, les dieron descargas eléctricas. En los 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia hacía que te encerraran”.

A pesar de la amenaza no exagerada que formula Corso, mujeres jóvenes de todos los rincones de los Estados Unidos rompieron con sus hogares burgueses para aterrizar en los centros de la bohemia Beat.

En sus novelas biográficas y libros de memorias han relatado la efervescencia, los peligros y las distintas maneras a su alcance de ser mujer y artista (además de madre, amante y, muy a menudo, el único soporte económico de sus precarios hogares). Así lo atestiguan las páginas emocionantes de autoras como Diane di Prima, Hettie Jones y Joyce Johnson.

Solamente en el caso de esta última, en una novela no por casualidad titulada Minor Characters (Personajes secundarios), disfrutamos de la traducción al español:

“Veo a la joven Joyce Glassman, veintidós años, el pelo cayéndole por los hombros, toda de negro (…) –medias negras, falda negra, suéter negro– pero (…) no es que esté de luto por su vida. ¿Cómo iba a estarlo, cuando su sitio en la mesa era el centro mismo del universo, ese lugar en la medianoche en el que tantas cosas convergen, el único lugar vivo en América? Como mujer, ella no forma del todo parte de esta convergencia. Hecho que su emoción por estar ahí sentada le impide ver mientras las voces de los hombres, siempre los hombres, se elevan y decaen apasionadamente… Simplemente con estar ahí, se dice a sí misma, basta. Lo que me niego a abandonar es su expectación. Sólo es su silencio lo que me gustaría dejar atrás”.

Las poetas Beat, entre la experiencia y la experimentación

Junto con los libros de memorias, el género literario femenino Beat por excelencia fue la poesía.

En la misma línea que sus compañeros, las poetas rechazaron la noción elitista y encorsetada de la poesía recluida en los centros académicos para llevarla a las calles y hacer de la voz y el cuerpo elementos de comunión y comunicación tan necesarios como el texto mismo.

La lista de nombres relevantes abarca hasta tres generaciones, comenzando por la poeta que con más ahínco ha aunado poesía y jazz, ruth weiss (y que elige escribir su nombre en minúscula), y terminando por quien aún sigue activa hoy, la mujer de palabras veloces (“fast-speaking woman”) Anne Waldman.

Retrato de Diane Wakowski. 

En medio brillan por sí mismas la carismática Diane di Prima; la recién rescatada de la más subterránea oscuridad Elise Cowen; Denise Levertov, sin duda la de mayor poso intelectual; la que con más vehemencia celebraba el erotismo, Lenore Kandel; y otras muchas como Joanne Kyger, Janine Pommy Vega, Hettie Jones, Mary Norbert Körte, Joanna McClure, Barbara Moraff, Carol Berge, Margaret Randall o Diane Wakoski.

Cada una de las poetas mencionadas desarrolló su propio estilo: el apelativo “Beat” no presupone una forma específica de expresión. Pero del mismo modo que, cronológicamente, con su ejemplo de vida y de ambición artística estas poetas se anticiparon al feminismo de segunda ola, en el canon literario se ubican a medio camino entre la poesía confesional que cultivaban las ligeramente posteriores Sylvia Plath y Anne Sexton y la poesía experimental que cobró auge a finales de los 70 con los llamados “poetas del lenguaje”.

Por un lado, les urgía explorar esa realidad nunca antes nombrada (el cuerpo, la sexualidad, la vivencia inmediata de una vida marginal) que la poesía experiencial permite. Por otro, su intuición poética les llevó a experimentar con el lenguaje lo mismo que con sus vidas. El hecho de no poder adscribirlas del todo a ninguno de estos dos extremos, experiencia y experimentación, sin duda ha contribuido a que pasaran desapercibidas frente a otros grupos poéticos mucho mejor conocidos y estudiados, incluso dentro de la crítica literaria feminista, ya fuerte en los años ochenta en los Estados Unidos.

Pioneras de una tradición

Las poetas Beat apenas tuvieron modelos femeninos en los que apoyarse: la habitación propia de Virginia Woolf resultaba una quimera para estas mujeres que lidiaban en su día a día con la pobreza y el rechazo social, y para las que tampoco existía un precedente teórico feminista como el que una década más tarde comenzaría a elaborar Adrienne Rich.

Retrato de Denise Levertov. 

Tenían elementos en común con las Modernistas vanguardistas de la bohemia del Village de las primeras décadas del XX, aunque del Modernismo se fijaron más en los poetas experimentales varones y, curiosamente, las posteriores Beat sufrieron mucho más el silenciamiento sexista que las “Nuevas Mujeres” décadas antes en el mismo lugar.

Aun así, las Beat aprendieron a tejer lazos de amistad entre ellas que compensaran la falta de apoyo familiar y de pareja, fundaron revistas, viajaron, practicaron una sexualidad abierta, pusieron su vida al servicio del arte y viceversa.

Y, sobre todo, construyeron (y aún construyen) ese legado de tradición literaria en clave femenina que ellas mismas no tuvieron, por faltar un canon que se iría tejiendo fuertemente durante las siguientes décadas con la labor de la crítica literaria feminista.

Un legado del que participan por derecho propio y de forma substancial y que, poco a poco, va abandonando los márgenes de la generación Beat, para situarse en su mismo centro: “el único lugar vivo en América” en la postguerra estadounidense de los años cincuenta, la primera contracultura masiva del mundo contemporáneo y de la que beben en gran medida todas la siguientes.

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