En el frente de batalla, lo que popularmente se llama en Chile la «primera línea», la conocen como ‘Megera’, una diosa griega del castigo. No llega al metro y medio de altura, apenas pesa 45 kilos, pero Karla Ruiz se siente de todo menos pequeña.
Lleva tres meses enfrentándose a diario a los Carabineros (Policía militarizada) en el marco de las protestas contra el Gobierno chileno y en esta jornada no va a ser la excepción.
Se ajusta las gafas y la máscara -imprescindibles para sobrevivir a los gases lacrimógenos- y se cuelga un escudo de madera con un dibujo de un ojo sangrando, un homenaje a los cientos de heridos oculares que ha dejado la represión de la crisis más grave de la democracia chilena.
«Hemos perdido el miedo. Yo lucho por mi madre, que es madre soltera y tiene que tener dos ‘pegas’ (trabajos) para llegar a fin de mes», dice a Efe esta adolescente de 16 años de la periferia de la capital, minutos antes de adentrarse en la batalla urbana que se desarrolla en una de las calles aledañas a Plaza Italia, el epicentro de las protestas.
«Mujeres haciendo historia»
Dos pasos a la derecha de ‘Megera’, otra escudera con un casco rosa repele los perdigones de los agentes y unos metros detrás tres encapuchadas pican el pavimento para proveer de piedras a sus compañeros.
No son la mayoría, pero las mujeres no son unas desconocidas en la primera línea.
«Hay escuderas, resorteras, picadoras, chicas apuntando con láser a los ‘pacos’ (nombre despectivo con el que se conoce a los Carabineros) y enfermeras», enumera a Efe Paula Mereira, una universitaria armada con un bote de agua con bicarbonato, una mezcla que ayuda a despejar las vías respiratorias y alivia la quemazón en los ojos que produce el gas lacrimógeno.
«Estamos empoderadas y hacemos lo mismo que ellos», apunta por su parte a Efe Faviola Méndez, para quien el movimiento es por lo general «bastante igualitario», aunque reconoce que siempre hay algún compañero que peca de paternalista: «Podemos cuidarnos solas», agrega esta administrativa, que a sus 39 años sigue pagando el préstamo que pidió hace dos décadas para estudiar.
Para Soledad Falabella, profesora del Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina (Cegecal), las jóvenes de la primera línea están «haciendo historia».
Chile, dice, tiene infinidad de referentes en el activismo social, como Gabriela Mistral o las flamantes Las Tesis, pero adolece de figuras «guerreras».
A la experta solo se le viene a la cabeza Inés de Suárez (1507-1580), militar española y amante del conquistador Pedro de Valdivia.
«Hay que visibilizar lo que están haciendo estas chicas. El mensaje que lanzan es muy poderoso, teniendo en cuenta que nos sigue costando mucho como sociedad reconocer la agresividad y la violencia de las mujeres», asegura.
Opinión polarizada: ¿héroes o vándalos?
La primera línea despierta filias y fobias en Chile. Mientras que unos los consideran delincuentes que destrozan el mobiliario público y saquean todo a su paso, otros los ven como héroes que «entretienen» a los Carabineros para que estos no se acerquen a Plaza Italia y dispersen las concentraciones pacíficas y multitudinarias por un mayor bienestar social.
La investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) explica a Efe que nunca antes en la historia del país había existido algo así, una turba tan violenta, organizada y heterogénea, en la que se pueden encontrar desde universitarios de clase media-alta hasta chicos de familias desestructuradas que tienen poco que perder.
«Es gente con poca aversión al riesgo porque, con los niveles de represión que hemos visto, la probabilidad de que te pase algo no es baja», lamenta la socióloga.
Las protestas se han cobrado ya la vida de al menos 27 personas y han dejado más de 3.000 heridos desde el 18 de octubre, además de graves señalamientos contra las fuerzas de seguridad por violaciones a los derechos humanos por parte de organismos internacionales como la ONU o Amnistía Internacional.
En la retaguardia, enfermas de combate
Dafne Barrera, estudiante de último curso de Medicina, conoce bien la crudeza de la batalla. Al poco de estallar las protestas, formó un «comando sanitario» con tres amigas de la facultad y desde entonces presta primeros auxilios en el frente.
Van vestidas generalmente de blanco y llevan cascos y chalecos con cruces rojas para poder ser rápidamente localizadas. Dice que lo que más trata son mareos, quemaduras y heridas por pedradas y perdigones y asegura, con un ojo puesto en el frente, que su ayuda «permite a los ‘cabros’ (jóvenes) seguir luchando».
La manifestaciones comenzaron siendo diarias, pero con el paso de los días se han limitado prácticamente a los viernes. Aún así, las medidas sociales anunciadas por el Gobierno y el plebiscito del próximo abril sobre una nueva Constitución no parecen sofocar el descontento en las calles.
«Lo que está pasando es muy importante para Chile. Queremos grandes cambios y vidas dignas», añade a Efe la futura médica, consciente de que los enfrentamientos están en la jornada especialmente duros y de que no se puede despistar.