Margarita García Robayo es, por esencia, una mujer rebelde.
Por distintas circunstancias, salió de la casa de sus padres antes de cumplir los 18 años, se mudó de su ciudad natal -Cartagena de Indias, en Colombia- pocos años después y renegó para siempre de la educación que recibió en el colegio al que asistió toda su vida, de la congregación religiosa Opus Dei.
Aunque siempre le gustó escribir, en su entorno la literatura no era vista como algo más que un hobby. Así, presionada por esta idea, estudió leyes y periodismo. Pero tiempo después -y fiel a su personalidad desafiante- la entonces abogada decidió dedicarse a su verdadera pasión: la escritura.
Desde entonces, la colombiana de 39 años ha publicado libros en diversos países de América Latina y el mundo. También ha sido reconocida por algunas de sus obras, como en 2014 cuando fue ganadora del Premio Casa de las Américas por el libro «Cosas peores».
Pero quizás el compendio más complejo de su carrera es el último: «Primera Persona«.
En él, García Robayo repasa parte de su historia más personal con una honestidad conmovedora.
A través de una compilación de crónicas (las que habían sido publicadas con anterioridad en distintas fechas y revistas), aborda temas como el amor por su padre (y el «complejo de Edipo»), la maternidad (incluyendo su tortuosa experiencia con la lactancia) y la «siniestra» educación sexual que recibió de niña.
Desde la ciudad de Buenos Aires -donde vive junto a su pareja y sus dos hijos-, García Robayo habla con BBC Mundo sobre las motivaciones detrás de este ejemplar que ya ha sido aplaudido por diversas personalidades del mundo de la literatura.
Cuando le plantearon la posibilidad de hacer un libro que recopilara 10 de sus artículos más personales, García Robayo creyó que la idea era algo «forzada». La vida de estos textos -pensó ella- termina en sus publicaciones originales.
Sin embargo, a medida que los fue releyendo, cambió de opinión. Esto, porque se percató de que en todos se repetía un mismo concepto: la búsqueda de identidad, de saber dónde empieza y termina el concepto de familia o de pertenencia.
«Constantemente me estoy preguntando lo mismo, dónde pertenezco y dónde quiero pertenecer, si me interesa o no», dice.
Así, esta idea cruza varias de sus historias, desde la relacionada con su propia experiencia como madre hasta su «obsesión» por las mudanzas (y la incomodidad de asentarse en un mismo lugar para siempre).
«Hay una suerte de incomodidad con el hecho de pertenecer a algo. Y no sé si es algo que me pasa solo a mí, también lo veo en mis contemporáneos», dice.
Y es que a García Robayo no le gusta asumirse como parte de una geografía o incluso un concepto. Por eso, dice, cuando le preguntan si es feminista, termina siempre respondiendo lo mismo: «Sí claro, lo soy, pero también soy tantas otras cosas».
¿Cuál es el principal desafío de escribir crónicas en primera persona?
Es un territorio resbaladizo porque se piensa que es fácil hablar de uno. Pero la verdad es que se requiere estar parado en un lugar de equilibrio para no caer en los dos riesgos más grandes: la autocomplacencia o el autoflagelo.
Me imagino que también se necesita ser valiente para revelar cosas que pueden generar pudor…
Claro, también hay una parte de honestidad importante porque no se puede ser mezquino. De mi vida, podía permitirme la mezquindad en cualquier otro lugar pero no en el de la escritura porque me parecía que no iba a servir un trabajo así.
Ahí era donde yo tenía que permitirme la mayor libertad, el mayor desparpajo, el no tener en cuenta la mirada del otro, si me van a leer o no. Ese es un vicio que un escritor tiene que sacarse de entrada porque si no, no hacemos nada.
Otro de los grandes riesgos de la primera persona es que uno afecta a mucha gente de su entorno que muchas veces no está de acuerdo con tus versiones.
¿Y qué haces cuando a una persona no le gusta tu versión de una historia?
Bueno, a quienes me cuestionan, les digo: todo tenemos historias singulares de una historia común y tenemos derecho a escribirlas.
¿De dónde surge la idea de escribir sobre el amor hacia tu padre?
Este texto fue escrito en un momento en que tenía una pareja que era mucho mayor que yo y me lo pidieron para una antología, para que contara cómo es eso de enamorarse de alguien mayor. Yo tenía 23 años y él tenía 46. Fue una relación larga y durante esa relación, ya casi al final, quise analizar un poco… qué me parecía a mí que pasaba ahí.
Pero ¿cómo expresas esa influencia de la relación con tu padre en tus propias relaciones personales con los hombres?
Es importante aclarar que todos estos textos son escritos en el momento en el que está transitando una determinada situación. Cuando escribí «Amar al padre», pensaba que la relación más importante que había tenido en la vida era la relación con mi padre, cosa que ahora pongo en duda. Pero a partir de esa relación, explicaba otro tipo de relaciones que tuve.
Mi padre le llevaba 18 años a mi mamá. No intento repetir la historia de mis padres, pero trato de explicar un poco a qué iba esa tendencia. No era un tema de que yo estaba enamorada de mi padre, no. Pero sí había una competencia con mi madre y por ahí se mezclaban un poco las cosas.
¿Cómo era la relación con tu madre?
Mi madre es un personaje de los que más me he podido aprovechar; me ha dado tanto que escribir… me resulta inabarcable en muchos sentidos, tiene sus propias versiones del mundo, es imbatible en eso.
Ella siempre estuvo a la cabeza porque fue una familia muy matriarcal. Pude sacar muchísimos elementos de allí para poder hacer con eso textos que expresaran con bastante justicia lo que yo quería expresar.
Si me preguntas hoy por mi relación con mi padre, tengo muchas dudas de que haya sido la relación más importante que tuve.
Si me preguntas hoy por la relación con mi madre, digo que todos los días estoy tratando de hacerla un poco menos dañina o llevadera, tratando de entender qué se puede hacer para llevar una relación con alguien que en principio sientes que no tienes mucha afinidad. Es como una búsqueda permanente…
¿Cuán complejo fue escribir esta crónica?
Yo quería explorar por qué tenía esta tendencia, por qué me atraían los hombres mayores. Y es complejo porque hay un yo que quiere contarse y otro que no lo quiere. Siempre hay una especie de conflicto ahí, cuánto es válido decir.
Uno de los capítulos del libro se llama Leche, y trata de la maternidad y la lactancia. ¿Por qué crees que era importante escribir sobre este episodio de tu vida?
Tuve muchos problemas con la lactancia y sentía que era un mandato contemporáneo: la teta debía ser exclusiva para el niño. Y así empecé a investigar sobre eso… Yo intentaba combatir la leche de fórmula, pero también el radicalismo.
Era un momento de mucha confusión en el que me pregunté temas estructurales, de cómo está planteada la maternidad y la alimentación de tu niño. Porque hay mucha presión por el desarrollo del niño, que los meses más importantes son los primeros, etc. Fue un tema que me convocó muchísimo en ese momento
¿Había frustración?
La insatisfacción es un gran motor de escritura. Y la rabia. Son cosas que nos llevan a pensar, a preguntarnos más, cosas que si estuviéramos cómodas ni nos preguntaríamos. En la lactancia, mi frustración era tal que no podía creer que yo fuera la única persona a la que le pasaba eso.
Sí, el motor de ese texto fue la frustración, claramente.
¿Cómo es ser mujer en el mundo de la literatura?
En mi experiencia, no ha sido una desventaja. Al contrario, creo que es lo que esencialmente me hace escribir.
Mi condición de mujer no blanca latinoamericana de un país completamente periférico, y una ciudad aún más periférica, es lo que me hace ser escritora. No me sale renegar de mi condición porque es lo que al mismo tiempo me constituye como escritora.
No sé qué podría escribir siendo un hombre blanco europeo. Cuando una literatura es potente y te conmueve, no hay manera de no verla.
Puedes ponerle tierra encima y no hay manera de no verla. Entonces son discusiones que por momentos se me hacen capciosas. Habiendo tantas demandas feministas, como el femicidio o el aborto, hablar de si ser escritoras es una ventaja o desventaja, no me gusta.
Entiendo que tampoco te gusta el concepto «literatura femenina»…
La literatura es literatura. Es como decir ella mujer, es redundante. Simplificas lo que hace el otro y me parece una injusticia.
En el libro también abordas unas clases de educación sexual que te enseñaron en el colegio Opus Dei al que fuiste toda tu vida. ¿Cómo eran estas clases?
Estuve 15 años estudiando en un colegio del Opus Dei con un sistema bastante curioso de educación sexual, que era obligatorio en Colombia. Pero en mi colegio canjearon esa asignatura por un curso importado que se llama Teen Aid, que era un curso de castidad.
Te enseñaban a ser casto durante 3 años, que era lo que duraba el curso. Nos mostraban películas del aborto, nos enseñaban estrategias para decir que no, para escapar del peligro. Era siniestro pero también increíblemente graciosas las cosas que teníamos que aprender en ese curso.
¿En ese momento sospechas que era «siniestro»?
Había algo que me hacía sospechar que el mundo no podía ser así pero imagínate que si estás criada en ese ambiente…
De todas maneras es un aprendizaje muy frágil porque cuando sales del colegio, el shock con el mundo real es tan grande que es insostenible. Te das cuenta que estuviste toda una vida engañada, viviendo unas cosas absurdas.
¿Eres religiosa hoy día?
Fui religiosa pero rápidamente me di cuenta que no me cerraban la mayoría de las cosas. Supe que no era mi camino y hoy soy extremadamente agnóstica, mis hijos de ninguna manera van a recibir una educación de ese tipo. Realmente estoy muy en contra de la educación religiosa.