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La olla no es tan común Yo opino Créditos: Agencia Uno

La olla no es tan común

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Aline Richards
Por : Aline Richards Activista lesbofeminista. Se especializa en la entrega de herramientas para la escritura y la investigación feminista. Colabora en Casa Mundanas desde el 2018 y actualmente coordina el área editorial. Antropóloga y Máster en Estudios Feministas.
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Quizás enseñaban estas cosas en la escuela, pero a mí se me olvidaron, Chile fue el país más golpeado económicamente por la Gran Depresión, esa Depresión Gringa del 29’. Me enseñaron en la escuela que mucha gente se suicidó en Estados Unidos, que había mucha pobreza y de ahí que en todos los monos animados salían esos niñitos pobres gringos que vendían diarios. En Chile afectó diferente, coincidió con el quiebre de salitreras, y afectó en gran medida la exportación de cobre. Estás exportaciones sostenían la economía de este país y cuando quebraron obligaron a un montón de gente a emigrar desde el norte a Santiago, a la pobreza extrema que existe hasta hoy, y que Mañalich dijo desconocer.

 [cita tipo=»destaque»] La olla común me recalca que nos hacen a las mujeres estar en posiciones de cuidado de otros y después nos dicen que es nuestro instinto, nuestro instinto de mujer, de madre, de cuidados. [/cita]

Muchos historiadores hombres dicen que este es el momento en que nace la olla común en Chile, yo lo dudo harto. Compartir la comida de modo comunitario existe hace miles de años, una prueba de ello la podemos encontrar incluso en los carbones fosilizados encontrados en Monte Verde en el sur de Chile, desde hace más de 14.500 años. Esos carbones nos dicen que hubo fuego, que hubo cocina, incluso nos dicen que hubo intercambio de especies vegetales, que hubo entendimiento de nuestro entorno, a diferencia de lo que nos hicieron creer los colonizadores.

La olla común me hizo eco en esta pandemia, y me hizo eco una cierta imagen inmóvil que se repite en las noticias, en papers académicos y en la romantización de la pobreza. La olla común que me imagino y que quizás se imaginan ustedes también, tiene como foco una señora con una gran fondo o perol en frente de ella, un fuego, un cucharón, la señora casi siempre tiene un delantal, es morena, y está repartiendo comida caliente. Se parece harto a mi abuela Alicia esa señora, mi abuela Alicia tuvo tres hijos, y desde que recuerdo se habla de lo rico que cocinaba, de lo rico que le quedaban los kuchenes, las tortas, los asaos y los curantos. Mi abuela tuvo tres hijos, y un marido, y no me acuerdo de haber visto ni una vez que alguien más que ella haya cocinado en esa casa. Me acuerdo de tener seis años y ver que mi abuelo se sentaba y mi abuela le servía la comida, le decía que estaba caliente, que tuviera cuidado. No recuerdo haber visto a mis tíos o a mi padre ayudándola o haciéndole comida a ella, eso paso solo ahora que tiene más años y muchas veces le falta el aire para ser autovalente.

Me carga la olla común estos días, solo me recuerda a mi abuela Alicia. La olla común me recalca que nos hacen a las mujeres estar en posiciones de cuidado de otros y después nos dicen que es nuestro instinto, nuestro instinto de mujer, de madre, de cuidados. Mi abuela era la mayor de un montón de hermanos y su padre murió de curao muy joven, ella llegó hasta lo que ahora es sexto básico, y después se fue a trabajar. Y les dio de comer a los hermanos, y le dio de comer luego a su esposo, y luego a sus hijos, y luego a mi cuando fui chica. Yo no quiero que haya más señoras y mujeres empujadas a cuidar de otros, de otros que ni siquiera reconocen el valor de sus cuidados, porque si mi abuela no hubiera cocinado mi abuelo se podría haber muerto de hambre y frío, no sabía hacer absolutamente nada, ni hacer un huevo, ni donde estaba su ropa.

Imagínense todo lo que nos enseñaron nuestras abuelas y ni siquiera tuvieron el tiempo para explorar toda su potencialidad porque tenían que estar al cuidado de otros. Yo quiero ver menos señoras en ollas comunes y explorando esa potencialidad, pregúntenles a sus abuelas y a las señoras qué les gusta, qué les apasiona, qué quisieran aprender, muéstrenles series y películas, si están cerca de ellas vayan a regalonearlas. Hagamos de la olla común algo verdaderamente comunitario, porque el ejercicio de compartirnos la comida es algo maravilloso, algo que no se podrían imaginar los cuicos, pero que ojalá no se repita siempre la imagen de la señora revolviendo la olla, porque las señoras ya sirvieron lo suficiente, ahora les toca que les sirvamos a ellas.

Y si me preguntan de los hombres viejos esto les puedo decir:

he visto hombres con tanta mugre en las manos

ganando plata y comprando trago

y no es de palear la tierra

porque nosotras igual paleamos la tierra,

pero nos lavamos las manos

mi abuela hacía sopa con lo que tuviera

así que no me dan pena los viejos curaos

no le dieron un nada a nadie

ni a ellos mismos

esperan siempre que la gente se de vuelta a mirarlos

y yo no tengo ni tiempo ni ganas

porque las abuelitas mueren solas

nadie las cuida

nunca

ni cuando eran chicas

por eso tantas violadas

por eso se escaparon a la ciudad en cuanto pudieron

y ahí se casaron, mierda

con los mismos viejos curaos que yo no quiero ver

y les sirvieron la comida

y les lavaron los cagaos

y parieron,

pucha que parieron,

imagínate si hubieran dicho que no

(algunas lo decían, pero para calladito)

les hubieran volado el hocico de un palmazo

y a tantas se lo hicieron

tantas están muertas

enclaustradas

sin bono marzo

sin visitas los domingos

sin la noción de que pudieron tener otra vida mejor, una vida entre ellas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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