No se puede creer en la democracia sin amar la complejidad humana. Los diferentes temperamentos y personalidades, los lugares desde los que experimentamos la realidad, las diferentes visiones que nos inculcaron nuestros padres y profesores, las experiencias dolorosas que nos marcaron, las necesidades que nos presionan cada día y los anhelos que tenemos para el futuro, se plasman en preferencias legítimas que nos enfrenten en las contiendas electorales.
La democracia es difícil porque las personas lo somos. Es fácil ser demócrata cuando las diferencias son menores, sólo cuando hay decisiones trascendentales en juego se miden las verdaderas convicciones y hoy, en el proceso democrático más importante de las últimas décadas, en una crisis institucional, durante una pandemia y recesión económica, las tensiones crecen y la desconfianza se cosecha.
Soy parte de un grupo humano tratado con desconfianza por décadas y siglos. Las voces de las personas que pertenecemos a la diversidad sexual fueron excluidas del espacio público, nuestras necesidades olvidadas y, por nuestras diferencias, nos redujeron a una caricatura unidimensional y nos condenaron a la marginación.
[cita tipo=»destaque»] Quiero que los principios de igualdad y no discriminación redibujen el mapa moral de nuestra institucionalidad, que se establezca la legitimidad de nuestras identidades, se reconozca a nuestras familias y se incorporen entre nuestros valores centrales la diversidad y el pluralismo. [/cita]
La solución a esta injusticia está en marcha, no desde la rivalidad, sino desde un proceso de acercamiento, de valoración de las diferencias e inclusión. La ciudadanía ha ido comprendiendo que cuando los diferentes grupos humanos podemos prosperar no se generan impactos negativos en nadie, todo lo contrario, es enriquecedor la comunidad en su conjunto.
Más que nunca queremos ser escuchados, pero ¿estamos dispuestos a escuchar? La mejor forma de resolver nuestras diferencias es sentarnos a la mesa en igualdad de condiciones y escribir las reglas que van a definir nuestra convivencia democrática, bajo las cuales vamos a resolver nuestras diferencias pacíficamente. Ese espacio es el proceso constituyente.
El mejor camino para establecer institucionalidad legítima es la alternativa que habilita un proceso participativo, no aquella que le teme a la participación y le cierra la puerta; la mejor forma de recomponer nuestro tejido social es con un proceso que nos obliga a dialogar entre las fuerzas políticas y la ciudadanía; la mejor opción para validar la democracia como respuesta a los conflictos es votar por la opción que no le teme.
Por supuesto, traigo conmigo expectativas y sueños: quiero que los principios de igualdad y no discriminación redibujen el mapa moral de nuestra institucionalidad, que se establezca la legitimidad de nuestras identidades, se reconozca a nuestras familias y se incorporen entre nuestros valores centrales la diversidad y el pluralismo.
Estas son las ideas que quiero poner sobre la mesa, sé que quienes me leen tienen las suyas. Este domingo no basta con un resultado que defina mayorías ganadoras, para poder construir un futuro común, necesitamos dejar de temerle a nuestros compatriotas, sentarnos a la mesa, que todas las voces participen y escucharnos.