Menos del 30 por ciento de los investigadores del mundo son mujeres. Destacadas científicas de América Latina hablan con DW sobre las causas y consecuencias de esta disparidad.
Cual regla no dicha, cual discriminación apenas confesada, cada vez que se piensa en una persona haciendo ciencia, se piensa en un científico hombre.
Y no es casualidad: según datos de la UNESCO, menos de un 30 por ciento de todos los investigadores en el mundo son mujeres.
Es más: solo 17 mujeres han ganado el Premio Nobel de Física, Química o Medicina desde que Marie Curie lo obtuvo en 1903. En el mismo lapso, recibieron el galardón 572 hombres.
El desequilibrio es abrumador. ¿Cómo se ha ido llegando hasta aquí? ¿Y qué perspectivas podemos augurar?
«El placer y la emoción que dan la ciencia son iguales para mujeres que para hombres. El deseo de entender, la capacidad de razonar son cualidades de los seres humanos, independientemente del género”, afirma Julia Tagüeña, doctora en Física por la Universidad de Oxford e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México en diálogo con DW.
«Sin embargo, ser mujer científica para muchas ha significado vencer los prejuicios de que la ciencia no es tema de mujeres”, comparte la académica mexicana.
En el mismo sentido se expresa la doctora en química Carla Giacomelli: «Los estereotipos vinculados al mundo de la ciencia remiten a hombres, generalmente en una actitud muy seria y con un trabajo solitario”, resume.
«Las mujeres y las minorías sexuales estamos poco asociadas al mundo científico en términos del imaginario colectivo”, completa en diálogo con DW la docente e investigadora argentina de la Universidad Nacional de Córdoba y el CONICET.
Los datos de las matrículas corroboran el panorama: las mujeres están subrepresentadas. E incluso de un modo aún más marcado en algunas carreras y orientaciones.
«Niñas y mujeres se encuentran en franca minoría en las disciplinas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés)”, consigna la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO.
Y solo el 3% de las estudiantes de la educación superior, por ejemplo, escogen realizar estudios en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación, revela el informe «Descifrar las claves: la educación de las mujeres y las niñas en materia de STEM”, editado por el organismo.
Y ya se sabe: la desigualdad de hoy influye de manera determinante en la desigualdad del futuro. Estas disparidades de género son tanto más alarmantes cuanto que se considera que, en general, las carreras vinculadas con las STEM constituyen los empleos del futuro, la fuerza motriz de la innovación, del crecimiento inclusivo y del desarrollo sostenible”, evalúa el relevamiento.
Pero no solo hay pocas mujeres, sino que las que están, suelen enfrentar dificultades y discriminaciones.
«Recuerdo que hace muchos años era la única mujer de un comité editorial de una revista de investigación de física. Un asistente masculino preparó el café, pero me llamó a mí para que lo sirviera”, rememora la doctora Julia Tagüeña.
Situaciones similares experimentó también la médica colombiana Ana Cristina González Vélez, doctora en bioética y especialista en temas de salud reproductiva.
«Me pasó siendo Directora Nacional de Salud Pública, que muchas veces en las discusiones algunos hombres representantes de gremios le pedían al Ministro que les delegara alguna persona, y dejaban entrever que preferían que fuera un hombre y más adulto”, recuerda González Vélez en entrevista con DW.
«También en espacios de la Organización Mundial de la Salud me he encontrado con ciertas conductas individuales, -no de la organización- muy notorias: los hombres siempre tratan de hablar más, de sacar conclusiones y de tener la última palabra”, acota la profesional.
Así, «a las mujeres nos toca enfrentar más barreras para llevar adelante nuestros proyectos, como en general en la sociedad, pero, en particular, en el campo de la ciencia”, afirma la médica por experiencia propia.
Un fenómeno también presente es el denominado «techo de cristal”: esos obstáculos invisibles pero efectivos que les impiden a las mujeres acceder a los puestos de mayor jerarquía.
Dra. Carla Giacomelli, doctora en química, investigadora principal del CONICET y Secretaria de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba.
«Existen dificultades relacionadas con el mayor tiempo que las mujeres le dedican a las tareas de cuidado, a los períodos de maternidad y lactancia o a las actividades domésticas”, explica Carla Giacomelli. «Y esta mayor dedicación implica una menor tasa de crecimiento profesional que, en el caso del mundo académico, se traduce en menos ascensos o promociones en cargos universitarios o de consejos científicos”, indica.
«Aún más marcada es la diferencia cuando se trata de espacios de poder y de toma de decisiones”, continúa. «La Universidad Nacional de Córdoba tiene más de 400 años, y solo hemos tenido una rectora”, ejemplifica contundente.
¿Cómo contrarrestar la situación? «Desde la educación primaria, desmitificando la existencia de actividades propias y discriminadas para mujeres y para hombres”, propone Giacomelli.
Razones no faltan. «Las mujeres somos aproximadamente la mitad de la población mundial. No se puede desperdiciar nuestro talento”, sostiene Tagüeña.