La exigencia de una vida libre de violencia y el reconocimiento de la igualdad social son dos ejes centrales del movimiento feminista que transcendieron de lo social y cultural, para convertirse en quizás la mayor fuerza política en lo que va del siglo XXI. La lucha contra la violencia de género y la reivindicación de los derechos de las mujeres sobre sus vidas, en el sentido más amplio de la palabra, han ido cambiando nuestra sociedad. Con muchos temas aún no resueltos, como la Educación Sexual Integral, el derecho efectivo a una vida libre de violencia y la paridad en todos los espacios de decisión, dicha transformación ha tenido hitos importantes en Chile que se pueden graficar en el «pildorazo», la campaña “El machismo mata”, las vocalías o secretarías de género en las universidades –cuyos liderazgos surgieron de la Revolución Pingüina–, el aborto en tres causales, la masiva marcha del 8M 2020 y la Constitución paritaria.
¿Es el feminismo el movimiento social y político más importante del siglo XXI?
Para la doctora en Filosofía, académica e investigadora Luna Follegati, junto a la también académica y directora del Centro de Derechos Humanos UDP, Lidia Casas, la respuesta es sí. El movimiento feminista se ha convertido en los últimos años en la fuerza política que está logrando mover la aguja para transformar la sociedad.
En este sentido y para entender por qué a pesar de haber diversas corrientes feministas –muchas veces contrarias entre sí– el movimiento logra ser masivo y transversal, es necesario conocer el término sororidad, uno de los conceptos que en la cuarta ola del feminismo más se ha masificado e incorporado en la forma de comunicarnos. Más allá de la definición de la RAE como “amistad o afecto”, la sororidad habla de relación de solidaridad entre mujeres, “especialmente en la lucha por su empoderamiento”.
¿Qué es lo que realmente conecta esta solidaridad? El concepto no solamente abarca la comprensión de que entre mujeres existe una empatía ante el dolor de ser violentadas, sino que también contiene la determinación de que se busca reivindicar, tanto desde esfuerzos individuales como colectivos, el rol de las mujeres como dueñas de sus vidas y como agentes valiosos para la sociedad.
Uno de los logros más recientes e importantes del movimiento y que hace del caso de Chile el único en el mundo, es la Constitución paritaria. Para Follegati, la Constitución debe contener aspectos fundamentales e ineludibles, como la crisis de los cuidados, el derecho a un trabajo digno y la seguridad social.
“Si esto no ocurre, continuaremos con una política y democracia deficitarias, que administran un sistema político que atenta contra los derechos y libertades de las mujeres. El movimiento ha sido claro en el último tiempo: al silencio no volveremos”, explica.
Desde un análisis profundo, Casas considera que este hito nos devuelve a una reflexión bastante lógica. Si las mujeres somos el 51% de Chile, “¿por qué se nos ofrece un 10%, 20% de representatividad?”, dice.
Según el análisis de Casas, el hecho de que estemos ad portas de ser el primer país del mundo en desarrollar una Constitución paritaria es revolucionario, pero, para llegar a ese paso político, en los últimos 20 años se tuvieron que dar muchos hitos. Uno de esos momentos fue cuando Michelle Bachelet llegó a ser ministra de Defensa y, más tarde, la primera mujer en ser Presidenta de Chile.
“La imagen de Bachelet es controvertida, porque rompe todos los estereotipos. Una de las instituciones más machistas recibía órdenes de una mujer socialista, separada, alegre, con hijos de distinto padre, y que, si ella quería cantar o bailar donde sea, lo hacía. Además, es una mujer con una complexión normal, como cualquier chilena, eso le demostró más adelante a las mujeres que todas podíamos llevar una banda presidencial”, explica Casas.
Para esta experta, Bachelet tuvo éxito en una serie de medidas realizadas en sus gobiernos, gracias a que tuvo el apoyo de las mujeres, quienes comenzaron a unirse y exigir una agenda de género, que comprendiera las problemáticas por las que atraviesan respecto de los roles atribuidos históricamente.
Una de las reformas más importantes fue la mirada sobre el impacto negativo que tienen los trabajos no remunerados, como el cuidado de hijas e hijos y personas mayores, en sus pensiones al momento de jubilar.
Otro hito importante fue la extensión horaria de jardines infantiles. “Un jardín que cierra a las 15:00 horas y que no funciona durante enero no le sirve a ninguna mujer trabajadora, también pensando en que los hombres tienen que participar en la crianza. Esa medida tuvo muchísima resistencia por parte de grupos conservadores, como cuando Ximena Ossandón dijo que las mujeres usarían ese tiempo para ir de happy hour”.
El divorcio, sin entrar en mayor detalle, también fue un punto revolucionario respecto de entender un poco más la importancia de los trabajos de cuidado no remunerados de las mujeres. El hecho de que con su modificación se pudiera exigir una compensación económica para el cónyuge que se dedicó al cuidado de los hijos y/o a las labores del hogar y no pudo realizar una actividad remunerada o lo hizo solo parcialmente mientras duró el matrimonio, fue un precedente a la hora de debatir sobre la violencia económica.
Según el análisis de Follegati, el movimiento feminista posee una importante trayectoria histórica, al menos de un siglo. En este sentido, la reflexión y el activismo han estado de forma intermitente, con períodos de clara activación y masividad, otros de mayor visibilidad, “pero en general ha sido un actor persistente en la historia de nuestro país, solo que no ha sido suficientemente relevado por las investigaciones y relatos históricos”, explica.
Desde esa óptica, hoy nos encontramos frente a la oportunidad de, no solo reconocer hitos feministas en la historia reciente, en el siglo XXI, sino también de comprender e investigar nuestro pasado, buscando aquellas voces “presentes e insistentes”, que muchas veces han sido omitidas.
“Esa, me parece, es una particularidad de los momentos de activación del feminismo: cuando está en un momento de algidez, se tiende a fortalecer la investigación y búsqueda histórica de nuestras antepasadas, ayudando así a reconstruir una historia feminista, siempre inacabada y en construcción”, reflexiona.
Uno de los momentos más significativos del movimiento, por su relevancia política como agente de cambio social en nuestro país, fue –sin lugar a dudas– el pildorazo, uno de los primeros grandes movimientos de mujeres exigiendo que se respete el derecho de decisión sobre su propio cuerpo.
El pildorazo ocurrió el 22 de abril de 2008, cuando más de 35 mil personas articuladas por el Movimiento de Defensa de la Anticoncepción marcharon en repudio al fallo del Tribunal Constitucional (TC), que prohibía la entrega gratuita de la Píldora del Día Después en consultorios dependientes del Minsal.
“Usted no va a criar ni alimentar a los niños no deseados que van a nacer por su culpa y su acción irresponsable y fundamentalista. Su acción vulnera nuestros derechos, nos expone y nos daña. Va a provocar un colapso del sistema de salud pública, y a usted le vamos a pasar la cuenta en las elecciones. Usted podrá ser un fundamentalista católico, pero este es un Estado Laico y es un valor ciudadano respaldarlo”, dijeron en su momento parte de las declaraciones del Movimiento por la Defensa de la Anticoncepción.
Paralelamente, Follegati rescata la campaña “El machismo mata” de Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, del año 2009. Esta campaña logró un nivel importante de visibilización respecto del tema de femicidios y de la violencia en general.
Otro punto que destaca de ese periodo, vino unos años después: la Revolución Pingüina. “La llegada de nuevas generaciones al campo universitario, también trae consigo comprensiones diversas sobre las identidades, los derechos, y una importante crítica a las formas tradicionales de la política. El ámbito educativo se transforma en un nudo feminista importante para el movimiento actual, y me parece que la creación de las vocalías o secretarías de género y diversidad en las universidades –la mayoría autoconvocadas por estudiantes, mujeres y disidencias (por el año 2010 en Santiago al menos)–, constituye un momento relevante para la siguiente década”, explica.
Para Lidia Casas es llamativo que muchos de los grandes debates sociales que se han dado en torno a la agenda de género, son aquellos relacionados al poder que las mujeres tienen para decidir sobre su sexualidad, planificación familiar, entre otros. La “despenalización del aborto terapéutico”, como se tituló el debate en sus inicios, fue una larga lucha ideológica, valórica, en donde muchas veces la amenaza del “veto presidencial” hizo que la sociedad se cuestionara los niveles de democracia en los que habitamos.
Un sinnúmero de casos de acoso y abuso sexual en universidades chilenas que se silenciaron por décadas, salieron a la luz, pero quienes exigieron justicia fueron las mismas estudiantes, no las instituciones.
Para Follegati, en este contexto la proliferación de secretarías y vocalías de género hicieron del cuestionamiento del sexismo en la educación un “problema visible, común y transversal a todos los espacios educativos”.
La masiva marcha del 8M 2020, la presión hacia el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, todos estos puntos también marcaron el camino a la constituyente paritaria.
Este es tan solo un pequeño recorrido de cómo la lucha contra la violencia de género y la reivindicación de los derechos de las mujeres sobre sus vidas, en el sentido más amplio de la palabra, han ido cambiando nuestra sociedad. Muchos de estos temas aún no están resueltos, como, por ejemplo, la Educación Sexual Integral, el derecho efectivo a una vida libre de violencia, la paridad en todos los espacios de decisión.
No obstante ello, existe consenso en el análisis en cuanto a que ya no hay vuelta atrás y que el feminismo se presenta en este siglo como el gran articulador de la transformación de la sociedad, para superar las desigualdades e injusticias de género que arrastra nuestra historia hace ya un par de miles de años.